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poesía

Sombra tan discreta como acogedora

la gratitud Fermín Herrero Premio de Poesía Gil de Biedma, Visor, Madrid, 2014. 94 pp.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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C ada libro de Fermín Herrero acredita su autenticidad poética y humana, como vemos en Tempero (201), De atardecida, cielos (2012) y en la obra que ahora reseño, La gratitud . Esa afirmación de lo genuino lo encuentra el poeta en el campo y en las gentes sencillas que en él vivieron y viven en la humildad, el esfuerzo y la pobreza. Es una cualidad que lo hermana con otros poetas de la tierra, como Claudio Rodríguez o José Luis Puerto, sin remontarnos a hitos anteriores, como Luis de León. Toda una tradición lírica castellana y soriana, que es la tierra que impregna la poesía de Fermín Herrero, una tierra que lleva entrañada en el alma desde la niñez y los diferentes regresos a su pueblo natal, Ausejo de la Sierra. «Escucha los alisos»: son las palabras primeras del poemario; y así van dando cuerpo a su poesía el río, el viento, las encinas y «su sombra tan discreta como acogedora», los prados, los matorrales, las aves... «La de veces / que lo habré oído solo, completamente solo, después / de las tormentas»; así dice del río. Solo y acompañado, en diálogo fértil con la naturaleza. En concordancia, la poesía de Herrero, austera y cordial, parece que nos habla con la sencillez de lo natural. Es, además, a lo que creo, más meditativa que en obras anteriores, lo que la hace acaso más escueta y densa, sobre todo en la parte titulada «Razón de ser». De una u otra forma, el poeta siente y canta la naturaleza como una herencia recibida: la herencia del sudor y la humildad, virtudes del viejo campesino, herencia que el poeta transmite con su poesía desnuda, cercana y emotiva.

En buena parte de los poemas se respira el júbilo de ser en la naturaleza, y de sentirse en ella en plenitud. En ese sentido, es una poesía de celebración, como la cigarra que canta por cantar, en la dicha de existir. Probablemente haga falta haber vivido la infancia en el medio rural para poder gozar de la delicadeza de una flor silvestre o la fragilidad de una mariposa. Y aprender de todo ello una lección de sencillez, equilibrio, templanza y mesura. En la obra de Herrero se percibe no solo la razón de ser, sino también de obrar, es decir, una ética. Pero no todo es gozo; el poeta es consciente de la aniquilación temporal de todo, y no quiere entregarse a la añoranza, sino aceptar «el transcurso, que es nuestro sino», el sino de las gentes que han ido envejeciendo desmemoriadas en la precariedad que canta en la última parte del poemario.