Diario de León

Su mundo narrativo: un tren a Maceda

Victoriano Crémer dejó un gran número de novelas sobre la guerra. Las novelas y ensayos del poeta siguieron los cauces marcados por su obra poética. La guerra y el amor son los ejes de su obra narrativa

Victoriano Crémer fotografiado para la obra ‘Ante el espejo’

Victoriano Crémer fotografiado para la obra ‘Ante el espejo’

León

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Victoriano Crémer escribió dos ensayos, ambos biográficos. En el primero de ellos, El libro de San Marcos , habló de su paso por el campo de concentración y de la ciudad, fría, inhóspita, cobarde y trágica que le acompañó durante aquellos años: «Así, con el más alucinante de los ejercicios solía comenzar nuestra jornada de retenidos. Se trataba de sobrevivir. Se abría la celda con un furioso rechinamiento de hierros que era como un aviso de dureza, de amenaza (...) porque en seiscientos segundos teníamos que lavar nuestro menaje, plato y cuchara, y fregarnos nosotros en la gran fuente circular con recipiente desbordante para abrevadero de caballos, mientras bebíamos hasta que el agua nos salía por los ojos, y correr hasta las letrinas, ya inmundas, ya inundadas, ya cubiertas de mierdas, de vomitonas, de sangres, y provocar nuestras defecaciones y volver al lugar de concentración antes de que los guardianes y los milicianos cristianísimos irrumpieran con sus vergas, con sus machetones, con sus mosquetes, manejados como mazas y corvintieran a los rezagados en espantosas figuras rebozadas en porquerías (...)».

En 1993 presenta Ante el espejo, unas memorias en las que el escritor llega hasta los años sesenta en sus afanes por ‘notificar’ sus recuerdos. En esta obra se agarra a su visión subjetiva de escritor para contar «la confusión» que inundó León tras la guerra. «Son los hechos como yo los viví, porque estuve allí, como protagonista o como agonista». Sin embargo, con Ante el espejo , Crémer no abrió heridas: «No pretendo sacarme ninguna espina, ni curar ningún resentimiento ni llaga, no las tengo. Y por una razón, porque tengo una carnadura muy buena, una conciencia muy sana, y las heridas se me curan enseguida, cicatrizan extraordinariamente bien», destacó en una ocasión.

También autobiográfica puede considerarse La cueva del minotauro . Publicada en 1988, en ella Crémer novela las pequeñas historias de la guerra, como la del minero Mariano o el cura José.

En cuanto a la novela, destaca El libro de Caín , en la que el poeta realiza una recreación de la historia de la Biblia. Tras ella llegó Historias de Chu-Ma-Chuco (1970), en la que que cuenta los momentos previos a la guerra y qué lleva al estallido de la conflagración. Y en Los trenes no dejan huella , Crémer dibuja a un viejo exiliado que regresa cincuenta años después para recomponer el crisol de recuerdos rotos.

Con La Casona evoca una vivienda de patios de vecindad, situada en la simbólica calle de la Canóniga, al costado de la Catedral. En este libro, como en otros del autor, el lugar es tan importante como lo que sucede en él, no siempre rescatado de su propia biografía; de ahí que Crémer prefiriera para calificarlo el término «desmemorias». En esta obra, Victoriano Crémer novela la formación de un joven al que las circunstancias obligan a madurar con rapidez y en él aparece Maceda, álter ego literario de la capital leonesa.

En 1994 publica Los extraños terroristas de la Sábana Santa . De nuevo, la historia se desarrolla en Maceda: «Una novela de trama, de acción, de episodios en los cuales sucederán cosas y en donde hombres de carne y hueso, como cualquiera de nosotros, aman y aborrecen, hacen la guerra y mueren entre escombros», destacó el poeta durante la presentación del libro. Destaca el crítico José Enrique Martínez que, con esta novela, Crémer quiso dar una explicación al vaciamiento moral de una ciudad de sólidos pilares históricos: «La respuesta la tiene el novelista desde el principio: la corrupción de la cúpula, desde donde se extiende el óxido a todas las capas sociales».

Tres años después escribe una fábula sobre mujeres: La Parábola de Amalia ‘La Petarda ’. En ella, Victoriano Crémer esboza un cuadro de las mujeres de la guerra civil, de sus desventuras y tribulaciones y, por lo tanto, de la contienda misma a través de un suceso acaecido, como no, en Maceda: «En Maceda, históricamente, se vive en guerra permanente. Los unos contra los otros, por esto, por aquello, por lo de más allá. Se producen plazos de aparente entendimiento, de transigencia, pero sólo son apariencias. Cuando los macedanos no se están asesinando es que se están preparando para la matanza».

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