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poesía

Rescatar la alegría

duermevela Eduardo García Premio Ciudad de Melilla, Visor, Madrid, 2014. 66 páginas.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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Con La vida nueva (2008) obtuvo Eduardo García el Premio de la Crítica. Con su nuevo poemario, Duermevela, el Ciudad de Melilla. Comienza este con un poema que parece una declaración de principios. La poesía es para el autor un modo de adentrarse en lo desconocido, de jugarse la vida a una carta, de temblar de esperanza y emoción al ver alzarse sobre la página el edificio verbal del poema, de dejarse llevar por la intuición hacia la revelación del secreto, de permanecer siempre a la escucha y de calibrar uno mismo si al lucha ha merecido la pena.

Afirma el poeta que hay dos presencias sobrevolando sus versos, dos mujeres, la madre y la compañera, «mi duermevela». «Mamá llama a comer, quizá es domingo», recuerda un poema desde un hoy destartalado porque aquella ya no está y «se anuncia el luto en el mantel». Por otro lado, la mujer que acompaña al poeta impregna los poemas de amor, desde la delicadeza de sus caricias a la furia del acto amoroso, en el que despierta la materia y están «los cuerpos en combate / imantados de goce», momento en el que «arde la savia y entra en erupción», para volver después las aguas al cauce de lo cotidiano. El universo entero participa del incendio amoroso: «a tu paso enloquecen los relojes», «se incendia el calendario», «las nubes amenazan descargar» y se sobresalta la jungla. Es un amor en tensión, sea en la espera de la mujer amada o en su misma presencia clamorosa. Pero el tono cambia en la segunda parte del poemario, que si comienza con la alegría y la plenitud de «Albada», pronto se torna en sombra mortal, en el sentimiento de vivir en el cuerpo de un difundo que, aunque parezca ajeno, no es otro que el de uno mismo, de ese yo que camina «con mi ataúd al hombro «, que viste «el traje de un muerto» y que «entre estertores contemplo mi cadáver». Alienta ahí el problema de la identidad del sujeto. El poeta, que dispone de una fecunda imaginación, reduce después sus poemas a breves apuntes que van de la realidad exterior al sentimiento íntimo, para finalmente expandirse en piezas de amplio recorrido, en versos desatados que proponen, frente a la muerte de cada día, rescatar la alegría, «manar, cantar, ver los días fluir, desvanecerse, / asistir al olor de la fruta madura».

La poesía de Eduardo García arbitra poemas cuidadosamente construidos y distribuye copiosas imágenes que pudieran ser torrenciales si el poeta no las sujetara con la brida de la palabra precisa y el equilibrio rítmico.

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