«No comprendo la realidad sin el contrapunto de lo maravilloso»
El poeta Ángel Fernández presenta un elegante ejercicio de literatura breve con apariencia de cuento. Filandó n «El poeta tiene que tejer para las palabras vestidos novedosos, raros, que provoquen el asombro»
Ángel Fernández acaba de presentar Cuentos para leer de un bocado, un libro que está más cerca de la los relatos de Roald Dhal que de las historias tradicionales de hadas. Y es que la trayectoria de este escritor de Sabero se ha fragüado en el mundo poético y se nota. Dueño de un lenguaje y un universo propio, Ángel Fernández vuelve a demostrar que no está en el mundo de la literatura por azar.
—¿Por qué un poeta se mete a contar cuentos?
—Siempre he compaginado la poesía adulta con la infantil, aunque esta última esté inédita. El salto a la narrativa breve para niños es, por lo tanto, un proceso natural. Por otra parte, son cuentos muy poéticos, nada alejados de lo que he hecho hasta ahora.
—No son cuentos para niños y, sin embargo, su formato sí lo es. ¿Cómo te pusiste ante una empresa como esta?
—Yo sí creo que es un libro para niños; eso sí, para niños de 9 a 99 años. Los niños no son tontos; Cuando Juan Ramón Jiménez publicó Platero y yo dijo que él no distinguía entre niños y adultos, que un niño puede leer lo que puede leer un hombre. Yo también defiendo que, a partir de un determinado nivel de lectura, es una tontería poner barreras. No entiendo por qué los adultos no leen LIJ o por qué a los niños no se les puede hablar desde la profundidad y la inteligencia. Además Cuentos para leer de un bocado tiene, también, un destinatario específico: los educadores o los padres que utilizan la lectura como método de aprendizaje transversal para sus alumnos o para sus hijos. Es un libro para leer en voz alta, para teatralizarlo; abierto a todo el mundo.
—Me han recordado a Roald Dhal, sobre todo ‘Cuentos totalmente inesperados’. ¿Te sientes deudor del autor británico?
—Roald Dhal es uno de mis autores de referencia; me gusta cómo combina la inteligencia y el humor, lo anecdótico y lo trascendente, para que sus historias sean atractivas, pero también críticas y analíticas con la sociedad de su tiempo. Cuando se leen sus cuentos, la sonrisa suele quedar congelada en el rostro del lector, porque sus textos tienen distintos niveles de lectura, muchas veces difíciles de digerir, dolorosos. Pero detrás de mis historias también están los cuentistas clásicos: Perrault, Andersen, los hermanos Grimm… o diosas como Elena Fortún.
—¿Dónde quedan las hadas cuando la rutina de la vida acaba con la magia?
—Te podía decir que muertas en la sopa, convertidas en moscas, tal como aparecen en mi libro. La magia es imprescindible en la vida cotidiana; no comprendo la realidad sin el contrapunto de lo maravilloso. La lectura te abre las puertas a ese mundo complementario. Y ese es uno de los objetivos que me planteé con mis cuentos: que el niño o el adulto vean que a través de los libros se puede escapar de realidades no apetecidas.
—¿Los cuentos de verdad acaban bien, mal o no acaban nunca?
—Los cuentos de verdad acaban bien, mal o no acaban nunca: las tres opciones. Y no siempre depende de nosotros. El entorno familiar, social, geográfico, religioso, nos determina; pero también la suerte, el azar… todo influye en ese fin. La vida es compleja; en ocasiones dura, difícil. No se puede encerrar a los niños en una torre de cristal. He querido que cuando lean mis cuentos reflexionen un poco, pero qu?e, sobre todo, se diviertan.
—Dime qué diferencia el lenguaje poético del resto
—El lenguaje poético surge por sorpresa ante el escritor. Las palabras y sus estructuras responden a mecanismos que, en muchos casos, están relacionados con el mundo abstracto de la inspiración. El poeta se encarga, posteriormente, de hacer los necesarios ajustes. En la narrativa se parte del conocimiento de la gramática para llegar al montaje de la historia; también hay inspiración, pero en menor medida.
Imágenes de las ilustraciones realizadas por María Fernández para el libro 'Cuentos para leer de un bocado'.
—¿Para qué sirve la poesía?
—En principio sirve para que el poeta sobreviva; siempre es, o tendría que ser, una necesidad personal del creador. Pero esa necesidad puede abarcar el campo social, el político…, y entonces se puede transformar en un arma: hay versos afilados como cuchillos que denuncian injusticias, guerras, maltratos…; En general todo poeta se posiciona. A través de su mirada tiene que enseñar a mirar.
—¿Es tiempo de poesía?
—Siempre es tiempo de poesía. Y en este mundo actual, despersonalizado, injusto y complejo, la poesía es absolutamente necesaria.
—¿Crees que la poesía sigue teniendo capacidad de cambiar o ampliar el significado de las palabras?
—Por lo menos el poeta tiene que buscarle esa capacidad, encontrar en el lenguaje caminos no explorados, abrir sendas. Tiene que tejer para las palabras vestidos novedosos, raros, que provoquen el asombro; hacer con el lenguaje una labor de orfebrería y ofrecer al lector –él va a ser el primero- una joya inédita.
—Has publicado dos poemarios muy distintos entre sí. ¿Cuál es la hebra que conecta uno y otro?
—Yo creo que no son dos poemarios tan distintos. Son hermanos, hechos casi a la vez. Puede ser que Las lágrimas del Pato Donald sea más pop y también más social y Todo lo que sé del viento más personal y variado; pero están unidos por la misma hebra, que soy yo mismo. Hago una poesía absolutamente personal, descarnada y sincera. Incluso mis poemas más sociales pasan primero por mis venas, tienen que estar próximos a mi realidad. Yo no me escondo detrás de los versos. Soy completamente libre cuando escribo. No tengo pudor.
—¿Cómo ves la creación poética de los jóvenes leoneses?
—La poesía leonesa está más viva que nunca, pero no me gusta poner etiquetas. Hay poetas jóvenes –aquí y en todas partes- que hacen una poesía trasnochada y poetas que con sus canas y sus arrugas construyen versos jovencísimos. Y al revés. La poesía no tiene sexo ni edad. Por otra parte, León siempre fue una tierra de poetas. Y excelentes, además.
—¿En qué autores te apoyas?
—Mi poeta de referencia es un Dios, así en mayúsculas: Federico García Lorca; pero no puedo pasar sin releer a Oliverio Girondo, Juan Ramón Jiménez, Gil de Biedma, Gloria Fuertes o a Wilslawa Szimborska. Entre los novísimos tengo que nombrar a Jorge Barco, Jacob Iglesias, Fermín López Costero, Vicente Muñoz, Julia Conejo, David González, David Benedicte, Begoña Abad, Antonio Sánchez Fdez, Miguel Martínez López, Inma Luna, Ana Pérez Cañamares… (Me dejo mil).