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Los desvelos del metafísico
A PUNTO DE CUMPLIRSE ESTE OTOÑO MEDIO SIGLO DEL DERRIBO DEL HISTÓRICO INSTITUTO PADRE ISLA DE LEÓN, SE CUMPLEN TAMBIÉN POR SAN PEDRO LOS 25 AÑOS DE LA DESAPARICIÓN DEL METAFÍSICO CEPEDANO ÁNGEL GONZÁLEZ ÁLVAREZ (1916-1991), QUE FUE EL DIRECTOR GENERAL QUE IMPULSÓ SU RECAMBIO POR UN EDIFICIO DE DESABRIDA VULGARIDAD QUE ASOMA A SANTO DOMINGO DESDE RAMÓN Y CAJAL. DIVERGENTE
E n todas las capitales, el Instituto General y Técnico sigue siendo emblema de modernidad en cartografías urbanas malogradas por el atropello de décadas de franquismo. Pienso, para no agobiar con los ejemplos, en los cercanos y espléndidos institutos Claudio Moyano de Zamora y Jorge Manrique de Palencia. La pérdida en León fue aún más grave, por disponer la capital de un ensanche urbanístico extramuros crecido con los albores del siglo veinte. Para entender aquella decisión de un cargo público con personalidad intelectual relevante, es preciso bajar la intriga a ras de suelo y descifrar la tutoría de los primeros pasos del metafísico cepedano como estudiante de Magisterio en León.
EL RELEVO DE ORTEGA
Porque Ángel González Álvarez sucedió en la Cátedra de Metafísica de la Complutense, en 1954, nada menos que a don José Ortega y Gasset. Su recorrido hasta llegar ahí fue la travesía común a tantos niños de pueblo. Bachillerato en Ponferrada y Magisterio en la Escuela Normal de León, en época republicana. Ya después de la guerra, los comunes de Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid y la especialidad de filosofía en Madrid, donde obtuvo premio extraordinario de licenciatura y doctorado. Su tesis (defendida el 14 de marzo de 1945) versó sobre El tema de Dios en la filosofía existencial , dirigida por el falangista alcarreño Yela Utrilla. Con la licenciatura, ingresó en el cuerpo de catedráticos de Enseñanza Media y estuvo destinado en La Coruña y en el Ramiro de Maeztu de Madrid. En 1944, empieza su labor docente en la universidad, como ayudante de Lógica, cuyo catedrático Julián Besteiro había terminado sus días cuatro años antes en la cárcel sevillana de Carmona.
TOMISMO PERONISTA
El páramo intelectual de la posguerra dispersó al exilio a los más valiosos representantes de la Escuela de Madrid surgida en torno a Ortega o inhabilitó a quienes permanecieron en el interior, como Julián Marías, que en 1942 vio suspendida su tesis doctoral dirigida por Zubiri. Precisamente, Zubiri, catedrático desde 1926 en Madrid, se secularizó en 1935 para casarse con la hija de Américo Castro y en 1939 fue desplazado a la uniiversidad de Barcelona, por el veto del obispo de Madrid Eijo Garay. Sin el hachazo bélico, los discípulos más brillantes de Ortega y candidatos a su sucesión en la cátedra eran José Gaos (1900-1969) y María Zambrano (1904-1991). Precisamente, Gaos fue catedrático en el instituto de León entre 1928 y 1930, donde dio el relevo a Hipólito Romero Flores, tutor y proveedor de lecturas filosóficas al ávido ecónomo de Antimio y coadjutor de las Ventas Antonio González de Lama. Una cadena de asistencias y tutelaje que iba a prolongar Lama, en el erial de posguerra y desde la bilioteca Azcárate, con jóvenes de orientación tan contrapuesta como Eloy Terrón y González Álvarez.
El joven tomista Ángel González Álvarez había nacido en Magaz de Cepeda el 11 de agosto de 1916 y a los treinta años obtuvo su primera cátedra universitaria de Metafísica, en Murcia. Entonces Murcia, donde también recaló Tierno, era el distraído coladero que dibuja en sus memorias el poeta Antonio Martínez Sarrión. Su vínculo ideológico con Cultura Hispánica le facilitó el establecimiento de una embajada metafísica en la Argentina peronista, donde ejerce como profesor en la universidad de Cuyo y director del Instituto de Filosofía entre 1948 y 1953. En 1950 fundó la Sociedad Cuyana de Filosofía, que él mismo presidió. En 1954 obtiene la cátedra de Metafísica (Ontología y Teodicea) de la Universidad de Madrid, en la que sucede a Ortega y Gasset y que ocupó hasta su jubilación en 1985.
LOS MANEJOS DEL TUTOR
Entre 1962 y 1967, fue director general de Enseñanza Media, un período en el que sembró de institutos la provincia de León. Luego, fue secretario general del CSIC (1967-1973) y rector de la universidad Complutense (1973-1977). Académico de Ciencias Morales y Políticas desde 1959, fue procurador en las Cortes franquistas, leonés del año 1973 y consejero del banco de Crédito a la Construcción. Como director general de Enseñanza Media, administró los fondos del Patronato de Igualdad de Oportunidades (PIO), cuya gestión de becas en León originó el excedente destinado a la construcción del Colegio Menor Jesús Divino Obrero, residencia de becarios entre 1963 y 1980 y de curas a partir de 1981.
El colegio inició su albergue un par de años antes en San Isidoro y fue inaugurado en el barrio del Ejido al calor del congreso eucarístico. El manejo de las cuentas del PIO en León fue arbitrio en esa época del chantre catedralicio Luis López Santos (1903-1973), catedrático de literatura, director del Instituto Padre Isla y uno de los protagonistas de la novela Las horas completas (1990), de Luis Mateo Díez. Experto en hagiotoponimia, don Luis había sido un apoyo decisivo en la tutela de los primeros pasos menesterosos del metafísico y lleva un cuarto de siglo como catedrático del instituto, cuyo derribo acuerdan aquel verano de 1966 en la confianza de una sobremesa compartida.
Entonces, el clérigo reclama a su discípulo un instituto nuevo, porque las humedades de aquel recinto histórico le alborotan el reuma. No hubo más motivos para el derribo del viejo instituto que la aciaga coincidencia de un director reumático y un responsable de Enseñanza Media deseoso de obsequiar a su tierra.