Cerrar

el territorio del nómada |

Retorno de un pionero

EL ESPACIO DE LIBERTAD CREADO POR ÁNGELA MERAYO A ORILLAS DEL PORMA, EN LA CASONA DE LOS ARRIOLA EN SANTIBÁÑEZ, INCORPORA LAS AUDACIAS CROMÁTICAS DEL LEONÉS PABLO ANTONIO GAGO (1926), UN PIONERO DEL ARTE ABSTRACTO A QUIEN HORRORIZA EL MUSAC. divergente

archivo

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

Creado:

Actualizado:

R ecuerdo vagamente mi descubrimiento tardío de Pablo Gago, que no era el Gago retratista de la burguesía local, en un otoño de los setenta, cuando las bienales de Gamoneda habían educado un gusto doméstico diferente en la apreciación del arte. Pero aquella brecha de modernidad fue pronto clausurada por la conjura de los necios, que aprovechó la mudanza en la Diputación de un presidente absentista por otro indolente para aplicar el escalafón al trámite artístico provincial. Luego sucedió un largo período de refajos y hogazas encetadas. O sea que Pablo Gago no volvió a exponer en León hasta ahora. Si reincide, no es mal signo. Aunque la exposición se celebre en la periferia de libertad instalada por Merayo al otro lado de la Sobarriba.

LOS DOMINIOS DE LA LUZ

Este artista leonés, que cumple los ochenta y nueve en octubre y cuenta con una muestra permanente de su obra en Nueva York y en colecciones y museos importantes, apenas ha dado un ruido en casa, donde se limita a presentar sus cuadros de ciento en viento. Para entender esa ligazón esencial con León es preciso recuperar de sus confesiones estéticas el testimonio de su descubrimiento de la abstracción durante las misas de doce infantiles en la catedral. Los ojos del artista se embelesaron con el fulgor de las vidrieras traspasadas por rayos de color. Entonces, en la edad de las grandes adquisiciones, tuvo lugar la revelación de que en el arte la luz es más importante que la anécdota.

Con los estudios de ingeniero truncados por la muerte del padre, el joven Gago se ve poseído por la obsesión de la pintura y vapuleado por los afanes de una supervivencia difícil en los años más duros de la inmediata posguerra. Peón de albañil, cargador de muelles y mercados, estibador amarrado al duro banco de la marinería turquesa, emprende dispersos aprendizajes de disciplinas tan alejadas del provecho inmediato como el teatro, el cine o la pintura. Su primer reto fue saldar la deuda con la memoria, trámite que sustancia a través de la muestra de 1945 en el salón de pintura del Palacio de los Guzmanes. Aquella estancia se había recuperado para las exposiciones tres años antes con una muestra monográfica de Monteserín. La sala había tenido su etapa republicana, con lienzos de Modesto Cadenas y otros desaparecidos, y luego sufrió usos menos nobles, como gatuperio de comisiones depuradoras. Todavía en 1961 albergaría la primera propuesta abstracta de Vargas y Jular, tan impactante para los devotos del macramé y de la acuarela ornamental. Años más tarde, sería el escenario de bienvenida a un Vela Zanetti vuelto de sus confusos exilios.

En 1946, al cumplir los veinte años, se produce en Gago el descubrimiento de la abstracción, alentado por una beca del gobierno francés para residir y pintar en París. Entre 1946 y 1950, se adentra en una aventura estética que se traduce en cuadros huérfanos de color, de gamas frías y opacas. A partir de ahí, su obra permanece en la estancia vanguardista, sometida a un proceso de ahondamiento en los cauces de una corriente a la que ha mostrado fidelidad absoluta, que en este ámbito es tanto como decir un proceso de evolución permanente. Progresivamente irrumpen la luz y el color, que abren el portillo por el que se muestra el dominio de un oficio largamente trabajado. Es entonces cuando se derrama en sus lienzos el lento deshielo del aprendizaje. Junto a Saura y otros cómplices participa en una etapa de investigación neofigurativa cuyos primeros resultados se muestran en la exposición de 1953, una colectiva en la que sus cuadros cuelgan al lado de obras de Picasso, de Calder, de Miró, de Tàpies. Expone en París, en Barcelona, en Madrid. Da clases y pontifica por las tardes en los veladores del café Gijón, donde convoca una cuadrilla de jóvenes entusiastas. A la vista del panorama, que no se conmueve por nada, en 1958 Gago se traslada a Méjico, donde desarrolla una actividad importante como muralista y, a la vez, decorador de escenarios televisivos.

LA AVENTURA DEL ABSTRACTO

En este tiempo su obra se proyecta en escenografías teatrales, participa en docenas de películas (con la calderilla de un Goya hace veinte años), decora muebles, colabora en diseños arquitectónicos buscando la humanización del hábitat, pinta murales. Displicente con los señuelos tendidos por los quiebros de la moda, se concentra en el dominio de las entonaciones cromáticas. A su través, articula un relato desprovisto de anecdotario que multiplica su significación y suscita en el observador un estremecimiento radical. Es el resultado de la templanza expresiva, forjada durante años de oficio y depuración estética.

Como oficiante pertinaz del canon abstracto, Gago desprecia las adherencias volumétricas y resuelve su lenguaje en los límites del plano, sometido a la elocuencia de la luz y del color. Superados los tiempos del apostolado de café, olvidada la beligerancia de aquellos jerarcas de la estética falangista, que lo bautizaron como “chíviri” reclamando la intervención de los loqueros, Gago exhibe su maestría sosegada en el dominio de un territorio cuya secuencia él mismo ha contribuido a cartografiar. Por eso, cada reencuentro suyo con la provincia contribuye al alivio de un tiempo menesteroso. En Santibáñez nos conmueve con el fulgor de las flores y la quietud de los paisajes.

Cargando contenidos...