Diario de León

Llorente, un personaje de novela

El leonés que fue profesor de Castro es también protagonista del libro ‘Las palabras y los muertos’. EL JESUITA LEONÉS Amando Llorente fue profesor de Fidel Castro, que estudió, al igual que su hermano Raúl, en El Palacio de la Educación. lLORENTE ES ADEMÁS PERSONAJE DE UNA NOVELA DE AMIR VALLE El escritor Amir Valle es una de las voces esenciales de la actual narrativa cubana y latinoamericana El jesuita leonés Amando Llorente le auguró a Fidel Castro que sería carne para la historia

emilio lópez

emilio lópez

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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El Colegio de Belén, de La Habana es hoy una inevitable referencia leonesa, dentro de la extraordinaria riqueza histórica que supuso la presencia de paisanos nuestros en Cuba, y de forma más precisa en su capital.

En el caso del complejo educativo, conocido como ‘El Palacio de la Educación’, además de un notable grupo de trabajadores de nuestra provincia, especialmente de Buiza de Gordón, destacaron de forma especialmente brillante dos jesuitas: Mariano Gutiérrez Lanza, el astrónomo nacido en Pardavé, y Amando Llorente —hermano de Segundo Llorente, ‘el misionero de Alaska’—, profesor de Fidel Castro, que estudió, al igual que su hermano Raúl, en el prestigioso centro educativo. La muerte del que fuera primer mandatario cubano pone igualmente de relieve la figura del jesuita leonés de Mansilla Mayor. Ya había ocurrido algo semejante durante la visita del Papa a la isla, en 2015, que regaló en aquella ocasión a Fidel la biografía de un misionero español, antiguo profesor de Castro, Amando Llorente y sirvió para recordar la entrañable figura y la relación que mantuvieron ambos en diversos momentos de su vida.

Amando Llorente (Mansilla Mayor, 1918-Miami, 2010) llegó a La Habana en 1942 y permaneció como profesor del colegio, donde dejó huella más que notable, hasta 1945. «Cuba –escribió- es más que mi casa, más que mi familia. Mi felicidad vino toda con Cuba». No es de extrañar que volviera en 1950, en principio como director del mismo centro de enseñanza, aunque fue director de la Casa de Retiro El Calvario de La Habana, hasta que abandonó la isla en 1961, tras la acometida del régimen revolucionario contra la Iglesia. Aunque hay decenas de anécdotas suyas, que fundamentan la intensidad y la cercanía con los hermanos Castro, con Fidel de forma muy especial, la vida del jesuita de Mansilla estuvo dedicada esencialmente a la Agrupación Católica Universitaria (ACU), que había sido fundada en Cuba en 1931.

En condición de antiguo profesor de Fidel, cuya muerte reciente ha ocupado y ocupa muchas páginas de la actualidad, Amando Llorente aparece en la novela Las palabras y los muertos, de Amir Valle.

Fidel ha muerto

Amir Valle (Guantánamo, Cuba, 1965), hoy en el exilio alemán de Berlín, es considerado una de las voces esenciales de la actual narrativa cubana y latinoamericana. En su obra no pierde la perspectiva de su país. «Cuba –escribe- es un imaginario que viaja conmigo a todas partes: ideas, olores, recuerdos de mi formación como ser humano, rincones donde viví buenos y malos momentos, el vientre luminoso y cálido de la primera mujer que amé, las preguntas sin respuestas sobre una realidad histórica que me pareció absurda e inhumana aunque se proclamara lo contrario, el espacio de mis primeros éxitos literarios y de mis frustraciones como periodista…».

En este contexto geográfico, histórico y humano hay que situar su novela Las palabras y los muertos, cuya edición definitiva fue publicada por la Editorial Almuzara en 2015 y elogiada por la crítica y figuras señeras de la literatura mundial.

La obra parte del supuesto teórico, hoy hecho realidad, de que Fidel ha muerto, y a raíz del acontecimiento la historia rememora lo sucedido en Cuba durante la revolución y datos y situaciones de sus promotores a través de la mirada del hombre que más cerca ha estado de él durante cuarenta años: su guardaespaldas predilecto, quien siendo un niño se unió a los rebeldes en las montañas y se ganó la confianza del líder, un hecho que lo llevó a convertirse en su sombra.

No puede olvidarse, sin embargo, que se trata de una obra de ficción y que, como tal en este caso, deja el poso profundo del interés y la belleza, de la auténtica narrativa sobre un personaje y unas circunstancias tan amadas como odiadas. «En realidad –escribí en estas mismas páginas al comentar la novela- la visión se amplía en un recorrido por los hitos más señalados de la Revolución Cubana, por la compleja personalidad de Fidel –«aquel vejigo estaba marcado para cambiar el mundo, para hacer algo grande que removería todo el planeta»- y por el escenario de seres reales, con nombres propios, que han ocupado, en el contexto en que se mueven, las cabeceras en los periódicos de todo el mundo: presidentes, políticos, escritores, familiares, amigos, médicos…, la sociedad cubana, e internacional como correspondencia, que vive con pulso diverso cuanto se vive en los entresijos del régimen».

Uno de esos personajes que aparece en Las palabras y los muertos es nuestro paisano, el jesuita Amando Llorente.

Carne para la historia

«Cuando era un muchacho ‘de tu edad, así, como tú, que me pareces mucho al que fui en aquella época’ –leemos en un momento de la novela-, el padre Llorente le había soltado una frase profética que, si no lo era, él se había propuesto hacerla realidad.

-Me dijo que yo sería carne para la historia de esta isla, hijo –y Facundo supo que en ese momento su cabeza estaba volando años atrás, al Colegio de Belén, y que aquel hombre de Dios que tanto hizo en la vida del joven Fidel continuaría viva como una imagen idealizada en la memoria elefantiásica del Jefe…». Y no era para menos. «Lo endiosaba –relata Amir Valle-. Sabe que si a alguien debía la hechura de ese mito que él se había dedicado a engordar, como a sus vacas preferidas en la finca Niña Bonita, ese era el padre Llorente. Aquel jesuita vio en él cosas que otros muchachos de su edad no tenían: la memoria prodigiosa, la tenacidad, la tozudez, y por eso lo había colocado siempre por encima de los demás, con mucha ventaja». Esto le llevó a las preferencias respecto a otros compañeros no solo del padre Llorente, también de otro profesor, Ángel Fernández, dada «la estima y opinión» que tenían sobre él.

Parece ser, y así se atestigua en diversas ocasiones de la vida real, y con múltiples anécdotas y momentos, que la amistad y la simpatía fluyeron entre ambos personajes.

-«Si te cuento las maldades que hice de muchacho… -le oyó decir.

-Todos hacemos maldades de chamacos, Jefe –contestó.

-Y siempre hay un bobo en esas maldades, ¿verdad?

-Verdad, siempre embromamos a alguien.

El padre Llorente, en el colegio secundario de Belén, en La Habana, fue uno de esos bobos. Al menos así lo había contado Fidel».

Pequeñas anotaciones, en fin, que deben entenderse, y leerse, en el contexto total de la novela, como son las referencias y apuntes sobre amigos y compañeros en aquel centro donde dicen que se forjó buena parte de la personalidad de Fidel Castro. Su relación con el leonés ha de entenderse de dominio común, pues solo así podría pasar a convertirse en personaje de novela, por serlo seguramente de la historia.

Leerla no es solo una confirmación y ampliación de lo dicho, sino el goce de la lectura de una extraordinaria obra que tiene como protagonista esencial a un personaje cuyo supuesto teórico del que parte se ha confirmado recientemente: «Fidel ha muerto».

Posiblemente sea ahora el momento histórico para saber si realidad y ficción se dan la mano y cuál es el papel verdadero de Amando Llorente. Se me antoja un tiem?po apasionante.

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