Manantial de narradores leoneses
cuentos de león narrados por... VV. AA. Rimpego, León, 2014. 496 páginas
N os hemos ido acostumbrando a una situación excepcional, la de disfrutar de una desproporcionada cantidad de talento —nativo o inmigrante— que se ocupa de León. Y en el oficio de la palabra, esta desmesura es envidiada y estudiada desde lejanas academias: su nombre no es otro que el de literatura leonesa. Tal vez esta obra, Cuentos de León narrados por... (editorial Rimpego) sirva como paradigma de lo que decimos: 46 narradores. Escuché al editor comentar que la nómina no era una selección, sino un concilio de amigos. Pues vaya corporación, porque es difícil imaginar más diversidad intelectual al servicio de un propósito literario: ecólogo, periodista, ingeniero, historiador, bibliotecario, crítico, filósofo, traductor, catedrático, poeta, académico de la lengua... «Algo tendrá el agua, cuando la bendicen», que dirían en mi pueblo.
Si el programa está lleno de apasionantes expectativas, el resultado las supera con creces. Era de esperar la calidad de algunas contribuciones: Antonio Gamoneda con una pieza de lectura exigente, el oficio de Antonio Pereira, la deslumbrante prosa de Luis Mateo Díez, la magistral fantasía de José María Merino, el poder evocador de Antonio Colinas, el realismo mágico de Raúl Guerra o la sutileza emocional de Elena Santiago. Un gran cuentista como Pablo Andrés Escapa deja en este libro una obra maestra: Fiat lux . Pero también firman estas páginas figuras menos bregadas en los territorios comerciales que mantienen una calidad por completo deslumbrante y que consiguen aupar el cuento leonés al Olimpo literario.
La sutil arquitectura narrativa de Tomás Sánchez Santiago se ve acompañada por el vigor expresivo de Javier Pérez. Si Emilio Gancedo revitaliza el terror cazurro, Ricardo Chao entreteje la historia leonesa con las pesadillas lovecraftianas, mientras Margarita Torres desenmascara las tretas políticas sobre los escaques de un tablero. Un inquietante pasado tiende puentes con nuestra realidad en los relatos de David Rubio, Pepe Muñiz, Alfonso García... Luis Algorri y Sol Fernández ?coinciden en dejar sus narraciones a la sombra de la catedral: una historicista, la otra casi gótica. La aportación de Alberto Flecha resulta un hermosísimo cuento de hadas, y la de Fulgencio Fernández esconde la incómoda moraleja en un jocoso certamen rural.
De episodios irracionales que ponen a prueba nuestra lógica se valen Aurelio Loureiro y Gerardo Boto, para dejarnos felizmente desconcertados. Al descarnado realismo de Mario Sáez de Buruaga le sigue la ensoñación poética de José Enrique Martínez. Pero tampoco faltan los ejercicios de metaficción —Nicolás Miñambres o Alfredo Marcos—, y los juegos de «espejos narrativos» —Ana Merino o Julio Álvarez—.
Algunos cuentos recuperan un valioso caudal de semántica vernácula —como el de Lola Figueira o el de Joaquín Alonso—, y el bellísimo de Roberto González-Quevedo está escrito directamente en el leonés del Alto Sil. La heterogeneidad de temas y de enfoques corre paralela con la dispersión geográfica, cada pedazo de territorio provincial ha prestado su correspondiente escenario para una historia. A veces reconocible, otras algo camuflado.
Es difícil esperar, así pues, un embajador más adecuado del talento y potencia literaria de esta tierra nuestra.