Diario de León

Tras la pista de Toro Sentado

l. El autor francés Edmond Baudoin publica ‘Los hijos de Sitting Bull’, una obra gráfica que sigue las aventuras de su abuelo por el Oeste. los hijos de sitting bull Edmond Baudoin Editorial Astiberri. 96 páginas. 17 euros.

thomas salva

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luis enrique fácil
León

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Edmond Baudoin (Niza, Francia, 1942) tiene muy claro que el viaje, como travesía existencial y no sólo como desplazamiento geográfico, es un punto de partida esencial para sus novelas gráficas, y le gusta precisar que lo hace por la aventura, no porque le gusten los viajes de vacaciones.

Así lo asegura en una entrevista con Efe con motivo de la publicación en España de Los hijos de Sitting Bull (Astiberri), una obra gráfica que sigue las aventuras de su abuelo por el Oeste americano a finales del siglo XIX, lo cual le sirve también para reflexionar sobre la violencia ejercida contra el pueblo amerindio durante la colonización. Baudoin decidió plasmar en un cómic las andanzas de su abuelo Félix y describir al tiempo los efectos de la colonización, porque, según reconoce, «me afectan las dificultades que todavía sufren hoy los indios tanto en América del norte como del sur».

Además, considera que el hecho de tener en su familia un abuelo «americano» que vivió algunos de estos acontecimientos le permite, desde un punto de vista moral, «criticar esa situación», sin que le digan por qué se «mete». En cualquier caso, el autor recrea en sus dibujos las imágenes que se forjó en su mente de niño, cuando escuchaba de boca de su mayores cómo su abuelo viajó a América en un barco ballenero, sus cabalgadas por los espacios abiertos de aquel continente o su relación con el conocido cazador de bisontes Buffalo Bill.

Y lo hace mediante fuertes y vívidos colores que contrastan con el blanco y negro del que se sirve para describir episodios puntuales de su vida en Niza, que ya narró de forma poética en Piero (Astiberri).

«Es verdad -afirma- que lo que podían vivir nuestros antepasados era extraordinario, sin disponer, como nosotros, de medios de transporte rápidos, y lo cierto es que me costó seguir a mi abuelo en sus periplos. Me sorprenden las distancias geográficas que recorrió». Reconoce que, además de la pasión por la aventura, las páginas de su libro contienen una revisión crítica de la historia, que vincula a la sensibilización que experimentó durante su estancia en Quebec (Canadá) hacia los problemas de los amerindios. Una preocupación que le llevó a viajar a México y a Colombia y de la que surgen dos de sus obras más aclamadas, ambas en colaboración con el dibujante francés Troubs, Viva la vida, un homenaje a las mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez, y El sabor de la tierra, en la que un pueblo colombiano lucha por su supervivencia. En todas estas creaciones, la «enfermedad» del viaje es el punto de partida sobre el que se asienta la narración.

«Viajo mucho -insiste- y lo hago para hacer libros y por la aventura, para ponerme en peligro, aunque también pienso, como el filósofo Deleuze, que uno puede desplazarse sin moverse». Asegura al tiempo que una gran parte de la población europea ya no tiene en su mente la imagen clásica del indio como un ser sanguinario y violento, y que existe una clara «sensibilización» hacia los problemas a los que se enfrentan estas poblaciones indígenas en la actualidad.

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