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Maestro del castellano

EL JUEVES SE CUMPLE UN LUSTRO DE LA MUERTE DE MIGUEL DELIBES (1920-2010), ESCRITOR FIEL A UN UNIVERSO NARRATIVO QUE FUE CRECIENDO DURANTE MEDIO SIGLO. SU OBRA COMBINA EL RECHAZO DE LA INTOLERANCIA, EL PRIMOR DE LOS PAISAJES Y UN CASTELLANO COLOQUIAL QUE ALCANZA SU MEJOR EXPRESIÓN CONTEMPORÁNEA.. divergente

El escritor vallisoletano Miguel Delibes

El escritor vallisoletano Miguel Delibes

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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D esde su estreno en 1948, la obra de Delibes recorre y protagoniza la segunda mitad del siglo veinte de la literatura española, depositando en cada década algunos de los mejores libros del período. Sus novelas, escritas en un castellano de cautivadora austeridad, se desarrollan en torno a unas constantes temáticas que definen el compromiso moral y la preocupación ética del autor. Sus primeras novelas —La sombra del ciprés es alargada (1948) y Aún es de día (1949)— se tiñen del ambiente sombrío de la época. De 1950 es una de sus obras maestras, El camino, cuyo inolvidable protagonista evoca su infancia rural durante la noche anterior a su marcha al internado. Diario de un cazador (1955) y La hoja roja (1959) son los otros libros capitales de la década. Este período de realismo moral culmina con Las ratas (1962), cuyas páginas nos trasladan la precaria subsistencia en una Castilla rural poco apta para ensoñaciones poéticas. A través de estas novelas apunta el ecologismo humanista, la denuncia de la incomunicación y de la soledad camufladas en el buen pasar de la pequeña burguesía, y la crítica social a las condiciones de vida de los más humildes.

UN PERFIL ÉTICO

La publicación en 1966 de Cinco horas con Mario incorpora a su autor a la historia grande de la literatura en lengua castellana y da suelta a una de las preocupaciones que a partir de los setenta se convertirá en tema esencial de su obra: las consecuencias de la guerra civil. Miguel Delibes estrenó los ochenta con el éxito multitudinario de Los santos inocentes (1981), que supo acercar al gran público un testimonio descarnado de la sevicia rural, la denuncia implacable de una ignominia cortijera. Aquella historia punzante triunfaría luego en el cine sin perder el sello del novelista, de manera que la gente iba a la sala a ver una película de Delibes, y contribuyó a multiplicar el cliché cívico del autor, la imagen de un escritor cabal admirado por sus lectores y respetado incluso por las lenguas de lava de los trituradores de iconos.

Sus dos siguientes novelas no añaden ningún prestigio a la trayectoria de Delibes: Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983) y El tesoro (1985). La primera anticipa el contrapunto de la beatífica Señora de rojo sobre fondo gris (1991) en el quebranto de la soledad, en el duelo de la incomunicación, mientras la segunda muestra el lado oscuro del medio rural y supone un alegato contra la ignorancia que alimenta las pasiones primitivas. Los ochenta inician la sucesión de recompensas institucionales a una trayectoria literaria y cívica ejemplares: Príncipe de Asturias (1982); Castilla y León de las Letras (1984); Nacional de las Letras Españolas (1991); y el Cervantes (1993), un galardón que había dignificado su difícil estreno en 1976 con el nombre de su paisano Jorge Guillén. Tanto reconocimiento fortalecía el clima de despedida al escritor clausurado. Las instituciones balbucientes necesitaban enjoyarse con nombres de prestigio y en este orden Delibes era una de las prendas más valiosas. Pero erraba quien a estas alturas diera por anticipadamente jubilado al novelista castellano.

ESTANCIAS BÉLICAS

Madera de héroe se publicó en 1987 precedida por el número que la marina ferrolana asignó a Gervasio García Lastra al enrolarse: 377A. La novela revisa la educación sentimental y las estancias bélicas de la juventud del protagonista, los desaires de la vida, un proceso de maduración personal que le lleva a interrogarse al cabo de los años por la legitimidad de unas ideas asumidas entonces con fe de carbonero. Estamos ante otra de sus novelas grandes, una purga del corazón que afecta a las creencias personales y también a las consignas ambientales. Se ha dicho que Delibes es un maestro en la novelización del punto de vista, en la interiorización del sistema de valores de sus personajes. Con Madera de héroe revisa el fracaso de las certidumbres juveniles y la miseria moral de un entorno poseído por el entusiasmo en circunstancias tan poco propicias para la algarabía. Señora de rojo sobre fondo gris (1991) muestra una ruidosa disfunción entre el estímulo —la elegía autobiográfica— y la ficción, al fallar la perspectiva para novelar lo que de modo tan directo concierne al narrador.

Los diarios de El último coto (1992) recogen las andanzas y reflexiones del cazador en el lustro anterior. Otro texto urdido con maestría coloquial y sin atisbos de envaramiento. Diario de un jubilado (1995) recupera como personaje al cazador Lorenzo, que ya no está para muchos trotes cinegéticos, pero en cambio sí tiene ánimos para echarse una amante. Cuando Delibes dio a la luz, en el otoño de 1998, El hereje, la crítica y su legión de fieles lectores aguardaban otra novelita crepuscular, uno de esos textos epigonales que la indulgencia caritativa echa enseguida en el olvido. Pero saltó la sorpresa de un novelón de medio millar de páginas: un friso histórico por el que transitan nobles y villanos, menestrales, clérigos, labradores y comerciantes; un cuadro que enmarca un entramado de vidas con voluntad coral; un personaje, Cipriano Salcedo, una pasión, la libertad de conciencia, y un paisaje, el Valladolid imperial. El hereje obtuvo con justicia el Premio Nacional a la mejor novela de aquel año y puso broche a la narrativa de Delibes.

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