Diario de León

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La visionaria del rey

MARÍA JESÚS DE ÁGREDA (1602-1665) TUVO UNA VIDA CONVENTUAL DISTRAÍDA CON ALICIENTES Y VISIONES FANTÁSTICAS. SU OBRA RESUME LA DECADENCIA MÍSTICA. A LOS 350 AÑOS DE SU MUERTE, PERMANECE SU IMAGEN DE VEGETARIANA PENITENTE, LAS CARTAS AL REY Y SUS VIAJES DE BILOCACIÓN. divergente

kai försterling

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Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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I glesias, palacios, jardines, conventos y una solitaria fortaleza, que vigila el paso de la historia por la hoz del Queiles, resumen la memoria fronteriza de Ágreda tendida al cobijo del Moncayo, que seduce al visitante con el embrujo de su herencia mestiza. Las calles de Ágreda albergan el legado de sucesivos esplendores, que tuvieron su asiento en esta villa oriental, donde la personalidad de Castilla se enriquece con la vecindad aragonesa. Es la «barbacana hacia Aragón en castellana tierra» que cantó Antonio Machado. Cuando el tunante Casanova visitó la villa, acaso contrariado por la poca fortuna y los fríos que acompañaron su estancia, anotó en sus Memorias una ordinariez sobre la hermosa estampa de Ágreda y alguna incredulidad sobre el prodigio del cuerpo incorrupto de Sor María de Jesús. Más o menos, que si la conservación se debería a la gélida vecindad del Moncayo. «Es un lugar donde el hombre que no tenga oficio debe volverse loco, atrabiliario, visionario. Allí es donde Sor María Ágreda se volvió tan loca que llegó a escribir la vida de la Virgen dictada por Ella».

El convento de la Concepción, ya extramuros, alberga la memoria de su fundadora, Sor María Jesús de Ágreda (1602-1665), una joven visionaria que ingresó en religión con su madre y hermana y llegó a abadesa por dispensa papal a los veinticuatro años. Se llamaba María Coronel Arana, y fue consejera del rey Felipe IV, que la visitó en 1643 y cruzó con ella más de seiscientas cartas. Sin salir de su celda, supo dispensar atinados consejos al monarca, como la reiterada advertencia de no fiarse de los validos. Quizá por eso la visitaron también personajes principales de la Corte, como el conde duque de Olivares.

CONSEJERA REGIA

Menguado de carácter, abúlico e indeciso, el monarca buscaba consejo para aplacar el conflicto con Cataluña, que tantos quebraderos de cabeza le estaba dando. Después de su encuentro en el convento, Felipe IV redactaba sus cartas a medio margen, para que la monja le contestara en el mismo pliego. Según el historiador Carlos Seco Serrano, sus recomendaciones se rigen por el sentido común e influyen para bien en el gobierno del país. Le advierte que no descuide los fueros de Aragón y aplace la extensión allí de la Inquisición, esforzándose por atraer el favor de los aragoneses, que active el acuerdo de paz con Francia y, sobre todo, que prescinda cuanto antes de su valido Olivares. Todo ello sin ninguna demanda en su provecho.

La monja soriana apenas dormía tres horas y en su única comida diaria prescindió de carne y lácteos, ayunando además tres veces por semana con pan y agua. Antes de que el rey la visitara, atraído por su fama, empezó a experimentar las «muertes místicas», que la hacían permanecer inmóvil e insensible durante horas hasta alcanzar el éxtasis, a menudo acompañado de levitación y arrobos. La gente acudía a contemplar estos episodios, alentada por la indiscreción de su confesor, que convirtió sus elevaciones con la cara enardecida en un espectáculo popular. Antes de que cesen las levitaciones, en 1623, ya han empezado sus viajes de evangelización a América, que sumarán medio millar entre 1620 y 1631. Ataviada con un manto azul, aparece en Nuevo Méjico, Tejas y Arizona, donde los indios la conocen como la dama azul de los llanos, sin moverse del convento de Ágreda. El franciscano fray Alonso de Benavides relata en un Memorial aquellas visiones evangelizando a los indios y la visita en Ágreda, donde la monja le confirma que fue «llevada por la voluntad de Dios y por mano y asistencia de sus ángeles».

LA DAMA AZUL

La difusión de semejantes fenómenos alertó a la Inquisición, que abrió dos expedientes de pesquisa, en 1635 y en 1649. La absolución incrementó su fama pero perjudicó su endeble salud, padeciendo más de setenta sangrías a lo largo de sus últimos catorce años. El museo habilitado en el convento exhibe sus obras de aguja y pluma, estas trazadas con delicada y hermosa caligrafía. La monja agredeña, que sostenía sus penitencias con dieta vegetariana, llegó a escribir Mística ciudad de Dios, la más famosa de sus obras, al dictado virginal. Se trata de una biografía de la Virgen, que contiene la defensa apasionada del dogma de la Inmaculada Concepción, y no vio la luz hasta 1670, quince años después de la muerte de su autora. En ella relata con minucioso detalle y vuelos de fantasía la vida de la Sagrada Familia. Durante casi un siglo, la Inquisición, Roma y la Sorbona condenaron la obra, despertando la intervención regia y la reacción de las universidades de Salamanca, Alcalá, Toulouse y Lovaina.

Con estos antecedentes, su proceso de canonización, abierto en 1672 y activado un siglo después, no alcanzó más allá de declararla Venerable por sus virtudes. En el museo del convento se conservan las cartas del rey y los temibles artilugios penitenciales con los que se mortificaba el cuerpo: la piedra que usaba como almohada, la cota de malla y la cruz pectoral que hacían de cilicio, así como una cruz de hierro que cargaba sobre sus hombros. Pero como en la vida no todo son penas, también pueden verse la copa de oro o el reloj despertador con que la obsequió su regio corresponsal. En 1998, Javier Sierra convirtió su bilocación en protagonista de la novela La dama azul , cuyo éxito internacional motivó el hermanamiento de Ágreda con el Estado de Nuevo México.

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