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La Sombra Blanca

l Primer capítulo de la nueva novela de Carlos Fidalgo, un relato de fantasmas ambientado en la Primera Guerra Mundial que edita Reino de Cordelia, con una ilustración especial del dibujante leonés Martín . Filandó n ‘La sombra blanca’ comienza en un lago invadido por el mar, atraviesa un país movilizado por la guerra y se extiende a través de un laberinto de trincheras, en la frontera con un mal sueño «Nuestro sargento me ha ayudado a subir al barco y en cuento me ha tocado, he notado sus manos cargadas de muertos»

Ponferrada

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A HORA sé que soñé contigo. Soñé que caminabas sobre la playa, como un ángel, y que la resaca no te mojaba los pies.

Soñé que eras una sombra blanca. Ligera como la niebla.

Soñé que nada te tocaba el alma, porque estabas muerta.

LOS SUEÑOS silenciaron mis palabras.

Yo sé que fue así.

Lo sé.

Aunque el médico dijera que arrastro un defecto de nacimiento.

«No hay nada que hacer», les advirtió a mis padres cuando crecí lo suficiente como para pronunciar mis primeros balbuceos y, extrañados porque no decía nada, le hicieron venir desde Dalmally para que me examinara.

«Sería un milagro que hablara algún día», sentenció.

Y en las manos de aquel hombre, que de camino a casa había asistido a un moribundo atrapado bajo un carro en un desgraciado accidente, pude ver la vida ajena que le brotaba de los dedos y se desvanecía.

AQUEL ESCALOFRÍO fue mi primer contacto con una realidad que nadie más percibía. A medida que crecía en silencio, comencé a diferenciar el eco de otras voces bajo las palabras de algunos adultos. En ocasiones, miraba a la gente a los ojos y me parecían pozos profundos. Los agujeros que deja el insomnio. A veces rozaba unas manos por casualidad, las de algún tratante de ganado que visitaba los establos de mi padre, o las de alguna mujer que nos compraba huevos y leche en la aldea de Falkirk Lane, y notaba cómo se desprendían sombras atrapadas en la piel durante años.

Después, soñaba con ellos. Como al principio, cuando las palabras todavía no tenían forma en mi boca. Soñaba que no estaban muertos, ni estaban vivos. Igual que soñé contigo.

***

CRUZAMOS EL Canal de noche. Navegamos en un mercante adaptado como transporte militar. En los tiempos que corren, la guerra lo altera todo. Y viajamos de noche porque el Almirantazgo quiere esquivar la vigilancia de los submarinos enemigos. Esos monstruos sumergidos bajo las aguas.

Nuestro sargento me ha ayudado a subir al barco y en cuanto me ha tocado, he notado sus manos cargadas de muertos. Es un veterano. Y embarcamos todo un regimiento. Ninguno hemos luchado, pero a todos nos han contado lo suficiente de la guerra de trincheras como para que nos preguntemos qué nos espera.

Algunos duermen, apoyados en las paredes de la bodega, otros hablan en voz baja, hay quien pide permiso para subir a cubierta. «Permiso denegado». Y hay quien se levanta y estira las piernas, nervioso, y lía un cigarrillo. «Apague eso, soldado, si no quiere ahumarnos».

Yo tengo una escotilla junto a mí y vuelvo la cabeza hacia afuera. Observo las luces de la costa, que se alejan como un enjambre de abejas luminosas. Y dirijo la vista hacia el mar abierto, hacia lo desconocido. Después cierro los ojos y sueño contigo.

SUEÑO QUE FLOTAS en el Canal. Arrastrada por las corrientes. Y dejas una estela de espuma que se retuerce sobre el agua, blanca como el sudario que te envuelve.

Sueño que flotas inmóvil, serena. Sueño que no pesas.

Entonces alguien grita y me obliga a abrir los ojos. Alguien que ha visto una sirena.

«DEBE DE SER un cadáver. Algún fallecido en alta mar arrojado desde un barco”, asegura el sargento mientras otea el horizonte a través del ojo de buey. No parece que vea nada.

«Me dio la sensación de que se ponía en pie», le explica el soldado que me ha despertado con sus gritos, confundido porque ha dejado de verte en el momento en que he abierto los ojos.

«Tonterías. A los muertos se los viste así cuando mueren en un barco», comenta el suboficial. «Duérmase y no moleste a sus compañeros».

Y yo cierro los ojos. Me sumerjo otra vez en el sueño. Y te veo.

Estas envuelta en una mortaja. El agua no te moja los pies. El mar no se atreve a tocarte.

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