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poesía

Día a día siento que muero mucho

la muerte sin maestro Herberto Helder Edición bilingüe, con traducción de José Luis Puerto, El Gallo de Oro, Bizkaia, 2016. 90 pp.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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U no de los últimos grandes poetas europeos es el portugués Herberto Helder, fallecido en marzo de 2015. José Luis Puerto, que ha traducido libros de Bento, Nuno Júdice, Torga y Eugenio de Andrade, entre otros, editó en 2001 el primer libro de Helder, La cuchara en la boca (1961). La traducción iba acompañada de un prólogo esclarecedor del propio Puerto en el que situaba a Helder en la rica corriente visionaria que partía de Blake y Hölderlin y desembocaba en la plenitud de Rilke y de nuestro Claudio Rodríguez, una corriente que Puerto define con dos palabras que no son contradictorias: ebriedad o alucinación y lucidez. Es el «espacio órfico» en el que el portugués Ramos Rosa situó la poesía de Helder, un espacio en el que el canto expande su «aliento visionario». Pero La cuchara en la boca era, como dice Puerto, un libro auroral, mientras que el que ahora reseñamos, La muerte sin maestro «viene a ser el testamento poético» del vate portugués.

La palabra de Helder parece horadar, hendir y tajar para extraer la pulpa de las palabras, una pulpa que brota con «sangre y fuerza», como pujando, venciendo «un nudo de sangre en la garganta», extrayendo «la luz, de dentro, despedazando todo / y concentrada» . Lo que la sangre tiene de fuerza vital reside, entre otros espacios, en la poesía. Según se desprende de sus poemas, la palabra revela el mundo y el pulso del poeta. Lo que la poesía toca se eleva y resplandece, o como expresa mejor el poeta: «Hacia donde miras queda esa parte iluminada toda».

La esperanza del poeta es que esa luz -la luz de la palabra alzada a poesía- le sobreviva, como los poemas sumerios sobrevivieron a la lengua muerta y aún nos estremecen; como expresa otro poema, los cañaverales cantados por el poeta sumerio y leídos hoy con emoción «sólo se extinguirán devorados por el fuego / cuando el fuego devore la tierra entera». La reflexión metapoética es cardinal en este poemario último de Helder: el poema como espacio en el que ahonda el pensamiento del poeta, que en una breve pieza de dos versos muestra el deseo de «encerrarme todo en un poema / no en lengua plana sino en lengua plena». Si al tema de la poesía unimos el de la muerte, el poemario se nos convierte, como señaló Puerto, en un testamento poético: ante la muerte, ahora que «día a día siento que muero mucho», esta es la herencia que os dejo, mis poemas, parece decirnos el poeta.

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