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«Imaginé niños que asustaban a fantasmas»

l David Fernández Sifres, reciente finalista del premio Barco de Vapor, publica la nueva aventura de su ‘pandilla’. Filandó n pancho, joseque y teban, los protagonistas de los libros del leonés fernández sifres, regresan con una historia que, a pesar de contar con una vieja mansión y algunas sábanas blancas, provoca poco miedo y sí muchas risas

El escritor David Fernández Sifres, autor de seis obras de literatura infantil y juvenil y uno de los grandes valores leoneses de este género. Su último libro ha sido publicado por Edelvives.

Publicado por
emilio gancedo
León

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D avid fue un niño que prefería soñar a dormir, pues sus padres retrasaban la hora de mandarlo a la cama para que pudiera leer durante más tiempo... y que acabó ganando premios y publicando libros precisamente en aquellas editoriales que le proporcionaron horas y horas de aventuras extraordinarias. El Alandar de 2011, el Ala Delta de 2012, el Barco de Vapor de 2013, del que este año ha sido finalista, el CCEI... y cinco títulos a los que ahora se suma el muy divertido ¡Que vienen los fantasmas!

—¿Es este un libro para niños que tienen miedo a los fantasmas... o para niños que adoran a los fantasmas?

—Ante todo es un libro de humor. Dicho esto, no tengo duda de que es para todos. Pancho, Joseque y Teban, los protagonistas, comienzan la historia temblando ante la sola idea de tener que tropezarse con unos fantasmas, y la terminan asustándolos, riéndose de ellos. También es una historia para los adultos, para reencontrarnos con el niño que fuimos, o que aún somos, sin querer reconocerlo.

—¿Cómo se le ‘encendió’ la bombilla, la chispa que dio origen a este libro? De niño, ¿le gustaban las historias o las películas de terror?

—Pancho, Joseque y Teban son los personajes que ya me han acompañado en otros dos libros, ¡Que viene el diluvio! (Everest) y, más recientemente, ¡Que vienen los marcianos! (Edelvives). Son historias disparatadas, divertidas, que me hacen volver a mi infancia. Me reconozco en ellas y disfruto escribiéndolas. Todos hablábamos de fantasmas siendo niños, todos conocíamos alguna casa abandonada en la que, se decía, pasaban cosas… Solo tuve que bucear un poco en esos recuerdos y en esas sensaciones que, a veces, tenemos un tanto olvidadas. Y sí, me encantaban las historias de terror.

—¿Vierte en sus personajes situaciones, caracteres, aventuras... que vio o vivió cuando era pequeño?

—Sí, claro. Aunque las tramas son inventadas, no hay duda de que se cuela lo que uno vivió de niño en el pueblo, más por las sensaciones que por las situaciones concretas; esas pandillas, esa libertad, esos planes con los amigos, esos ratos de charlas subidos a un árbol… todo eso está en los libros. Y también esa lógica inocente y aplastante de los niños que les lleva a afirmar, por ejemplo, que la prueba de que los fantasmas existen es que la palabra ‘fantasma’ está en el diccionario, porque el diccionario no puede decir mentiras, o que los repelentes de tiburones han de venir en botes grandes con la palabra tiburón para no confundirte, o que para ser profesor te hacen un examen de todas las cosas del mundo.

—¿Cómo era el niño David Fernández Sifres-lector? ¿De los que leía horas y horas bajo la cama con una linterna, de los que comía echando una ojeada a las páginas? ¿Por qué encontraba tan fascinantes los libros?

—Leía mucho, sí. Mis padres nunca escatimaron en libros, y eso no podré agradecerlo bastante. No me hacía falta esconderme; incluso retrasaban mi hora de ir a dormir para que pudiera leer más tiempo. Lo fascinante de los libros, o de los buenos libros, es que hay un momento, que no detectas, en el que pasas de estar leyendo un texto a estar metido en una historia. De alguna manera olvidas que estás leyendo y la historia te envuelve. Eso es mágico. Leía mucho a Enid Blyton, principalmente la serie de Los Cinco, pero mi abanico de lecturas era muy amplio.

—¿Hay autores o títulos de literatura infantil que, sin embargo, pueden ser perfectamente leídos por adultos?

—No me canso de repetir que un buen libro infantil debe poder ser también disfrutado por los adultos. No solo eso. Los adultos debemos leer libros destinados en principio a niños, porque esos libros son los que van a marcar la infancia de nuestros hijos, los que van a conformar su persona, los que modularán sus gustos, sus miedos, sus intereses, los que conseguirán, o no, que sean lectores en la edad adulta. Nadie le da a su hijo una comida extraña sin probarla primero, sin enterarse de los ingredientes, del fabricante… ¿Por qué no hacemos lo mismo con los libros? Tengo claro que soy como soy por lo que leí de niño y si mis lecturas hubieran sido otras no sería exactamente igual. Por otro lado, no conozco a ningún adulto que no se haya sorprendido gratamente al redescubrir, siendo adulto, la literatura infantil.

—¿Cómo compatibiliza su trabajo diario con la práctica de la literatura? Muchos no consiguen ‘cambiar el chip’ para sentarse y enfrentarse con el folio (o la pantalla) en blanco...

—Lo cierto es que escribo muy poco, y aprovecho fundamentalmente los fines de semana y las vacaciones, aunque también algún rato por la noche, después de acostar a mi hija. Me preguntan en ocasiones si pienso en nuevas historias en mi trabajo y siempre contesto con un no rotundo. Mi trabajo me exige concentración y dedicación plenas. Cuando trabajo, trabajo, y cuando invento, invento. Para cambiar el chip, como tú dices, utilizo un truquillo que me dijeron hace años. Al sentarme a escribir me doy una orden mental: ahora vale todo. Esa frase la tengo relacionada con abrir la mente, romper los corsés que nos pone el día a día, dejar a un lado el ‘pensamiento adulto’, si se puede decir así, y dejar vía libre a la imaginación.

—¿Cómo explicarles a los niños que no leen las fantásticas aventuras y la mucha diversión que se están perdiendo?

—Basta con que nos vean leer a los demás, con que noten cómo nos emocionamos, cómo sonreímos, cómo disfrutamos, cómo soñamos. Bastaría también con que nos escucharan hablar sobre la última historia que hemos leído, sobre el libro que estamos deseando empezar. El problema es que ya casi nadie lee en público algo que no sean mensajes de texto en un móvil.

—La pregunta de los próximos proyectos es inevitable... ¡Y también la de si se plantea entrar en el mundo de la novela!

—Sí, claro, tengo algunos nuevos proyectos. En septiembre aparecerá Temporada de lluvias , en SM, que acaba de quedar finalista del premio El Barco de Vapor, y trabajo también en tres historias juveniles y otra infantil. Veremos en qué acaban. Y de momento, disfruto mucho escribiendo para niños.

—¿Cómo valora haber vuelto a ser distinguido, esta vez en calidad de finalista, en el prestigioso premio El Barco de Vapor?

—Siempre digo que ser reconocido por lo que haces es estupendo porque te anima a seguir, y la verdad es que me ha hecho ?ilusión volver a estar ahí, aunque esta vez haya quedado en segundo lugar. En cualquier caso, como te decía, el libro se publicará como finalista, y me alegra mucho. Los premios hacen que los libros tengan más visibilidad y lleguen a más lectores. Y eso es lo que quiere un escritor: que le lean ¿no?

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