Diario de León

Amable Arias, heterodoxo y comprometido

l Este fin de semana se abrieron tres exposiciones dedicadas a un artista que también cultivó las letras. Filandó n «cuanto más pase el tiempo, más se verá hasta qué punto fue grande este pintor oscuro, doliente y peléon, que supo definir, en soledad, un mundo propio». Lo dijo juan manuel bonet, actual director del cervantes, reflejando bien el alma de amable, un ‘artista total’ Compaginó la faceta de creador plástico con la de escritor, pues era capaz de usar códigos muy diferentes Sus esfuerzos autodidactas y su afán por investigar tenían como único objetivo «llegar a ser él mismo» A los 18 años escribió una novela sobre las peripecias de Capa Negra, famoso bandido del «Vierzo Alto»

Amable Arias en su estudio, y portadas de las diversas obras escritas que se han venido publicando, desde el germinal ‘Capa negra’ al último de sus libros, ‘Encantamiento y desencantamiento’ (Eolas Ediciones).

Amable Arias en su estudio, y portadas de las diversas obras escritas que se han venido publicando, desde el germinal ‘Capa negra’ al último de sus libros, ‘Encantamiento y desencantamiento’ (Eolas Ediciones).

Publicado por
JOVINO ANDINA YANES
León

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E l 2017 será otro año amabliano. La figura del pintor y escritor Amable Arias Yebra (Bembibre, 1927-San Sebastián, 1984) vuelve a estar en el candelero con tres nuevas exposiciones inauguradas en los últimos días: el viernes, en la Casa de las Culturas de Bembibre; y ayer, en el Musac y en el Centro Leonés de Arte. Algo ciertamente insólito, tres muestras simultáneas y de un mismo artista en una provincia como León. Todas comisariadas por Jesús Palmero.

Continúa así el periodo intenso y dulce que viene acompañando la memoria de Amable Arias desde hace tiempo, y que en el pasado año se vio festejado, a raíz del cincuentenario del Grupo Gaur, con las realizadas en Bilbao y San Sebastián, la ciudad en la que residió y creó la mayor parte de su obra pictórica y escrita. Año en que se publicó asimismo su poemario Encantamiento y desencantamiento.

Es sobradamente conocida la serie de adversidades que marcaron la niñez y juventud de Amable; sin embargo, gracias a su vocación y férrea voluntad autodidacta, logró abrirse un espacio de interés en el mundo del arte, conjugando en su obra las tendencias figurativas y abstractas. Tanto fue así que su nombre suena hoy, cuando están a punto de cumplirse noventa años de su nacimiento, como una figura relevante de la que Juan Manuel Bonet, crítico de arte y exdirector del Museo Reina Sofía de Madrid (y desde finales de enero nuevo director del Instituto Cervantes), escribiera en su día lo siguiente: «… cuanto más pase el tiempo, más se verá hasta qué punto fue grande este pintor oscuro y doliente y peleón, que supo definir, en soledad, un mundo propio, y que también cultivó la poesía».

Son varias las etapas que distinguen los estudiosos en su trayectoria, que van desde la inicial más figurativa, cuando pintó los primeros cuadros con paisajes y personas de Bembibre a mediados del siglo pasado, a la más abstracta de la década siguiente —«pintura del átomo» o «de la gota»—, o la neofigurativa de los setenta con la presencia de personajes que introducen un ingrediente narrativo. Pero siempre simultaneando el mundo imaginativo con el de los seres y objetos que le rodeaban, sin hipotecar su libertad expresiva y sin perder nunca el referente berciano, porque, como dijera el poeta Rilke, «la verdadera patria del hombre es la infancia».

En todo caso, la mejor demostración de ese arte, fecundidad y rica imaginación, es el copioso legado de 305 óleos y más de 6.000 dibujos (entre collages, grabados, acuarelas, papeles chinos, etc.), que en muchos casos han sido expuestos, además de en San Sebastián, en Madrid, París, Bilbao, Barcelona, Praga o Gijón; sin olvidar León, Ponferrada o su Bembibre natal, en cuyo museo hay varios cuadros suyos.

Pero no es la pintura el objeto del presente artículo, sino su obra escrita, porque Amable Arias también compaginó la faceta de creador plástico con la de escritor, demostrando así su inquietud y capacidad para expresarse con lenguajes y códigos diferentes. Una decisión irrevocable, la de «escribir y pintar», que tomó siendo muy joven, y aunque siempre se considerase más pintor, poesía y pintura fueron actividades paralelas y complementarias, y a la vez independientes.

A la hora de hurgar en su biografía buscando los primeros pinitos de escritor, las huellas nos conducen a una novela temprana, redactada a los dieciocho años y cuyo protagonista es Capa Negra, famoso bandido de las montañas del «Vierzo Alto». Ambientada en la tercera década del siglo XVIII, no faltan en el argumento amores contrariados y otros elementos del romanticismo idealista que recuerdan incluso ciertos episodios de El señor de Bembibre. Se trata pues de un trabajo de principiante, con lo que eso supone, que alcanza una treintena de páginas contando las ilustraciones, también suyas. De ese tiempo más lejano son asimismo Poemas a Elena o Un romance inacabado , composiciones que continúan inéditas, al igual que la novela.

En cualquier caso, esta decisión clara de ser escritor fue creciendo y madurando a la par que su entusiasmo de lector interesado por temáticas diversas, desde tebeos, novelas y poesía, hasta filosofía y ensayo de autores progresistas, como refiere Carmen Alonso-Pimentel en el libro de la tesis doctoral dedicada a él. Fruto de ese esfuerzo autodidacta y del afán por investigar y crear para ser «él mismo», se fraguó un universo imaginario y de reflexión que fue germinando en textos de distinta condición: poemas, cuentos, aforismos, ensayos, grabaciones magnetofónicas, etc., hasta artículos dedicados a cuestiones artísticas y otros asuntos de posicionamiento social que aparecieron espaciadamente en publicaciones periódicas entre los sesenta y primeros años ochenta. En el caso de los relacionados con el Bierzo, en el semanario Aquiana de Ponferrada, como los titulados Un berciano en el Louvre , Sobre El Señor de Bembibre y unos cuantos más.

No obstante, el momento más satisfactorio de esa faceta de escritor le llegó con la edición de su primer poemario, La mano muerta, que vio la luz en 1980 cuando tenía ya cincuenta y tres años. Publicado inicialmente por ediciones Hordago de San Sebastián, volvió a reeditarse en el año 2012 por el Instituto de Estudios Bercianos y la editorial leonesa Lobo Sapiens. Una obra poliédrica, con un centenar de poemas «tan pronto agresivos y de embestida frontal, como delicados y tiernos», según Alonso-Pimentel. La mayoría ilustrados con dibujos que muestran su ironía y «talento fabulador».

Los versos de este poemario, y los que vinieron después, no se adaptan a las normas clásicas de medida y rima, «escribiendo —dice él— de la forma que a mí me gusta sin problemas de sintaxis semántica y semiótica, y manteniendo una postura ética marxista». Al año siguiente (1981), la misma editorial Hordago publica un libro colectivo titulado 23, con narraciones y poemas de treinta y ocho escritores entre los que figuran, además de Amable Arias, el escritor oriundo de Cacabelos Raúl Guerra Garrido. En esta ocasión la aportación de Amable se limita a una docena de cuentos cortos también iluminados por él. Estos dos fueron los únicos libros suyos que llegó a ver publicados.

Tras fallecer en 1984, el Instituto de Estudios Bercianos editó en el año 2003 la primera obra póstuma, Sobre el vaivén de las cortinas. Un volumen de cuidada factura en el que se recogen treinta y cinco poemas escritos diez años antes de morir, y con ilustraciones elaboradas en papel de hilo coloreado con rouge de labios y sombra de ojos, que dan al libro un resultado sutil y muy estético.

La siguiente obra en aparecer, Sherezades, que vio la luz en noviembre de 2005, reúne una amplia selección de textos sobre sus relaciones con distintas mujeres que dejaron huella en su vida: unas por amor y otras por amistad, o por sus situaciones o actitudes. Un libro oral, ya que no fue escrito de su puño y letra, sino fruto de las conversaciones con Maru Rizo —su compañera durante los últimos catorce años de vida y la persona que mejor conoce su obra—, quien copiaba los relatos directamente a máquina.

Hablamos, por tanto, de un trabajo muy diferente de los anteriores y de los que vendrían posteriormente, al tener un marcado contenido autobiográfico sobre diversos aspectos de su vida cotidiana, desde los siete años de la niñez a los cuarenta y cuatro, uno después de conocer a su compañera en 1970. Lleva además un estupendo prólogo de Iñaki Beti Sáez, de la Universidad de Deusto-San Sebastián.

El año 2007 marca otro hito con la aparición de Cuadernos experimentales de arte, publicado por la Universidad de León, y que comprende una muestra de escritos e imágenes realizadas por Amable en diez libretas escolares en las que experimentaba y registraba la creatividad cotidiana. Algo así como una especie de catálogo o diario que abarca desde noviembre de 1978 a febrero de 1979. Una «biología imaginaria» poblada de monigotes, figuras humanas, animales y vegetales, además de lecturas, pensamientos y reflexiones donde no faltan guiños a la «poesía visual». Y siempre con «una vocación de fragilidad, y un aire de levedad, improvisación e intrascendencia», como dice en el prólogo Francisco Javier San Martín, historiador y crítico de arte.

Ya para concluir, hemos de referirnos a Encantamiento y desencantamiento, de marzo del pasado año, en edición al cuidado de Maru Rizo y sello editorial de Eolas Ediciones.

En este caso se trata de una recopilación de más de un centenar y medio de textos inéditos. Poemas amétricos y rompedores, de vértigo, encanto y desencanto; ramalazos denunciadores del hombre comprometido y disidente que resiste y se revela con ironía contra un vivir tantas veces sembrado de falsedad, injusticia y poder devorador. Poemas que pivotan sobre los temas que definen su pensamiento: «La pobreza como dignidad, la religión como intento destructivo de la razón, Bembibre como arcón de memorias, la libertad como empeño, el azar como zancadilla prodigiosa, el marxismo como teoría y práctica, yo —Maru— como tantas cosas, la codicia legalizada como hacedora de sufrimiento, el sexo como gozosa liviandad, el Bierzo como impulso estético, el arte como espejo multiplicador o la noche como aproximación al yo».

Cierra el libro, que está ilustrado con una veintena larga de dibujos suyos, un esclarecedo epílogo de Rogelio Blanco Martínez, que fuera en su día Director General del Libro y buen conocedor de la obra de Amable, a la que califica de «luminosa y delatora en tiempos tibios y lúgubres... voz heridora y vibrante, entrañable y humilde... que golpea a los aquietados para superar el aterimiento y la banalidad... y a los dominantes osa y lanza palabras como sal y dolor».

En definitiva, la poesía y la obra publicada de Amable Arias es, junto con su lenguaje plástico, un espacio de denuncia y libertad de un hombre heterodoxo, indagador, crítico y actual, aunque haga más de treinta de años que nos dejó.

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