«La literatura ha pasado a ser un mercado»
l. El médico leonés José Luis Conty hace su primera incursión en la literatura con ‘Los caminos del agua’. Los caminos del agua” es la primera novela de José Luis Conty (León, 1957), que, además de testificar la presencia de un excelente narrador y contador de historias, confirma la tradición de médicos-escritores de la que es pródiga esta tierra
La novela fue finalista del Premio Círculo de Lectores 2014 y en ella hay una intensa mezcla de aventuras, amor, intrigas y sentimientos. En formato digital, se accede a su lectura en el sello arrobabooks.
-¿Cuál es básicamente el hilo conductor de ‘Los caminos del agua’?
—Mi intención, en relación la trama de la novela fue doble, por un lado atrapar al lector, entretenerle y hacerle desear que las horas se alarguen para así poder seguir leyendo y por otro provocar sentimientos que le conduzcan a plantearse los porqués de la historia.
Para ello elegí como fórmula la aventura, la intriga, con un fondo de personajes que entrecruzan sus vidas en relación con un hecho violento, un crimen.
—Esta es su primera novela. ¿Dónde se asientan las raíces de su vocación como escritor?
—No creo en las vocaciones, más bien creo en las influencias y en los sentimientos que piden ser desarrollados. Si hablamos de sentimientos, quizás la literatura pretenda expresar la necesidad que uno tiene de entretener al lector, de descubrirle algo o de provocarle sensaciones...
Y si hablamos de influencias, escribir es una consecuencia de la lectura. Leer supone recrear con la imaginación la historia que otro ha escrito. Cada vez que alguien lee un libro lo reescribe de nuevo en su mente, y ese es el embrión del escritor. Después la influencia de quienes te han enseñado a disfrutar leyendo o la admiración por quienes son capaces de contar bien una historia, hace que en un momento dado el lector pase de ser un escritor solo para sí mismo a ser escritor para los demás.
—Contar historias parece una circunstancia familiar, de tradición oral, para muchas generaciones de leoneses. ¿Hay algo de esto en su caso?
—Sí, por supuesto. Pienso que si hay actualmente en León tantos y tan buenos escritores es en parte gracias a que mi generación y las anteriores aún pudieron disfrutar de esa tradición oral que sin duda les empujó a escribir.
De niño, pasaba los veranos en San Cristóbal de Entreviñas, un pueblo entre León y Zamora donde mis abuelos ejercían de maestros, y mi abuelo Juan Antonio, que era todo un personaje, reunía por las tardes a vecinos y amigos en una tertulia, estilo filandón. Allí lo mismo se contaban cuentos, que se explicaba cómo había ido ese día la pesca o se relataban hechos reales y, en parte, mi interés en la escritura puede venir de esa tradición oral de los pueblos leoneses.
—Eduardo, uno de los protagonistas, es médico, igual que usted. Hay una notable tradición entre nosotros de médicos-escritores. ¿Esta condición proyecta alguna mirada especial sobre la condición humana?
—Para mí medicina y literatura pueden ser un intento de expresión de sentimientos similares y de ciertas influencias comunes. Es posible que a esto se deba el que un número importante de médicos acaben inclinándose por la escritura. Hay incluso casos de médicos, que, como Pío Baroja, abandonaron la medicina para escribir.
Por otra parte, la medicina permite acercarse al ser humano más directamente, quizás porque el paciente, a poco que esté comprometida su salud, se muestra al médico de una forma más sincera y puede que ese acercamiento sea el inicio de una cadena que despierte en el médico el interés, el análisis y finalmente la descripción de personas y situaciones.
—En la novela hay un fuerte contraste entre dos estilos de vida, el occidental y el oriental. ¿Qué define a uno y otro? ¿Cree que el nuestro es un modelo ya caduco?
—Actualmente las diferencias entre los dos modelos son cada vez menores. La globalización y sobre todo los medios de comunicación están occidentalizando a los orientales. Existen diferencias, claro está, y pienso fundamentalmente que están en relación con el fondo religioso de ambos tipos de sociedad. Creo que el budismo ha influido en que los orientales tengan un carácter mucho más sencillo, más respetuoso, menos ambicioso, sobre todo en las áreas rurales. Pero desgraciadamente ese respeto por los demás, por la vida en cualquiera de sus formas que los siglos de tradición budista inculcaron en la sociedad oriental, se está perdiendo vencidos por la sed del consumo y el modelo asiático cada vez se parece más al nuestro.
—¿Por qué Camboya como escenario?
—En realidad podría haber escogido casi cualquier otro país como escenario, incluso España, porque se trataba de poner de manifiesto las diferencias entre dos tipos de vida; uno, sencillo, rural, sin demasiadas ambiciones, respetuoso con la ecología y con las personas, y otro, el nuestro, complicado modelo de vida, influido por las pretensiones de notoriedad, por el consumo exagerado, por la vanidad, la falsedad en las relaciones y la importancia de las apariencias tan típica de ciudades pequeñas como la nuestra.
Lo que ocurre es que durante un viaje a Camboya me impactaron esa sencillez y esa alegría de la gente a pesar de vivir prácticamente en la indigencia, mezcladas con un ambiente en el que se dejaban sentir los flecos de la guerra del Jemer Rojo, la violencia y la monstruosidad del genocidio de Polt Pot y el budismo, que son para mí los determinantes de la historia reciente de Camboya.
—Parece que el mar es una de sus grandes pasiones, tal como puede deducirse por el tono y el lenguaje empleados…
—Por supuesto, estar cerca del mar es casi una necesidad. Puede que tenga algo que ver con la sensación de no verle los límites, con la pasión que mi padre nos trasmitió desde pequeños o quizás por el hecho de que junto con la montaña es uno de los pocos lugares donde una persona puede encontrarse completamente sola.
Navegar en solitario o ir al monte solo es como un veneno, sabes que puede ser muy peligroso, pero no puedes dejar de desearlo a pesar de sentir la intranquilidad del peligro que supone.
—En la novela se advierte un tono de pesimismo, de frustración. ¿Vivimos en un mundo abocado a ese estado de ánimo, a ese sentimiento?
—Creo que ser objetivos implica cierto grado de frustración y de pesimismo cuando ves que este mundo no avanza por caminos más justos, más basados en la solidaridad, en la sencillez y en la franqueza de las relaciones. En pleno siglo XXI cientos de millones de personas viven en la pobreza más absoluta y la intransigencia lleva a los seres humanos hasta extremos tan brutales como las guerras, los crímenes o el simple desprecio, mientras se extiende el culto al dinero, al gasto sin necesidad, al consumo y a lo fácil por encima de la razón y de la cultura del esfuerzo. Creo que negar esa realidad supondría aceptar el mundo tal y como es, y yo no lo acepto. Puede que por esa razón la novela parezca tener ese tono pesimista que implica ser objetivo, pero no es así, al final pretende ser un canto a la sencillez y a la imaginación con la esperanza para poder cambiar lo que no nos gusta.
—Hay cuatro personajes fundamentales. Perfilarlos no es cuestión fácil. ¿Se rebelan alguna vez? ¿Desobedecen al autor?
—Efectivamente los personajes principales (Eduardo, Channa, Lilly y Saloth Yatay) digamos que representan fundamentalmente, y por orden, la frustración, la sencillez, la arrogancia y la apatía. Quizás no deba hacerlo, pero quiero descubrir aquí que, además de otros personajes secundarios, hay un quinto personaje principal tan importante como los otros, aunque no se trate de un persona. Es «la selva», que se muestra, se ve, o se siente, de forma diferente según los personajes. La selva es una metáfora, y nuestra forma de ser, alegre y sencilla o complicada y misteriosa u opresiva y violenta, dependerá de cómo la percibamos.
Respecto a la desobediencia de los personajes, no sé si le pasa a otros autores, pero es cierto que a mí, algunos me pedían cambios y tenía la impresión de que eran impuestos, como si los personajes estuvieran vivos y se negaran a adoptar un papel determinado. Lilly es un ejemplo.
—Resulta llamativo el personaje de Saloth Yatay. ¿Cómo logró construir su historia o es real?
—No, todos los personajes son imaginarios, solo Pol Pot es real, aunque prácticamente todo lo que se relata sobre él en la novela es inventado. Construir a Saloth Yatay fue complicado porque quise dotarle con una personalidad definida por la guerra, por el adoctrinamiento desde la infancia para ser niño soldado y lo dibujé como un ser apático e indiferente. Eso podría hacer que el lector lo sintiera como un ser casi brutal y sin embargo mi intención era que le provocara la misma mezcla de sensaciones que a mí me provocó crearlo; una mezcla de fascinación, ternura y pena a pesar de la violencia que encarna.
—¿Cómo ve usted el panorama literario en el que acaba de entrar?
—La literatura ha pasado de ser una fuente de cultura a ser un mercado y como ellos se ha globalizado. Leer, para la mayoría de la gente, es sólo una fuente de entretenimiento, algo parecido a la televisión o a pasar un rato paseando por un centro comercial. No niego que ese deba ser un aspecto muy importante en la lectura, pero desde hace años se lee fundamentalmente aquello que proporciona una distracción fácil y yo diría que «boba» y eso conduce a olvidar que además debería ser un punto de partida para pensar, para generar dudas, para aprender, para conocer, para emocionarse…