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Espejo de pasiones
LA PUBLICACIÓN PÓSTUMA DE LOS DIARIOS DE JAIME GIL DE BIEDMA (1929-1990) DESVELA EL DESENGAÑO RADICAL DE UN POETA QUE OBSERVA SU TRAYECTORIA CON PLENA CONCIENCIA DE FUGACIDAD. SU OBRA GIRA EN TORNO A UNA IDEA RECURRENTE Y OBSESIVA, EL PASO DEL TIEMPO, CUYA CADENCIA IMPLACABLE CONVIERTE EN INÚTILES LOS ESFUERZOS POR DETENER SU MARCHA.. divergente
P recisamente por eso, el poeta se obstina en desvelar su verdad moral en los diarios, anotando la propia historia a partir de un ejercicio de memoria descarnado que registra tropelías y decepciones. A lo largo de una década, sus tres libros reúnen algunos de los mejores poemas de su generación. Con la elegancia de un lenguaje accesible y compartido, que nombra lo esencial sin malograr su secreto, en la onda coloquial que incorpora jugosos bucles irónicos. La grandeza de Gil de Biedma radica en su opción por la lucidez, frente a los excesos más o menos gratuitos de la época. Sus tres libros poéticos pautan tramos de la experiencia personal. Compañeros de viaje (1959) describe el compromiso político, mientras Moralidades (1966) muestra su perfil más íntimo, conjugando erotismo y guiños de complicidad. Poemas póstumos (1969) acoge el abatimiento del fin de la juventud y pone el broche. Entonces da su obra por culminada y reúne sus versos en estrictas antologías: Colección particular (1969) y Las personas del verbo (1975). Diez años antes había decantado sus poemas eróticos En favor de Venus (1965). El volumen de Lumen, que agrupa y rescata en 672 páginas sus Diarios 1956-1985 (2015) al cuidado de Andreu Jaume, tiene un prólogo luminoso para descifrar los meandros de uno de los poetas más influyentes del pasado siglo. Andreu Jaume había firmado ya en 2010 una edición modélica de su correspondencia y epistolario: El argumento de la obra.
LAS PERSONAS DEL VERBO
Antes de emplearse en el negocio familiar de los Tabacos de Filipinas, Gil de Biedma había malogrado su carrera diplomática por glosar la villa de Arévalo, en lugar de París, Estambul o Londres, cuando a los opositores a embajada les pedían una postal literaria de su destino preferido. A los lebreles de Castiella aquel desahogo les pareció una provocación y seguramente lo era. El abuelo paterno de Jaime Gil de Biedma había hecho el negocio de convertir un robledal del piedemonte serrano en la colonia veraniega de San Rafael. Los Gil fueron condes de Sepúlveda y vizcondes de Nava de la Asunción, en la campiña segoviana. Después de la guerra, su padre acaparó las propiedades de Nava y para convertir la Casa del Caño en un oasis apetecible, contrató a un grupo de jardineros de La Granja, dotándola de la primera pista de tenis de la provincia. La edad de la pérgola que evocó el poeta en sus versos. La calle lateral todavía conserva el azulejo talaverano que la asigna al Vizconde de Nava. El abuelo materno fue Santiago Alba, cinco veces ministro con Alfonso XIII y dos años presidente de las Cortes republicanas. Además, era dueño del periódico El Norte de Castilla. Su madre era prima carnal del novelista Miguel Delibes.
Gil de Biedma publicó con veladuras en 1974 el Diario del artista seriamente enfermo, que sólo verá la luz completo después de su muerte, en 1991, como Retrato del artista en 1956. Aquellos textos, más el volumen de ensayos El pie de la letra (1980) completan la silueta de un intelectual siempre incómodo en su relación con la cultura española contemporánea. Aunque no por ello se mantuvo al margen, sino al contrario, hasta convertirse en monitor de la generación del medio siglo y tutor de la poesía de la experiencia. A las versiones conocidas del diario escrito en la campiña segoviana durante 1956, mientras se recuperaba de una tuberculosis contraída en su primer viaje filipino, se añaden en este rescate póstumo otros tres, de intensidad e interés muy desiguales: el Diario de Moralidades, escrito entre 1959 y 1965, el diario de 1978 y el diario final de 1985, emprendido cuando le diagnosticaron el sida, que él llama «la enfermedad», y está hospitalizado en París, irremediablemente condenado entonces a morir. En la zona menos crepuscular de estos diarios resalta su aprecio sostenido por Espronceda, Antonio Machado y Cernuda, entre los poetas españoles, a la vez que reitera su desdén por Juan Ramón Jiménez, al considerar su obra «un increíble descenso hacia la tontería pura».
BITÁCORA DE MONITOR
También destaca la modernidad de la poesía inadvertida de Unamuno, a pesar de su oído de plomo. Con Juan Ramón ya había cometido la tropelía de excluir sus versos en los sucesivos cánones poéticos facturados por Castellet en 1960 y 1965, maltratando su poesía como estreñimiento de señorito de casino rural. También fue monitor de los Novísimos y padrino de la Poesía de la Experiencia, a cuyo amparo le dibujaron tantas caricaturas. En sus diarios se advierten algunas mudanzas, como el cansancio ante la poesía de Jorge Guillén, a quien dedica un libro en 1960 que le irrita por la obligación de «desarrollar ideas viejas que han dejado de interesarnos». En su álbum de afectos descuella la presencia tutelar de los institucionistas Natalia Cossío y Alberto Jiménez Fraud, presentes en las anotaciones del diario de Moralidades. También contrapone en el diario de 1978 la simpatía hacia Felicidad Blanc, cómplice en el fervor por Cernuda, a quien va a visitar cuando presenta su memorial Espejo de sombras, con el rechazo a sus hijos, una camarilla latosa que equipara con los conjuntos de hermanas que en la época daban la tabarra musical con sus canciones. También recoge en Moralidades la estancia discipular de Juan Marsé en Nava de la Asunción, puliendo en el Jardín de los Melancólicos durante todo el verano de 1964 la versión definitiva de su novela Últimas tardes con Teresa, con la que obtuvo aquel otoño el Premio Biblioteca Breve.