Diario de León

«Me interesa la gente que está incómoda en el mundo»

Alfaguara rescata ‘En mitad de ninguna parte’, que Julio Llamazares publicó hace 19 años y había quedado en el ‘limbo’, como los protagonistas. A Julio llamazares le seducen los personajes que están domiciliados en ninguna parte. Él mismo se siente extranjero en el mundo. Así surgió hace 19 años ‘en mitad de ninguna parte’, un libro que recupera ahora Alfaguara

Imagen del escrior leonés Julio Llamazares, en el despacho de su casa en Madrid.

Imagen del escrior leonés Julio Llamazares, en el despacho de su casa en Madrid.

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Confiesa Julio Llamazares que es un hombre entre el humor y la melancolía. Son las dos armas que conoce para sobrevivir. El mismo humor y melancolía que destilan los personajes que desfilan por su libro En mitad de ninguna parte , publicado hace diecinueve años en una extinta editorial y que ahora acaba de rescatar Alfaguara. Llamazares no tuvo la tentación de retocar los siete relatos porque sabe de la inutilidad de hacer Photoshop a los libros, que, en definitiva, son el retrato de lo que hemos vivido. El escritor, que nació en un pueblo devorado por las aguas de un pantano que absorbió hasta el nombre, Vegamián, sabe mucho del limbo y de la tierra de nadie.

—¿’En mitad de ninguna parte’ se había quedado en el limbo?

—Como muchísimos libros, que se quedan en el limbo cuando dejan de estar en el mercado. En el mundo en el que vivimos o estás en el mercado o estás en el limbo En mitad de ninguna parte es el punto intermedio entre el mercado y el limbo, que es donde están los personajes de los cuentos. El libro lo publicó Olleros & Ramos, con una colección muy bonita con cinco o seis libros, de Muñoz Molina, Reverte y Luis Mateo, fue un capricho de editor. Se vendieron, se agotaron y desapareció. Este año Alfaguara quiso recuperarlo y yo encantado, porque uno escribe para que sus libros estén vivos y no muertos.

—¿Todos los personajes están domiciliados en una tierra de nadie?

—Es una metáfora. Seguramente, son máscaras del autor, como todos los personajes literarios. Casi todos, aunque tengan nombres y apellidos, son más reflejo de mi personalidad que la de ellos. Son personajes desubicados, como todos mis personajes. Me interesa la gente que está incómoda en el mundo, porque yo me siento incómodo en el mundo y me siento reflejado en ellos. Del acomodamiento no sale nada bueno.

—¿Se ha sentido alguna vez así?

—Sí, muchísimas veces. Por eso escribo estos cuentos en este tono, que es el tono general de todos mis cuentos. Digamos que me siento un extranjero en el mundo; en el sentido de El extranjero , de Albert Camus, del que se siente extrañado de la realidad.

—Vayámos uno a uno. Hábleme del relato ‘Un cadáver de pavo en la nevera’...

—Habla de la incomunicación. Parte de una anécdota real o semirreal. La historia de un hombre que se cuelga de la lámpara con el pavo de navidad en venganza de su matrimonio, me lo contaron como real y a partir de ahí escribí un cuento. Es un relato sobre la incomunicación con un final esperpéntico.

—¿’Piloto suicida’ es el surrealismo llevado a sus máximas consecuencias?

—Más que surrealista sería la realidad kafkiana. Es algo que nos ocurre de vez en cuando a casi todos, vivir situaciones en las que sin comerlo ni beberlo acabas en un callejón sin salida y cada uno sale por un lado. También habla de la incapacidad de sobrevivir al absurdo de la existencia.

—’Nocturnidad’ está dedicado a su amigo Tacho Getino...

—Hay gente que lo lee como si fuera un acta notarial, pero es un homenaje a Tacho, partiendo de una anécdota de su propia vida, cuando tenía un bar. Está exagerado, pero hecho con todo el cariño. En lugar de dedicar estos cuentos a mis amigos, sin su consentimiento ni avisarles, les convertí en personajes. Este cuento habla de toda esa gente que, como Tacho y como yo, hemos vivido más de noche que de día. Un homenaje a esa gente que vive a contraluz y a contrapie. Trata sobre los que viven del revés, que es la gente con la que me relaciono.

—El relato ’La novela incorrupta’...

—Parte de una anécdota real que me contó José Antonio Llamas. Es un homenaje a esa gente exagerada y apasionada y que por eso son tan interesantes; Toño es uno de ellos y es un gran poeta torrencial. Cuando los cementerios se llenaban, abrían las tumbas de los más antiguos para meter a los nuevos fallecidos. Cuando abren la tumba de la bisabuela de Llamas, descubren que está intacta. Eso dio lugar a páginas...

—’Paso a nivel sin barreras’...

—El personaje está inspirado en uno de mis mejores amigos, que murió relativamente joven y que aparece con el apodo de Modoso. Una de sus mayores virtudes o defectos es que era la persona más testaruda que he conocido. Convirtió su intransigencia en algo admirable o deleznable, según se mire. El cuento lo escribí coincidiendo con un reportaje sobre el cierre del Hullero y él me acompañó. Afortunadamente, el tren lo volvieron a abrir.

—’El padre’...

—Una historia que tiene anclajes de la realidad. Es el resultado de la impresión que me produjo el relato de una novia que tuve hace mucho tiempo. A ella, la ausencia del padre, le había marcado.

—’No se mueve una hoja’...

—Es el que más me gusta. Si tuviera que salvar un cuento sería éste, donde no ocurre nada desde el punto de vista argumental. Lo importante es la música de las palabra y la atmósfera que se construye con ellas. Es una visión de la paz y de la vejez.

—¿Sintió la tentación de retocar alguno o añadir más cuentos?

—No. Lo explico en la introducción. Con el paso del tiempo los libros los vas recuperando porque acaban descatalogados. La primera vez que recuperé un libro tuve la tentación de retocarlo y al final creo que es un error. El Photoshop no lo puedes aplicar al pasado. Un libro es una foto de tu vida. Aunque no te guste, como las patillas o los pantalones de campana que usases en ese momento, no lo puedes cambiar.

—Cuando tiene delante un libro como este, de hace veinte años, piensa: ¿qué bien escribía o ¿qué bien ha aguantado el paso del tiempo?

—No me he vuelto a leer nunca. El único que no lee sus libros es el autor. Aunque los leas lo que recuerdas es lo que había cuando escribías esa página. Así que no pienso nada, porque no los leo.

—Todos estos cuentos destilan cierto sentido del humor y cierta melancolía.

—Es que seguramente es mi propia definición. Soy alguien que está entre el humor y la melancolía. Son las dos armas que conozco para sobrevivir a lo que me rodea.

—El título del libro no corresponde al de ninguno de los siete relatos, ¿alude a su añorado Vegamián?

—Es una expresión americana que se usa para definir esos lugares que están en mitad de ningún sitio. Alude a la gente que está y no está.

—Ya no existe ni la editorial (Olleros & Ramos) que publicó ‘En mitad de ninguna parte’, ¿eso le produce nostalgia?

—El que mejor ha definido el paso del tiempo y que avanzas hacia la vejez es Gamoneda en Arden las pérdidas . Cada vez hay más pérdidas en la memoria, de lugares, editoriales, bares... que ya no están. Eso forma parte de un sedimento. Llamé a Julio Ollero y tengo pendiente entregarle la nueva edición. No sólo recuperé a Ollero tras veinte años, sino las historias del pasado.

—Hace veinte años el relato breve no era tan apreciado como ahora.

—No lo sé. Hay modas. El cuente siempre se consideró un género menor. Par mí los géneros son las herramientas. No hay una herramienta mejor que otra, depende, como en jardinería, del trabajo que tengas que hacer. Lo que sí hay, desde el punto de vista del mercado, es géneros que se ponen de moda. A mí los cuentos siempre me han gustado, aunque los he cultivado poco. España es un país de grandes cuentistas, como Luis Mateo Díez.

—La corrupción tan actual es un asunto muy presente también en la tradición literaria.

—Sí, si leyéramos a los clásicos veríamos que ya ocurre en tiempos de Cervantes.

—¿Nos falta sentido del humor y nos sobra drama?

—Muchísima gente no está para muchas bromas. Hay un drama en millones de familias. El español no tiene tanto sentido del humor consigo mismo, al contrario que los ingleses. El español puede hacer chistes de los demás, pero sigue siendo un hidalgo orgulloso.

—Esta España de la que se han dolido tantos escritores, ¿tiene arreglo?

—Es un fracaso como nación. Llevamos 500 años y no nos ponemos de acuerdo en lo que es España desde el punto de vista administrativo. Desde el punto de vista moral, los problemas del país son los mismos desde la época de Quevedo.

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