Esto también es la guerra
l. Un libro recopila las historias más soprendentes de las dos guerras mundiales . Loros en la Torre Eiffel para alertar de ataques aéreos, taxis que desde parís llevaban a los soldados al frente o enormes martillos dispuestos en lanchas para golpear a los submarinos cuando salían a la superficie son algunas de estas curiosas estrategias
Ahora, y a punto de cumplirse 100 años del comienzo de la I Guerra Mundial, el 28 de julio, Javier Sanz y Guillermo Clemares repasan en ¡Fuego a discreción! (Oberon) pequeñas historias poco corrientes que asombrarán a los lectores más curiosos. Obligar a los alemanes a dejar de comer salchichas, distribuir helado por el Pacífico Sur o portar muñecas hinchables en las mochilas pueden parecernos extravagancias que no parecen responder a nada relativo a un conflicto bélico, pero no es así. De hecho, que en 1915 se prohibiese a las fábricas producir salchichas y embutidos tenía que ver con un arma de guerra, el dirigible. El motivo es que las bolsas de gas que sostenían en el aire estos artefactos estaban hechas con intestinos de vaca —se estima que eran necesarios 250.000 animales para construir las de un solo zepelín—. Con tal gasto de tripas de vaca no era cuestión de atender al gusto de los consumidores. Más extraño puede sonarnos que Estados Unidos creara en 1945 el ‘Ice Cream Barge’, la primera heladería ambulante y flotante del mundo destinada a fabricar 300 litros de helado a la hora para distribuirlo por todas sus bases del Pacífico Sur. ¿No podían los americanos vivir sin tan rico postre? Pues en parte no, porque los soldados allí destinados no solo se enfrentaban a los japoneses, sino al calor y a una baja moral causada en parte por la fatiga, y el helado era el remedio que los médicos de entonces prescribían como reconstituyente.
Muñecas y sujetadores
Tampoco las muñecas hinchables respondían solo, que también, a calmar otro tipo de apetito. Y aunque la única fuente que documenta esta anécdota es el libro Mussolini’s Barber, de Graeme Donald, se cree que los soldados alemanes se vieron obligados a portarlas en sus mochilas por decisión de Hitler y evitar así que las tropas se vieran diezmadas por enfermedades sexuales. No fue precisamente esta una idea triunfal, ya que dos años más tarde se abandonó esta práctica porque los soldados se negaban a llevarlas por la vergüenza que sufrirían si eran capturados.
Las estadounidenses también podían hacerlo. Un grito de independencia de muchas mujeres que, ante la escasez de hombres en la construcción, los astilleros o las acerías al entrar su país en combate durante la II Guerra Mundial, pudieron acceder a trabajos que hasta entonces solo estaban ocupados por ellos. Toda una liberación femenina que se tradujo en una innovación, el saf-t-bra , un sujetador de plástico rígido que protegía el pecho de las trabajadoras.
No fue la única medida. En los años 40 entre el público femenino se llevaba el peinado ‘peek-a-boo’ que popularizó Veronica Lake, pero aquella melena larga que además cubría un ojo no era nada práctica e incluso llegó a ocasionar accidentes laborales por culpa de la visión parcial o de quedar el cabello enganchado en las máquinas, entre otros percances. En otro ámbito, concretamente en el frente, también pudieron avanzar estas mujeres. Ellas, a diferencia de otras como María Bochkareva y su batallón de rusas durante la I Guerra Mundial, no habían podido participar activamente en la contienda hasta entonces. Pero lo lograron y hacia finales de la II Gran Guerra eran más de 150.000 las que sirvieron en el ejército estadounidense sin ser enfermeras: las Women’s Army Corps. Sin embargo, no fue ninguna de ellas la declarada por el presidente Roosevelt como la primera que murió en el cumplimiento del deber.