Diario de León

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Un Cervantes confidencial

CUANDO RECIBIÓ EL MÁS ALTO GALARDÓN DE LAS LETRAS EN 2002, JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO TODAVÍA NO ESTABA EN EL CANON CIRCULANTE, A PESAR DE LOS ALDABONAZOS PREVIOS DEL PREMIO DE LA CRÍTICA. divergente

Imagen del escritor castellano José Jiménez Lozano

Imagen del escritor castellano José Jiménez Lozano

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ERNESTO ESCAPA
León

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U n ramo de galardones llamativo en un escritor de culto, que de aquellas rifas sacó en limpio un mejor acomodo editorial momentáneo para sus textos creativos. Pero nada de esto pareció suficiente a los responsables del Diccionario de Autores, publicado por el Ministerio de Cultura y la Fundación Sánchez Ruipérez con el subtítulo de Quién es quién en las letras españolas. Para que el lector se haga una idea de la seriedad del negocio cultural, los promotores de ese mismo repertorio se ufanaban de incluir en su repertorio más de dos mil escritores. Como si aquello fuera el recuento de borregos en el aprisco. A bulto y por encima. Desde luego, no faltaban en el censo fugaces chicuelos de sintaxis griposa ni damas afligidas por el desconsuelo. Quien no figuraba era José Jiménez Lozano (1930).

Más de veinte novelas, diez libros de relatos (a su vez seleccionados en tres o cuatro antologías), seis volúmenes sucesivos de diarios y confidencias, otros tantos de artículos, una veintena de ensayos y media docena de poemarios acreditan su prestigio como ensayista, poeta singular, observador a su aire y también como narrador de historias que nos traen peripecias angustiadas y plantean dilemas acuciantes. Precisamente estos días ven la luz los relatos de Abram y su gente, en los que vibra el murmullo de las historias bíblicas. No es su primera aproximación a personajes y episodios de la historia sagrada. Tampoco a sus batacazos. Otras novelas suyas se acercan a ese universo, aunque de forma escasamente canónica y sin prescindir nunca de su proyección sobre el mundo que nos rodea. Sus libros no se atienen a las hormas académicas y el resultado es que ni los novelistas ni los poetas ni los ensayistas de nómina lo consideran uno de los suyos, sino como un raro escritor que toca todos los palos sin cuidar el correcto etiquetaje de su casilla en el escalafón. Sin ceñirse nunca a los dictados de la moda, Jiménez Lozano ha seguido alimentando su obra literaria con frecuentes reflexiones sobre el protagonismo de las víctimas, la memoria como escenario de la única vivencia realmente humana o la consoladora incidencia del arte en la vida de los hombres. Una obra nada convencional, que admite del lector casi todas las respuestas, menos la indiferencia.

A lo largo de los últimas décadas ha sistematizado la publicación de sus diarios: Los tres cuadernos rojos (1986), Segundo abecedario (1992), La luz de una candela (1996), Los cuadernos de letra pequeña (2003), Advenimientos (2006) y Los cuadernos de Rembrandt (2010), que recogen impresiones de lo visto, oído y leído: algunas confidencias, la evocación de determinados impactos estéticos, el diálogo con los cómplices y la anotación de muy variadas reflexiones. Además, ha incrementado el registro de sus títulos narrativos y se estrenó (en 1992, con Tantas devastaciones ) como poeta nada convencional. Mis preferencias de lector son para sus primeras novelas, desde Historia de un otoño (1971) a Duelo en la Casa Grande ( 1982). Libros que giran en torno a la represión del jansenismo en Port Royal, donde las monjas se enfrentan al Papa y al rey para mantenerse fieles a su conciencia y a sus convicciones, con el resultado de su disolución como comunidad y el derribo del monasterio, mientras el monólogo de Ojo Virulé remueve los agobios de la primera posguerra. En medio, El sambenito (1972) rescata el proceso inquisitorial contra el ilustrado Olavide, mientras La salamandra (1973) alberga una conversación de dos ancianos sobre la guerra civil que marcó sus vidas.

CAMINOS DE LA HETERODOXIA

A partir de este primer núcleo, su obra narrativa se teje con un tapiz de historias, que unas veces son contemporáneas y otras históricas, pero siempre ricas de significación y mensaje. Hay historias luminosas, como Sara de Ur (1989), que constituye una fiesta de los sentidos, y relatos de peripecias deleznables, como Los lobeznos (2001), con su mirada desde el desengaño a las cloacas de la ambición política.

Jiménez Lozano es autor de una notable obra ensayística, que inaugura Los cementerios civiles y la heterodoxia española (1978, recientemente reeditado y revisado), continúa Sobre judíos, moriscos y conversos (1982), donde reflexiona acerca de la convivencia y los conflictos que en el pasado vivieron en España judíos, islámicos y cristianos, y culmina en su primer ciclo Guía espiritual de Castilla (1984), cuyo viaje a través del paisaje, el arte y la historia nos traslada a un espacio de encuentro y encrucijada entre las influencias llegadas de Europa y las de cuño oriental. Con paradas elocuentes en el románico, en el universo mudéjar y en la fascinación mozárabe. Su revisión de la heterodoxia española concede un protagonismo esencial a nuestros paisanos Fernando de Castro y Gumersindo de Azcárate, que prolongará más tarde con otras figuras rescatadas del olvido, como el veterinario protestante Audelino González Villa. En este mismo género, además de Los ojos del icono (1988), donde el autor pone su mirada en distintas etapas del arte occidental, cabe mencionar Retratos y naturalezas muertas (2000), una conversación interior, a modo de susurro, en torno a algunas pinturas. Ávila (1988) es ejemplo modélico de ese ensayismo revelador cuyas claves fertilizan e iluminan su literatura de la memoria y de las palpitaciones.

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