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el territorio del nómada |

Damas de soledad

ALFONSA DE LA TORRE (1915-1993) ALCANZA ESTE ABRIL SU CENTENARIO. RECLUIDA DURANTE DÉCADAS, HIZO SU OBRA Y VIVIÓ SUS AMORES EN LA CUERDA DEL RIESGO. AL MORIR, SU HERMANO DESALOJÓ A SU COMPAÑERA, SALDÓ LA BIBLIOTECA Y QUEMÓ CON FURIA SUS PAPELES. EN 2009 SE PUBLICÓ SU BIOGRAFÍA Y HACE CUATRO AÑOS SU OBRA POÉTICA COMPLETA. . divergente

Retrato de juventud de Alfonsa de la Torre

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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L a villa mudéjar de Cuéllar acomoda su caserío en el declive de las colinas que le dan nombre y resalta los cerros con el mástil de sus torres. Al mar de pinares, que se extiende a sus pies, asoman los miradores del castillo de los Alburquerque. La fortaleza y la torre de San Martín jalonan la explanada de la ciudadela. El castillo acogió al escritor romántico Espronceda, confinado en Cuéllar por unos versos insolentes. El poeta acababa de volver de un destierro de seis años fuera de España cuando recibió el nuevo castigo de alejarse de la Corte. Pero no estuvo preso en las mazmorras del castillo, como pretende la leyenda, sino hospedado por el alcalde Miguel Ortiz, amigo suyo de la infancia. Aquí escribió su novelón Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar, tan pesado y latoso como casi todos los de su tiempo. Sólo se salva de aquella tabarra El señor de Bembibre. La fortaleza se convirtió en cárcel de presos políticos después de la guerra civil. Uno de sus internos fue el republicano Rafael Sánchez Guerra (1897-1964), presidente del Real Madrid entre 1935 y 1939, que pudo escapar a Francia, donde formó parte del gobierno de la República en el exilio, antes de retirarse a Villava, para vivir su último lustro como lego dominico.

MODERNAS DE PINARES

La pendiente de Cuéllar discurre entre postigos de muralla, ábsides decorados con arcos y frisos de alarife, altas y sucesivas torres, palacios románicos, viejos hospitales y plazuelas con una arquitectura popular que exhibe sus costillares de madera y airosos voladizos. En los bajos de la villa asoma a la autovía la finca La Charca, cuyo chalet modernista albergó durante más de cuarenta años la existencia esotérica y misteriosa de una poetisa singular: Alfonsa de la Torre. A su familia perteneció también el palacio románico donde se casó Pedro I, situado en la calle del Colegio.

Después de la guerra, Alfonsa de la Torre se doctoró con una tesis sobre la romántica Carolina Coronado, fue profesora universitaria de Literatura en Madrid, como ayudante de Entrambasaguas, y viajó por Europa con becas de estudios antes de recluirse para siempre en su paraíso de Cuéllar, rodeada de árboles y animales exóticos. En los cuarenta vivió en la Residencia de Señoritas, publicó sus primeros libros de versos (Égloga, 1943 y Oda a la reina de Irán, 1948), realizó ensayos lingüísticos (El habla de Cuéllar, editado por la Real Academia en 1951) o artísticos (Josefa de Ayala, pintora portuguesa; becada por la Fundación Gubelkian) y fue una habitual del Madrid de las tertulias, donde se relaciona con la boricua Diana Ramírez de Arellano, que dedicará años más tarde un trabajo pionero a su poesía, con Carmen Conde, Gloria Fuertes, la hispanista Phyllis Turnbull y otras cómplices secretas de aquel Madrid embozado. En 1950 publica Oratorio de San Bernardino, que recibe el Premio Nacional de Poesía un años más tarde. Sus versos tienen el legado deslumbrante y misterioso de una estancia en Perugia. También, aunque cobijada por el disimulo, enarbolan la bandera de la sexualidad femenina con su defensa del papel de la mujer en el progreso, que choca con el modelo retraído de lo público y culturalmente incompetente que propugna el régimen.

ESCÁNDALO EN EL PARNASO

El escándalo del Adonais la empuja al abandono de Madrid para refugiarse en su edén de La Charca, donde dará libre vuelo al ensueño de las sorores místicas: «Cantemos con ellas / a la rueda hermanas / a la rueda amigas». Viene acompañada por la joven poetisa Ángeles Fernández de la Borbolla (Llanes, 1926), aquella muchacha indecisa que el Premio Cervantes José García Nieto usó como tapadera de un engaño: premiarse a sí mismo en el Adonais de 1950. Dama de soledad fue el título y Juana García Noreña su seudónimo. El escándalo estalló al conocerse que la joven ganadora del cuarto Adonais trabajaba con García Nieto en la Hemeroteca. Estuvieron en aquel jurado, que desechó dos buenos libros de Crémer y de Ildefonso Manuel Gil, García Nieto, Aranguren, Pérez Embid y Cano, presididos por Gerardo Diego. Un acróstico del libro, en su poema La otra muerte, desvela a su auténtico autor, que no es otro que el miembro del jurado José García Nieto, casado con una leonesa de Villamizar, María Teresa Sahelices.

En Cuéllar, Angelines es Juana y pronto recibe todos los agasajos de su pareja. Tiene caballo para los paseos, un Citroen grande para los viajes y una moto para sus escapadas solitarias. Diez años más tarde, un fin de semana de junio de 1961, la prensa recoge el accidente de Ángeles cuando volvía en moto de Valladolid. Un mareo la hace caer en la carretera, produciéndole fractura de la base del cráneo y diversas heridas. Por aquel tiempo reciben en La Charca la visita del joven Antonio Gala, finalista de Adonais que había vivido en Cuéllar de niño, o del folclorista Ismael Peña, que viene a verlas desde París. También de Ridruejo, compañero de Alfonsa en el Instituto segoviano, que recorre Castilla para su guía y llega acompañado por el escritor Juan Benet y su pariente el arquitecto Chueca Goitia. A partir de su reclusión en Cuéllar, Alfonsa sólo publica dos libros: el cumplido Epitalamio a Fabiola (1960) y Plazuela de las obediencias (1969), su mejor obra, de dicción culta y exquisita, donde da suelta a las referencias esotéricas de su universo ocultista.