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Una vuelta de tuerca a la novela negra

l Gustavo Faverón presenta su novela ‘El anticuario’. Filandó n El escritor peruano hilvana una trama de thriller con la metaliteratura, porque, como ha dicho, «literatura y muerte, y cultura y barbarie pueden convivir perfectamente»

Imagen del escritor peruano Gustavo Faverón

Publicado por
josé oliva
León

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E l anticuario (Candaya) surgió, explica el autor en una entrevista con Efe, hace unos años tras conocer que uno de sus mejores amigos de la universidad había sido condenado por haber matado a su novia a balazos, pero en lugar de ser enviado a prisión fue internado en una clínica psiquiátrica. «Los amigos del grupo universitario fueron a verlo a la clínica, pero yo nunca me atreví, me resultaba chocante con el homicidio, hasta que un día él mismo me llamó para que lo visitara, y después de la conversación con él salí con la sensación de que era la misma persona que conocía antes y mantenía el mismo cariño y amistad hacia él», rememora. Cuando fue liberado, rehizo su vida y volvió a casarse, pero acabó entrando en una honda depresión «por el sentimiento de culpa hacia aquel arranque psicótico y terminó suicidándose».

Faverón, que pudo hablar con su amigo poco tiempo antes del suicidio, decidió escribir un libro sobre aquella experiencia, pero al mismo tiempo comenzó otro libro «sobre el Perú de los años 80, cuando se produjo el choque entre Sendero Luminoso y el gobierno peruano». Se trataba de una novela sobre un hombre encerrado en una clínica psiquiátrica que reunía a los pacientes y les contaba historias. Su improvisado auditorio eran hombres que habían perdido la razón a raíz de los hechos traumáticos surgidos de la guerra.

Fue entonces cuando, de una manera que Faverón no se explica, los dos protagonistas comenzaron a confundirse y así apareció El anticuario, en la que habla de «los límites de la amistad frente al hecho ético y sobre la relación de la violencia privada con la violencia pública del Perú de esos años». Asegura el escritor que nunca tuvo intención de escribir metaliteratura, pero todas esas referencias literarias que trufan el texto se deben a su amigo que se suicidó.

Define a éste como «un personaje único, que con poco más de 20 años había reunido la biblioteca privada más importante que había en el Perú, con primeras ediciones de las tragedias de Shakespeare o el único ejemplar de la primera edición de la segunda parte del Quijote que no estaba en la Biblioteca de Nacional de Madrid». Esa particular circunstancia no dejaba de impactar a Faverón: «Cómo la persona más culta que yo conocía, y que más sabía de libros, había cometido al mismo tiempo el acto más violento, un asesinato. Parece que cultura y violencia son cosas antagónicas, pero a menudo conviven literatura y muerte, cultura y barbarie».

En este punto, Faverón recuerda el cuento Deutsche Réquiem , de Borges, en el que el narrador es un subdirector de un campo de concentración nazi que dice al lector: «Si has escuchado a Brahms, Wagner y leído a Goethe, y te causó placer, recuerda que a mí también me causó placer». La ciudad que aparece en El anticuario es «una versión un poco perversa y enloquecida de Lima, con forma de espiral, un impulso gótico -dice Faverón- para crear ambientes oscuros y depresivos». En la novela aparece una calle en la que los libreros venden libros pero también partes de cadáveres a estudiantes de medicina, «una historia inspirada en una calle de Lima en la que en los años 80 se habían juntado los libreros de viejo (de libros antiguos) y a la que efectivamente acudían los alumnos de medicina».Faverón comenta que siempre se reía del cliché de que la realidad supera a la ficción, pero es completamente real: «He tenido que quitar cosas reales que un lector diría que es inverosímil».

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