Diario de León

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El legado de Azancot

EL ESTRENO DE ESTE VERANO TRAJO LA MUERTE INESPERADA DE LEOPOLDO AZANCOT (1935-2015), REFERENTE CULTURAL DE LA TRANSICIÓN, NOVELISTA AUDAZ E INNOVADOR. A PESAR DEL VOLTAJE EXCEPCIONAL DE SU OBRA NARRATIVA, LLEVABA TIEMPO EN LA SOMBRA, SIN SITIO EN EL ESCURRIDO SUMARIO DE NUESTRA CULTURA.. divergente

Leopoldo Azancot

Leopoldo Azancot

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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H ace casi cuarenta años, saludé con admiración La novia judía (1977), su primera novela, en el suplemento de las Artes y las Letras de Informaciones. Entonces Azancot estaba en plenitud, como responsable de las páginas de libros de Nueva Estafeta, crítico de arte en Don Pablo, comentarista político de Índice y Pueblo, e impulsor de suplementos como Al diablo con la cultura, donde con absoluta libertad y un punto de descaro pasaba revista a la cultura del momento. Aquel vínculo con Figueroa, a quien acompañó durante un par de décadas en Índice, venía de 1956, cuando se trasladó de Sevilla a Madrid para relevar en la subdirección al poeta José Ángel Valente.

PERIODISMO CULTURAL

Mi relación con Leopoldo Azancot fue intensa, fraternal y casi diaria en la segunda mitad de los setenta. En esos años arranca su obra narrativa, que alcanzará la decena de títulos, y entre 1978 y 1980 compartimos la puesta en marcha de la revista Taller de Cultura, sofocada antes de que pudiera ver la luz su primer número. En aquel empeño, que número cero tras número cero se acabó mostrando inviable, Leopoldo fue director, conmigo de redactor jefe. Participaron también Luis Suñén, como secretario de redacción, Ángeles Afuera y algunos más de redactores, junto a un puñado de colaboradores externos, que nos visitaban en la redacción de Jovellanos 5, detrás de las Cortes y frente al teatro de la Zarzuela. De aquella estacada, yo salí con Leopoldo, bien indemnizados, para encaminarme a Cáceres, a hacer la instrucción castrense.

En su labor como crítico, Azancot nunca fue un reseñista convencional, sino un lector severo, capaz de desvelar aspectos ignorados por la mayoría. De ahí, su prestigio y el halo de pánico que forjó en su camino. Fueron sonadas las polémicas con Cela o Sánchez Dragó, por la impostura de las mónadas en un caso y los embustes históricos en el otro. Juntos acudimos en aquellos años a jurados literarios en Bilbao, Levante o León, pero la cita importante era la de los premios de la Crítica, primero en Sitges, luego en Zaragoza. Asistíamos con fruición a los últimos pasos de un tiempo que estaba a punto de echar el candado. Aquellas cenas de masía, patrocinadas por Samaranch, siempre con la expectativa de que recayera el galardón en su pariente Salisach. Al día siguiente le tocaba a Díaz Plaja comunicar que tampoco esta vez había sido posible. Más tarde, cuando ocurrió el fenómeno de los doscientos novelistas de bodeguilla, estos rechazos ya resultaron imposibles. En el ajetreo de aquellos años, Leopoldo Azancot tradujo y presentó la Poesía (1973) de Víctor Segalen y rescató la Poesía (1975) de Juan Eduardo Cirlot. Dos aportaciones que revelan su opción por lo diferente y relegado.

Entre La novia judía (1977) y Dibbuq (2001) discurre un cuarto de siglo, en cuyo transcurso Leopoldo Azancot publica diez novelas de tono y voltaje diversos, aunque todas unidas por idéntica ambición. La novia judía es un relato de amor heterodoxo, cuya acción se desarrolla alternativamente en la España medieval y en la órbita mediterránea del barroco; un texto situado en los ámbitos siempre procelosos del sexo y del misterio; una pieza esplendorosa en la que se conjugan los aspectos malditos del erotismo con la sugestión lírica de algunas escenas y con la violencia de otras. Se trata de una ficción libre, una hermosa historia resuelta con insólita perfección narrativa. Débora, la protagonista, muere en vísperas de su boda y se convierte en dibbuq (alma que invade el cuerpo de otro ser vivo) para no separarse de Baruch, el hombre a quien ama. Conseguirán la unión mediante las posesiones de otros cuerpos, pero sólo alcanzan la plenitud cuando él muere y sus almas habitan los cuerpos de unos príncipes; entonces, Débora es el príncipe y Baruch la princesa. En ese escenario, todas las ambigüedades se desatan y lo fantástico se convierte en normal.

DESTELLOS DE NOVELA HISTÓRICA

El éxito de La novia judía, respaldado por varios premios de prestigio, impulsó la aparición de nuevas novelas, que utilizan el trasfondo histórico, pero cuyo relato no se acomoda a la pauta devaluada del género: Fátima, la esclava (1977), situada en la Córdoba del siglo décimo; La noche española (1981), que protagoniza un anarquista exiliado de vuelta a España para atentar contra Franco; El rabino de Praga (1983), sobre la capital de la alquimia agitada en el siglo dieciséis por la conmoción de un fenómeno sobrenatural; Mozart, el amor y la culpa (1988), que concentra en sus últimos meses de vida el recuento de su aventura humana y la purga de sus tribulaciones como creador; y El dibbuq (2001), que retoma la invasión de un ser vivo por el alma de un muerto en el Toledo bajomedieval. Textos todos ellos dotados de un atractivo fascinante.

Dos novelas eróticas, Los amores prohibidos (1980) y Tribulaciones de Salomón el Magnífico (1992) vieron la luz en la colección La sonrisa vertical de Tusquets. Otros dos textos, Ella, la loba (1980) y El amante increíble (1982) se inscriben en la órbita fantástica con historias inquietantes. En medio, descuella Jerusalén. Una historia de amor (1986), libro iniciático que recoge la convulsión de un encuentro turbador en los escenarios bélicos de la tierra prometida.

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