Diario de León

«Un hombre sin recuerdos es un hombre sin historia»

Crémer disfrutando de un café con churros en la cafetería que frecuentaba a diario

Crémer disfrutando de un café con churros en la cafetería que frecuentaba a diario

León

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Decía que podía permitirse ser sincero y que veía el forro de las cosas. A través de varias entrevistas, esto es lo que pensaba el maestro Victoriano Crémer del mundo y de los hombres...

—Victoriano Crémer.

—Sólo un hombre.

—Un poeta.

—Quevedo.

—Un lugar.

—León.

—Un premio.

—La amistad y el reconocimiento de la gente de mi alrededor.

—Una frase.

—Tanto penar para morirse uno...

—Un amigo.

—Todos.

—Un libro.

—El Quijote.

—¿Dios existe?

—Sí. Y si no existe, habría que inventarlo.

—«El recuerdo es lo único que el hombre soporta sin remedio».

—Tengo una gran memoria. Pero, sobre todo, tengo recuerdos. Un hombre sin recuerdos es un hombre sin historia (que si muere va al limbo de los tontos).

­—Sus enemigos.

—No tengo enemigos. El que alardee de ser mi enemigo está incurriendo en un delito de vanidad. Los enemigos los hago yo y, hasta ahora, no he hecho ninguno.

—¿Perdona y olvida?

—Perdono siempre, pero no olvido jamás.

—¿Cuál es su mejor recuerdo?

—Me casé por amor, que es difícil y raro en estos tiempos de cálculos.

—El amor...

—Vivir enamorado es a lo máximo que se puede aspirar en este mundo. Quien no está enamorado y juega con subterfugios, se engaña a sí mismo.

—¿Le importa lo que piensen los demás de usted?

—Me importa un pepino el concepto que tengan los demás de mí. Yo estoy a bien conmigo mismo. No tengo nada que reprocharme.

—¿Por qué ha escrito tanto?

—Escribo más que «El Tostado» (Alonso de Madrigal)... No hago más que escribir, porque tengo muchos compromisos. La gente me pide cosas rarísimas, hasta un verso para una comunión.

—¿Siente que escribe siempre el mismo libro?

—Todos escribimos siempre el mismo libro. Cambiaremos el tema o lo desarrollaremos de distinta forma, pero siempre detrás de todo lo que haces estás tú siempre. Cuando salió El palomar del sordo dije que era lo último que escribía. No es verdad. Escribiré hasta el fin de mis días. Me cogerán con la pluma puesta.

—¿Cómo se toma la vida?

—Soy un hombre trágico. En la escuela siempre hacía el papel más dramático.

—¿A quién le diría cuatro cosas?

—Si tuviera confianza en Dios le preguntaría por qué ha hecho así este mundo y al hombre como es, tan perverso, cobarde y contradictorio. Pero, ¿a quién se le puede decir eso? A un político, no. Un político no puede ser consecuente.

—¿Está en guerra consigo mismo y en paz con los demás?

—Estoy en guerra conmigo, porque no tengo interlocutor. No tengo mujer ni hermanos. Mi mujer era mi confidente. Era una bella analfabeta. Pero todo se lo leía primero a ella. Y no fallaba. El instinto peculiar de la mujer es más sensible. Si aceptaba algo que le leía, podía tener la seguridad absoluta de que acertaba en el juicio. No puedes confiar en ti mismo, porque te puede perder la vanidad.

—¿Qué es lo mejor y lo peor que han dicho de su obra?

—Si he hecho algo mal es porque no supe hacerlo de otra manera. Los que escribimos en un periódico tenemos la responsabilidad de mantener la integridad y la liberad personal, y procurar no ofender. He tratado de salvar el honor de las personas; con las instituciones, en cambio, siempre me meto.

—¿No ha sentido el aburrimiento de escribir?

—En un señor de 100 años el aburrimiento es muy doloroso. Lo he pasado mal, mi biografía ha sido muy accidentada, he pasado por todos los trances de la vida, pero la soledad radical es terrible. La única forma de rellenarla es escribir y leer.

­—¿Por qué es tan duro consigo mismo?

—He pasado hambre real. Salía de casa en busca de un duro, que era ir en busca de una fortuna. Hacía de todo, desde vendedor ambulante a ayudante en una agencia inmobiliaria. También he sido mancebo de botica y tipógrafo. Los hijos de los pobres, como no fueran listos, se morían de hambre.

—¿Cree en la libertad?

—El hombre es libre o cuando menos debe intentar ser libre. La vida es una lucha continua.

—La Iglesia suprimió el limbo...

—¡Con el juego que daba! La Iglesia, que es muy lista, se había inventado un lugar para los niños que morían en estado de gracia. ¿Qué hacen con esos niños ahora? ¿Se los comen?

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