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POESÍA

El guardián del silencio

Poesía reunida (1979-2014) Antonio Deltoro Visor, Madrid, 2015. 504 pp.

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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H ijo de españoles exiliados en México tras la guerra civil, Antonio Deltoro, nacido en la capital federal en 1947, es uno de los poetas mexicanos más reconocidos en Hispanoamérica. Su vida y su poesía se rigen por la lentitud, frente al culto a la velocidad y el riesgo. Es lo que puede explicar su alejamiento del fárrago y la copiosidad, publicando seis poemarios únicamente, de Algarabía inorgánica (1979) a Los árboles que poblarán el Ártico (2012). Todos componen esta Poesía reunida (1979-2014) que adelanta algunos poemas de su próximo libro.

El prólogo del Juan Carlos Abril incluye unas declaraciones del poeta mexicano que dan cuenta de su poética: «Creo que en los años que vienen hace falta una poesía de tempo más lento. Una poesía de la lentitud situaría el paraíso no al principio o al final de los tiempos, sino aquí, en este tiempo; no sólo en la creación, sino también en lo recreado, en lo saboreado, en lo vivido... La poesía puede aportar a la época continuidad, lentitud, intimidad, silencio», una intimidad que no nos aleja del mundo, sino que nos ayuda a estrechar con él unos lazos menos ruidosos, pero más profundos. El poeta es el guardián del silencio, declaró en otra ocasión. Entre la lentitud y el silencio navega la poesía de Deltoro, con un tercer núcleo que aclara el prologuista: la cotidianidad, el canto a las cosas habituales que nos rodean: «de la sencillez de las cosas del día surge la plenitud del ser». De acuerdo con ello, su lenguaje se sitúa en la naturalidad.

«Me voy por la ventana de mis ojos», escribe el poeta, que siente fascinación por lo que ve y oye, y por lo que imagina, por la materia, por el suelo que pisamos, por el pie que contemplamos, por los animales, con especial fijación por el ser enigmático de los gatos, por los sueños, con los que construye «laberintos de piedra», por el universo y su extinción futura, por el hombre y su frágil contextura temporal. El poeta, «catador de minucias», percibe también lo que oculta la materia, extrae jugo de las cosas, que, por otro lado, guardan la huella de otros ojos, de otros tiempos: leer un libro, por ejemplo, es sumar una emoción a otras emociones anónimas y desconocidas. El quieto es uno de sus poemas paradigmáticos: el quieto cierra los ojos para sorprenderse y mira con calma la calma de las cosas, deja que todo transcurra lentamente, «su mundo pertenece a la sonrisa de las cosas», no a la carcajada, y quisiera llenar de inmovilidad el movimiento.

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