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El paciente cabreirés

EL JUEVES MURIÓ EN BILBAO RAMIRO PINILLA (1923-2014), DECANO DE LOS NOVELISTAS ESPAÑOLES. HACE 37 AÑOS VINO A LEÓN PARA PRESENTAR UN ATROZ TESTIMONIO SOBRE LA NEGRA POSGUERRA, PROTAGONIZADO POR UN MALTRATADO CABREIRÉS. . divergente

El escritor vasco Ramiro Pinilla

El escritor vasco Ramiro Pinilla

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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El éxito multitudinario de Papillón, único texto literario que parece llegó a diezmar como lector el presidente Adolfo Suárez, llevaría a Pinilla a una inmersión pasajera en el realismo testimonial, para dar cuenta del universo bronco de Antonio Bayo, un leonés de la Cabrera que paseó su marginalidad por las cloacas de la supervivencia. Ocurrió en la segunda mitad de los setenta y aquel libro supuso un paréntesis de realismo documental en la trayectoria literaria de Ramiro Pinilla, que había ganado un Nadal de calidad y el premio de la Crítica con Las ciegas hormigas (1961), antes de tocar diez años más tarde el Planeta como finalista con Seno . Era octubre de 1977 y Pinilla se tomó sus cautelas. La primera fue disimular el nombre del pueblo, que era La Baña y llamó Las Piedras. También el protagonista camuflaba su apellido con la inicial, mudando su mote de Ruso por Rojo. Todos estos enjuagues los deshizo Pinilla treinta años después, en la edición ya despojada de prevenciones de Tusquets. Para entonces, Antonio Bayo (1934-1979) había muerto atravesado por una forca, en la bronca familiar que protagonizó con un cuñado guardia civil en el pueblo gallego de su nueva vida.

COMPROMISO DE CALIDAD

Recién estrenada la democracia, Ramiro Pinilla vivía en su Walden utópico de Getxo, dedicado a escribir, publicar y tratar de vender sus libros al margen de los circuitos comerciales. Para eso fundó Libropueblo, un invento editorial que ponía en evidencia la exageración de los precios de los libros, después de haber ganado el Nadal y haber rozado el Planeta. Eso había sido entre sus 38 y sus 48 años, al borde ya del medio siglo. Antes fue marino mercante un par de años y luego chupatintas en la empresa municipal de gas, doblando la tarde en la editorial Fher, que publicaba cromos de fútbol y tebeos. A la pasión del fútbol dedicó su libro Aquella edad inolvidable , aparecido hace un par de años. Su estreno lejano había sido con una novela policíaca, que publicó bajo seudónimo siendo todavía veinteañero. Con un protagonista de su pueblo, un escritor fracasado y amante de los libros. El ídolo (1958) fue la primera novela firmada con su nombre, que recibió el premio de la editorial jesuítica El Mensajero. Una década más tarde, entre la novela del Nadal y la del Planeta, publicó En el tiempo de los tallos verdes (1969), cuyo protagonista es un niño que descubre la mancha de un crimen desde su silla de ruedas.

Después de la decepción del Planeta, en 1972 grabó durante meses la confesión de Antonio Bayo, el paciente cabreirés, que acudió a él animado por el éxito de Papillón . Pero las grandes editoriales le rechazaron el libro, que consideraban impublicable en España. Tampoco el nombre de Pinilla era entonces un pasaporte de éxito comercial, que es el que importa. Además, les había afeado el negocio con su invento de Libropueblo, que vendía los libros en la calle y a precio de coste. Por fin, vio la luz en Albia, un sello bilbaíno de Espasa que se estrenó con El jardín de los frailes de Azaña . Eran 686 páginas repartidas en dos volúmenes de factura maleja que llevaban en portada el reclamo de su mano mutilada. En pocos meses, mayo de 1978, alcanzó la tercera edición. Luego la muerte del protagonista y la desaparición de la editorial embarrancó el libro durante treinta años, hasta que el éxito de su magna epopeya vasca Verdes valles, colinas rojas (2004) lo recuperó en 2007, ya despojado de veladuras. En la nueva edición, su título es Antonio B. El Ruso , ciudadano de tercera y recupera datos y referencias de su atravesada biografía que en la primera versión aparecían disimuladas.

MALA ACOGIDA

Antonio Bayo era conocido en La Baña como el Ruso por el color de su pelo, más zanahoria que trigueño. Allí padeció los guantazos de la extrema pobreza, pasó por unas cuantas prisiones y estuvo tres años recluido en el manicomio provincial, por acusar de incesto a su primera mujer. Al salir el libro, en octubre de 1977, acompañó a Pinilla en la gira promocional y con él vino a León. Para entonces, Antonio Bayo estaba colocado como guarda de una fábrica en el País Vasco. Pero las cosas que contaba alteraron a los alguaciles de nuestra comarca maltratada. Pinilla recordó en la nueva edición el impacto de aquella presentación leonesa, en el salón de la Caja. Sobre todo, al evocar la escena de los vecinos de La Baña echando de comer a los coches de la comitiva del gobernador, estacionados en el pueblo, fejes de verde y paja. Como ocurriera trece años antes con el viaje de Carnicer, los sucesos que relataba desataron el rencor hacia una víctima que se atrevía a revelar los episodios de brutalidad de aquella España irredenta. Sin concesiones tremendistas, a través de una prosa comedida, que concedía a su alegato la fuerza de un insoportable revulsivo. No quiero recrearme en las vejaciones, pero recomiendo la lectura. Porque es una historia vibrante y poderosa que nos concierne.

Desde sus primeras novelas y de manera más acusada en su epopeya vasca de madurez, Ramiro Pinilla se muestra dueño de una escritura faulkneriana, que cultiva la raíz mítica de la fabulación con un fraseo demorado, enlazando racimos de historias con el vínculo inquietante de la zozobra. Sin embargo, en el relato cabreirés pone su estilo al servicio de la confesión, consiguiendo la obra que puede considerarse como el testimonio documental más impactante de la literatura española contemporánea. Un relato escrito con un estilo invisible, depurado de cualquier adorno decorativo o truculento. Ni peina la realidad ni alborota sus conmociones.

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