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La magia del Páramo
EL VIERNES 12 SE CUMPLIÓ MEDIO SIGLO DE LA MUERTE EN MÉXICO DEL ARQUITECTO, PINTOR Y FOTÓGRAFO ROBERTO FERNÁNDEZ BALBUENA (1891-1966), PROTAGONISTA DEL SALVAMENTO DEL MUSEO DEL PRADO DURANTE LA GUERRA Y CÓMPLICE FECUNDO EN EL EXILIO DE ESCRITORES DEL REALISMO MÁGICO, COMO RULFO O ARREOLA. divergente
J unto a su hermano Gustavo, terminan los estudios de arquitectura en 1914 con los dos primeros números de aquella promoción. Luego pasa seis años pensionado en la Academia de Roma, de donde regresa para asistir a la fundación de la Revista de Arquitectura por parte de Gustavo (1888-1931). Enseguida se incorpora como profesor en Arquitectura y en Artes y Oficios, mientras colabora con Gustavo en la aventura de la renovación arquitectónica española en su tránsito desde la retórica medieval al racionalismo. En este plano arquitectónico, Roberto siempre adoptó un papel subalterno con su hermano mayor, colaborando en el estudio profesional y en la tarea de sacar adelante proyectos de urbanismo y la revista profesional. De ahí, su repliegue profesional, cuando Gustavo se suicida en noviembre de 1931, arrojándose al mar desde un barco frente a las costas mallorquinas de Andraitx.
Gustavo viajaba en un crucero familiar por el Mediterráneo y se retiró a cubierta después de cenar. Tenía 42 años y era un profesional cuyos éxitos alcanzaban registros muy diversos. Había puesto de relieve antes que nadie la maestría de la construcción tradicional, participó en restauraciones monumentales, obtuvo el primer premio en el concurso para el nuevo edificio del Círculo de Bellas Artes de Madrid, teorizó sobre el desarrollo de la ciudad y fue fundador de la Revista de Arquitectura y del GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea). Urbanizó el Manzanares a su paso por Madrid (donde construyó más de una veintena de casas de vecindad, media docena de hotelitos y un par de fábricas), emprendió el Catálogo Monumental de Asturias (que escribió en el sosiego de Ardoncino, por encargo del Ministerio de Instrucción Pública) y en León dejó varios edificios. El más destacado, el Casino (1924) de ladrillo en la plaza de Santo Domingo, sede actual del grupo bancario vasco. El resto de su obra leonesa (excepto la casa de viviendas de Gil y Carrasco, 5) fue pasto de la voracidad desarrollista alentada por la galerna del mal gusto: la muniquesa cervecería Duport (1918), que dio nombre, refresco y giste al primer estadio silvestre de la Cultural y Deportiva Leonesa, y Villa Asunción, en Ordoño II, entonces todavía paseo de las Negrillas; el chalet con jardín y pérgola (1922), de Socorro Merás, en la Gran Vía de San Marcos; incluso la Casa de Arriba de Ardoncino. También llevó a cabo las mermas del castillo de San Esteban de Gormaz, para evitar la reiteración de desprendimientos sobre el caserío de la villa soriana. En Ardoncino, que es la puerta del Páramo, los nietos de Cayo Balbuena López de Arintero (1825-1909) heredaron la solariega Casa de Abajo. Gustavo construyó sobre un altozano el chalet familiar, conocido como Casa de Arriba, que vendería su viuda y prima carnal en 1942. También diseñó la jardinería de la finca, adaptada a la pendiente del cerro, pero prácticamente todo se ha malogrado.
La orfandad derivada del suicidio de su hermano distanció a Roberto de la arquitectura, mientras se entrega a la fascinación del arte. Sus cuadros de preguerra transpiran una figuración cubista, en la órbita de Vázquez Díaz, mientras la obra mejicana se inscribe en la atmósfera del realismo mágico. La muerte de su hermano tutelar lo refugia en la pintura, un ejercicio en el que consigue premios y medallas en exposiciones nacionales.
Sólo la conmoción de la guerra civil le da de nuevo impulso para ponerse al frente de la Junta de Defensa, y Salvamento del Tesoro Artístico, cuando el gobierno abandona Madrid para trasladarse a Valencia. Entonces es también subdirector del Museo del Prado que dirige Pablo Picasso desde París. Un convoy de más de treinta camiones lleva el tesoro del Prado a Valencia bajo su dirección. Los documentos y fotografías de aquel episodio los donó su hija Guadalupe (casada con un sobrino de Azaña) al Instituto del Patrimonio Histórico Español. En 1939 fue comisario español de la exposición universal de Nueva York y luego agregado cultural en la embajada de Suecia. Al llegar a México DF, solterón y enamorado, se casa con Elvira Gascón (1911-2000), pintora soriana que le ayudó en el salvamento del tesoro artístico. En el año 1942 fue uno de los arquitectos inhabilitados por el Régimen.
Sólo las necesidades del exilio lo obligaron a volver a los tableros y esta vez con todas las consecuencias. Junto al ingeniero Botella (organizador del paso del Ebro para las tropas republicanas) fundó Tasa, una empresa constructora dedicada a la realización de obras públicas en Méjico. En esos años, Elvira multiplicó su actividad como ilustradora de prensa, colaborando en las editoriales de los exiliados y firmando sus primeros murales. Suyas fueron las portadas de las primeras ediciones de El llano en llamas (1953) y de Pedro Páramo (1955), semilla fundacional del realismo mágico. En sus quince años mejicanos, Roberto Fernández Balbuena siguió pintando, tradujo obras del francés, italiano e inglés y se estrenó como fotógrafo con una Hasselblad 1600 F sueca. Su formación como arquitecto iluminó su pintura y enmarcó sus fotografías, resultado de más de una década de excursiones campestres en compañía del gran Rulfo por el México profundo. Unas placas que recogen el universo cotidiano y el despliegue desbordado de una naturaleza libre y fantasmagórica: árboles, cortezas y sombras. Su pintura está en el Reina Sofía y las fotografías se expusieron en Madrid, en 2011.