Diario de León

EL FILANDÓN

«Si escriben del Duero, ¿por qué no del Tuerto?»

Abel Aparicio recorre en un libro la memoria y los paisajes de un río que suele acaparar pocos titulares. Filandó n «Los ríos son un regalo que nos hace la naturaleza», dice el poeta abel aparicio, y bajo esa premisa se dispuso a acompañar el descenso de un curso humilde y rural, el mismo sobre el que han venido navegando sus vivencias y sentires. fruto de ese intenso viaje ha sido ‘la ruta del tuerto’ «De niño me preguntaba de dónde venía el agua en la que me bañaba y con la que regaban el lúpulo y el maíz»

AMANDO CASADO

AMANDO CASADO

Publicado por
emilio gancedo
León

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Lo dijo un día con su desparpajo habitual la redactora de este periódico Asun G. Puente, y a pesar de la soltura con la que la soltó, la frase es digna de tesis doctoral o de entrevista sesuda a académico barra novelista: «Todo leonés tiene un río en su memoria».

Por eso, porque en la provincia con más kilómetros de aguas fluviales de todo el país las riberas parcelan y estructuran las identidades y los recuerdos, porque en esas orillas va quedando enraizada, como los juncos y los chopos, la educación sentimental de muchas generaciones, los ríos, con sus entornos y paisanajes, suponen también un material literario de primera categoría. Los ejemplos son conocidos y muy notables, componiendo en esta tierra una curiosa ‘literatura fluvial’ digna de estudio. Y es que también los escritores bebieron agua dulce y supuso el río para ellos, como para tantos otros, promesa de aventuras, refugio protector y metáfora de la vida siempre fluyente. Ahí están El río del olvido, de Julio Llamazares, delicioso y lírico recorrido, corriente arriba, por el siempre evocador Curueño; el iniciático, sorprendente y necesitado de revalorización Los caminos del Esla, de unos jovencísimos Aparicio y Merino lanzados a buscar las fuentes del padre de los ríos leoneses y a seguir su curso hasta acabar en el desemboque zamorano; y los abundantes que tienen al Duero como protagonista, caso del Cuaderno del Duero, también de Llamazares, y Corazón de roble, de Ernesto Escapa. Más recientes son El Órbigo, de José Antonio Martínez Reñones e Isabel Rodríguez, premio Libro Leonés del Año 2015 en la categoría de obra de divulgación y, de hace sólo unos días, La ruta del Tuerto, del poeta, narrador y viajero Abel Aparicio. Todos ellos tributarios quizá, y cada cual a su modo, de ese monumento literario e ibérico que es El río que nos lleva, de José Luis Sampedro.

«Creo en la dignidad y en el orgullo de los nadie —responde Aparicio a la cuestión de cómo nació el proyecto—. Eduardo Galeano nos enseñó mucho sobre ello. Si se escribe sobre el Sil, el Esla, el Duero o el Misisipi, por qué no se va a escribir sobre el Tuerto. La idea de escribir este libro tiene la raíz en una pregunta que me hacía en la infancia: el agua en la que me bañaba, el agua con la que regaba el lúpulo, los maíces o la alfalfa, ¿de dónde venía? Esa pregunta quedó aparcada hasta que volvió a rondarme hace un par de años. Entonces decidí ir a buscar la respuesta, recorriendo el Tuerto desde su desembocadura en La Bañeza hasta su nacimiento en Los Barrios de Nistoso, donde varias fuentes dan origen al río». Preguntado por sus prioridades a la hora de afrontar esta tarea, explica el también autor de los poemarios Tintero de tierra y Alboradas en los zurrones del pastor que el libro pretende ser, ante todo, «un reflejo de mi pequeño universo, mostrando el mayor número de componentes que lo forman. Es importante el paisaje, que varía bastante desde la Cepeda Alta a la zona de La Bañeza; también lo es la historia, desde los ástures, pasando por los romanos, el Reino de León, la Guerra de la Independencia o la Guerra Civil y su silenciada represión; las personas que tanto tienen que enseñar y que no solemos escuchar; la lengua asturleonesa, presente en la toponimia y en las conversaciones... Por otra parte, intento mostrar lo que deriva directamente del río, como sus puentes, el riego, el turismo, el deporte o la pesca. ¡Hay tanta vida en torno a un río!».

Abel Aparicio, natural de San Román de la Vega y ligado a esas presas y molderas reales que tantos molinos —como uno de su familia— movieron a lo largo de los siglos, dio a conocer el libro en la casa concejo de su pueblo y, días después, abriendo una hermosa ruta de senderismo en Los Barrios de Nistoso. «Algo que me impacto durante este viaje de dos días en bicicleta fue conocer la forma en la que el régimen franquista trató a las vecinas y vecinos de Oliegos —resalta—. Obligaron a emigrar a todo un pueblo a un hábitat totalmente distinto al suyo, alejándolos de sus bienes comunales, tradiciones, lengua y cultura. Al llegar a Foncastín (Valladolid), vieron que solo iban a recibir como compensación un 20% de lo que les iba a costar su nueva vivienda, las cuales, en su gran mayoría, estaban aún por acabar. Y un año después, el 80% de los recién llegados eran palúdicos, enfermedad producida por un parásito. En definitiva, todo un cúmulo de despropósitos que tuvieron que sufrir y que suele obviarse. Otros muchos disfrutamos de las ventajas de un pantano, pero nunca saldaremos la deuda con los sacrificados...». Ilustrado con sugestivas imágenes del fotógrafo berciano afincado en Astorga Amando Casado, La ruta del Tuerto (Ediciones Duerna) también quiere visibilizar unas orillas ocultas pero repletas de singularidades. «Hace un mes vi el programa de Salvados La España vacía, que también es el título de un gran libro de Sergio del Molino. Ambos pueden reflejarse en Los Barrios de Nistoso, un pueblo formado por tres barrios con ocho habitantes en total. En la Cepeda, en el año 1950 habitaban 11.521 personas y en el año 2015 lo hacían 3.161». «Frente a esto —argumenta—, yo, que soy optimista por naturaleza, veo aspectos que pueden hacer revertir la situación. Por poner varios ejemplos, en Riego de la Vega, una serie de agricultores decidieron unirse y formar Prodeleco, una cooperativa que los hace un poco más fuertes frente a esos mercados que no dejan de ser personas que especulan con los alimentos con el beneplácito del Gobierno. En San Román de la Vega una pareja decidió montar una editorial, Marciano Sonoro, en Castro de Cepeda nos encontramos con la asociación artística Leve, en la Cepeda media y alta está resurgiendo la apicultura con mucha fuerza... En fin, una serie de iniciativas que pueden hacer que no todos tengamos que emigrar».

Aparicio, hoy, trabaja y vive en su pueblo natal después de un particular peregrinaje, y en la tierrina mantiene instalado el foco creativo sin perder perspectiva universal. «Sobre las anécdotas, podría decirte ninguna en concreto y muchas en general —avisa—. Es increíble el saber popular que se encuentra en los pueblos. En Otero de Escarpizo, un vecino, el artista Benito Escarpizo, me habló de los ‘teníaisque’, ese grupo de personas que viene a los pueblos dos semanas al año y que no se cansan de decir teníais que hacer esto o lo otro, hasta que alguien les dice, venga, vamos a hacerlo, y ahí ya se acabaron los consejos, claro».

Y sí, este autor, que presentará su libro este jueves a las 20.00 horas en la sala Región del ILC, en la capital leonesa, se considera orgulloso de pertenecer a la tan particular saga de literatos fluviales. «De Llamazares puedo decir que, junto a Miguel Hernández, es mi escritor de cabecera. El río del olvido lo leí en el año 2005, cuando finalizaba mis estudios, marchaba a vivir a Madrid y, quizá, inconscientemente, buscaba algo. El Sil que baxaba de la nieve, escrito en lengua asturleonesa por Roberto González- Quevedo, también me marcó. No quiero olvidar la colección de libros y documentales Por los caminos del agua, de Puri Lozano y Miguel Sanchéz ni toda la literatura que hay en Soria, ciudad que visito dos o tres veces al año, sobre el Duero. Algo tienen los ríos que me atraen, es un regalo de la naturaleza que muchas veces nos empeñamos en destruir, menospreciando que son fuente de vida. Pasear a la orilla de un río una tarde de otoño es algo que me transmite tranquilidad, eso también es poesía, saber apreciar la belleza que nos rodea. Le digo al Tuerto lo mismo que Juan Carlos Mestre le dijo al Bierzo: «Crecen las columnas en tu olvido/ arden en tu hoguera los magostos/ no sabría mirar otros jardines/ no sabría acercarme a otro consuelo».

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