Diario de León

«Si me psicoanalizo, igual dejo de escribir»

José María Merino, que el viernes presenta en León ‘La trama oculta’, publicará en breve la novela infantil ‘Las mascotas del mundo transparente’. ‘La trama oculta’, último libro de relatos del escritor leonés josé maría merino, es una especie de arca de noé en la que el académico expone la galería de todas sus modalidades cuentísticas

El escritor y académico leonés José María Merino, que acaba de publicar ‘La trama oculta’

El escritor y académico leonés José María Merino, que acaba de publicar ‘La trama oculta’

León

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Su lenguaje ‘limpia, brilla y da esplendor’ a la literatura, como cabría esperar de un académico que no para de fabular historias porque le divierte escribir. El próximo viernes José María Merino presenta en León (en la librería Alejandría) su nuevo libro de relatos, La trama oculta.

—¿Lleva la cuenta de los libros que ha escrito?

—No, la verdad es que tendría que empezar a contarlos.

—¿Cómo explica que un país que lee poco se trague ‘tochos’ como ‘Millennium’, ‘50 sombras de Grey’ o los novelones de Ken Follet?

—Hay que distinguir entre leer literatura y leer productos de puro entretenimiento. Leer literatura también es entretenido, pero hay mucha gente que prefiere la literatura banal, la que es simplemente para pasar el rato.

—Almóndiga, asín y toballa están en el diccionario de la RAE. ¿Se atreve a utilizar esas palabras?

—No las utilizo, pero si muchísima gente las usa, si están escritas porque se divulgan a través de textos y están en novelas... al final, las palabras, bien o mal, quien las organiza es el hablante.

—A usted que siempre le ha gustado experimentar con los géneros, ¿no le ha tentado el teatro?

—Lo intenté una vez, pero no se me da bien, no soy capaz de escribir teatro. Felizmente, mi hija Ana se ha puesto a escribir teatro. Así que alguien en la familia heredó un arte que no tengo.

—¿‘La trama oculta’ es un arca de Noé de sus cuentos?

—En La trama oculta está el repertorio, el menú de todos mis cuentos, de todas las modalidades y de todos mis estilos.

—¿Con qué estilo se siente más cómodo?

—Cada cuento plantea una cosa diferente. En unos hay una historia de odio latente; en otro, de desconcierto familiar; otro habla de una relación erótica de dama madura y adolescente; hay uno de una frustración de Navidad... Cada uno trata de tema y, por tanto, me siento a gusto en todos ellos. No incluí todos los cuentos que pensaba inicialmente para no que no se repitiesen los temas.

—¿Cómo es capaz de inventar tantas historias?

—Felizmente, se me ocurren. El día que se me dejen de ocurrir, se acabó. Digamos que tengo la suerte de que se me ocurren historias para escribir cuentos e historias para escribir novelas. Le estoy muy agradecido a las hadas.

—¿Cómo va esa novela que se le resiste?

—Con la promoción de La trama oculta y una serie de cosas más, está ahí la pobre. Espero poder retomarla en Navidad.

—¿Sigue sin título?

—Sí. Todavía no lo tengo.

—¿Un escritor que es académico tiene mayor carga de responsabilidad en lo que escribe?

—Posiblemente sí, en el uso de la lengua. Aunque hay colegas académicos que por lo visto no respetan las últimas normas de ortografía. Yo pertenezco a una corporación que ha acordado esas normas ortografía y, me gusten o no, tengo la obligación de respetarlas.

—¿No acentúa ya el adverbio ‘sólo’?

—Depende de la frase exacta. Si hay que hacer énfasis, lo acentúo.

—¿Escribe por vanidad, para vivir otras vidas, por diversión o por ninguna de estas cosas?

—O por todas ellas. Me gusta escribir porque disfruto. Es más, si cuando acabo una novela se desvaneciera, me llevaría un pequeño disgusto, pero nadie me quitaría lo bien que me lo he pasado escribiéndola.

—¿Y qué hay del sufrimiento del escritor en el proceso creativo?

—Habrá quien sufra. Yo si sufro mucho dejo de escribir y me voy a pasear, a nadar, al cine o me pongo a leer una novela. No sufro cuando escribo.

—¿De qué escritor tiene ‘envidia sana’ de lo bien que escribe?

—A veces, con algún cuento de Maupassant o de Chéjov pienso lo bien que está resuelto; o lo bien que está perfilado un personaje secundario en alguno de los clásicos del siglo XIX. Lo bueno de la literatura es que hay muchísimos maestros y no todos son perfectos.

—¿Qué ocurre con las palabras que se pierden?

—Ninguna palabra se pierde. Cuando una palabra sale del diccionario de uso pasa al diccionario histórico. La Academia atraviesa ahora el peor momento económico de su historia, pero el día que se pueda digitalizar ese diccionario histórico la gente se asombrará, porque verá que en cada palabra está toda su historia, toda su etimología y que ninguna de las palabras ha desaparecido de la realidad.

—¿No tienen dinero ni para digitalizar el diccionario?

—No, lo caro es hacer el diccionario. Lo tenemos avanzado, pero queda muchísimo por hacer.

—¿Se resiste a las redes sociales?

—Sí, ¡qué le vamos a hacer! Me he hecho mayor y no tengo tiempo. Prefiero dedicar el tiempo a esa novela que se me resiste. ¡Bastante tiempo pierdo atendiendo el correo electrónico!

—¿Cuando escribe piensa en el ritmo o la música de las palabras le sale sola?

—Pienso en que la forma que doy al texto responda lo más fielmente posible a la idea que quiero contar. Si eso suena musicalmente bien, maravilloso; pero lo que busco es la precisión.

—¿Se imagina qué pensará de sus libros un lector del siglo XXII?

—No lo sé. Ojalá le guste algún cuento. A lo mejor un famoso escritor de hace dos siglos igual hoy no lo conoce nadie y no está ni editado. Ojalá en el siglo XXII si algo mío cae en manos de un lector espero que, por lo menos, lo entienda.

—Se ha adentrado en el mundo del psicoanálisis, ¿hasta dónde ha llegado?

—No me he psicoanalizado nunca, porque si me psicoanalizo igual dejo de escribir. Me interesa muchísimo el psicoanálisis, porque, al fin y al cabo, la gran novela es una manera de psicoanálisis. Freud era un gran lector de novela. Aprendió español para leer a Cervantes en español. El complejo de Edipo o el complejo de Clitemnestra vienen de la literatura. Utilizando referentes literarios, Freud da forma su Teoría del Psicoanálisis. En cierto modo, escribir es practicar el psicoanálisis.

—¿Con qué corriente del psicoanálisis conecta?

—No he llegado a Lacan. A mi me gustan Freud y Jung, aunque los expertos digan que no son compatibles.

—¿Qué hay en la otra orilla?

—No lo sé. Puede haber cosas terribles, hermosas esperanzas... la muerte, esa seguro que está. La otra orilla es algo incógnito e indescifrable.

—¿Tiene abandonado al público infantil?

—No, en absoluto. Próximamente publicaré en una pequeña editorial una novela corta que se basa en una canción muy leonesa, la Pimpineja. En el libro, esa canción abduce a los protagonistas a un mundo transparente, donde son utilizados como mascotas.

—¿Cómo se titula la novela?

— Las mascotas del mundo transparente.

—¿Es capaz de estar al día de tanta trama de corrupción?

—Esa sí que es la trama oculta de la realidad y, además, es una trama inverosímil. Que de pronto Rato, sindicalistas serios, gente perteneciente a partidos de uno y otro signo estén todos pringados en esa trama, parece inverosímil. Si eso lo escribiera en un cuento, me llamarían sectario...

—¿Todo el mundo tiene una trama oculta?

—Creo que sí. La literatura, al analizar psicológicamente al ser humano, muestra esas cosas que hay debajo de las apariencias, como las supuestas simpatías que esconden una envidia, los supuestos enfados que son un disimulo o la gente capaz de parecer leal y ser desleal.

—¿Cómo se aprende a escribir tan bien como usted?

—Leyendo y escribiendo; no hay otra manera. Me lo paso bien escribiendo, pero me cuesta.

—¿Por qué está minusvalorado escribir con sencillez?

—Este país tiende al barroquismo. Aquí admiramos a escritores que con el paso de los años sólo les ha quedado el barroquismo. No leemos y encima lo que nos gusta es lo Barroco.

—Cuando discuten filólogos y escritores en la RAE, ¿quién gana?

—A veces hay discusiones por palabras, lo que nos sirve para que los escritores nos quedemos pasmados de la erudición de los filólogos o para que los filólogos descubran lo divertidos que podemos ser los escritores.

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