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El estribo de la fantasía
EN 1976, ANA MARÍA MATUTE, QUE ESTE MARTES CUMPLIRÍA LOS 90, FUE PROPUESTA PARA UN NOBEL QUE LA PILLÓ SUMIDA EN UN LARGO PURGATORIO DE SILENCIO Y DEPRESIÓN. LUEGO EL PREMIO RECAYÓ EN CELA. MÁS TARDE, PERDIÓ A JULIO BROCARD, EL MARIDO QUE LA RESCATÓ DEL INFIERNO.. divergente
S u alejamiento del realismo no fue un camino fácil, en tiempos de severa censura y estricta disciplina, pero en ninguno de sus libros sofocó el murmullo de su imaginación efervescente. Publicó una docena de novelas a lo largo de sesenta años, con un largo paréntesis que se prolongó un cuarto de siglo. Fue su época de depresión adulta, cuando se agolparon los miedos de la infancia y los escombros de la impostura. Ocurrió entre 1971 y 1996, fechas marcadas por la aparición de La torre vigía y Olvidado rey Gudú, dos romances fantásticos en los que libera su universo imaginativo en un remoto escenario medieval. Cuatro años después culmina el viaje con Aranmanoth.
A LA SOMBRA DEL URBIÓN
Ana María Matute vivió una infancia difícil, alterada por el impacto de la guerra. Su padre tenía una fábrica de paraguas en Barcelona, que fue colectivizada, y con su madre la relación siempre resultó fría y distante. Los abuelos vivían en Mansilla de la Sierra, al pie del Urbión, y allí pasó los años decisivos de su infancia, entre aventuras campestres y sugestivos cuentos al amor de la lumbre. Como evocó en su discurso de ingreso en la Academia (1998), allí forjó su patrimonio literario, entre los niños pobres y las madres cansadas de La Artámila. Una tartamudez temerosa marcó aquellos años de infancia asilvestrada. Su mundo narrativo es tributario de aquel universo azotado por las secuelas de la guerra. De ahí brota su visión pesimista y desolada de la sociedad. Y por supuesto, su escritura vehemente, de brotes truculentos, pero siempre pulida con sensibilidad lírica y arrebatos emocionales. Al fondo emerge la conciencia de la infancia robada, la pugna desigual entre los ideales y la cruda realidad. Paraíso inhabitado (2008), su última novela, supone el regreso al universo de la infancia, en vísperas de la guerra.
Ignacio Agustí ha contado en sus memorias cómo la adolescente Matute acudió a su despacho de Destino a dejarle su primera novela manuscrita: Pequeño teatro. Sin mucha confianza, le pidió que la trajera pasada a máquina y al poco tiempo volvió con otra distinta: Los Abel. La primera sería premio Planeta en 1954, dejando en la estacada a Ignacio Aldecoa y Juan Goytisolo, y la segunda finalista del Nadal de Delibes, en 1947. Su tercera novela, Las luciérnagas, fue finalista en el Nadal de Suárez Carreño (1949), pero prohibida y mutilada por la censura no se publicó hasta 1955, con el título En esta tierra. Finalmente, en 1993 recupera la versión y el título original de esta narración atormentada por la crueldad de la guerra civil, que acaba destruyendo a un grupo de jóvenes desbocados con temeridad colectiva. Su primer éxito fue Fiesta al Noroeste (1953), premiada con el Café Gijón. De nuevo echa mano de su lúcida tristeza para reconstruir el universo imaginario de La Artámila, poseído por un cainismo fratricida que también provoca la ruina moral de la familia.
CON LA VENIA MARITAL
En 1952 se casó con el escritor bilbaíno Ramón Eugenio de Goicoechea, un tipo vital, seductor y canalla, que publicó tres libros, no trabajó nunca y vivía de los sablazos. Ruano lo pinta en sus memorias suicidándose cada noche sin morirse del todo. Dos años después, nace su hijo Juan Pablo, cuyo cochecito vende el malvado, quien se dibuja en el libro autobiográfico Memorias sin corazón (1959) camino del empeño. No será el único desastre de aquella convivencia, que se rompe en el verano de 1962, cuando Ana María descubre que le ha vendido la máquina de escribir con la que se gana la vida como cuentista. Entonces están en Mallorca, adonde llegaron unos años antes invitados por Cela, que también aloja en su lujosa mansión de la Bonanova al pintor Viola y al poeta Blas de Otero. El padre se lleva al niño a Barcelona y durante tres años Ana María sólo puede verlo algún sábado y por compasión de su suegra.
Durante la década de matrimonio, Matute había publicado cuatro novelas premiadas, varios libros de relatos y cientos de cuentos con los que atendía a la supervivencia. Los contratos de las novelas los tutelaba Ramón Eugenio «con mi venia marital». Después de Fiesta al Noroeste y Pequeño teatro, vio la luz su magna novela Los hijos muertos (1958), galardonada con los premios de la Crítica y Nacional de Literatura. Un torrente bellísimo que siembra la memoria juvenil de la autora con heridas y víctimas de la derrota.
LA MAGIA COTIDIANA
En Mallorca, pone en marcha su trilogía Los Mercaderes: Primera memoria (Premio Nadal 1960), Los soldados lloran de noche (1964, Premio Fastenrath) y La trampa (1969). Tres calas en la guerra civil insular que desvelan la corrupción de los ideales. Mientras, los críticos de referencia de la época, como Nora o Sobejano, le reprochan su afición fantástica y su tendencia a la novelería.
Los años americanos dieron paso a una estancia de sosiego en Sitges, con su nueva pareja Julio Brocard, antes de perder pie con su regreso a Barcelona. Allí construye su trilogía medieval, donde lo mágico y legendario adquieren un protagonismo absoluto. Fue su purga de los años de escritura realista, incorporando con absoluta naturalidad trasgos, ondinas, hechiceros y brujas. Su última novela, Paraíso inhabitado (2008), marca el retorno al territorio de la infancia serrana, la mítica Artámila, donde se desenvuelve un mundo siempre a punto de estallar, cuyos perfiles había fijado en las estampas de El río (1963). Los últimos años cosecha reconocimientos a su literatura infantil, que empezó a escribir para su hijo, agrupa los cuentos completos en La puerta de la luna (2010), recibe en 2007 el Nacional de las Letras y tres años después el premio Cervantes.