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Los alivios del censor
EL VIERNES SE CUMPLIÓ EL CENTENARIO DEL BERCIANO VALENTÍN GARCÍA YEBRA (1917-2010), FILÓLOGO, MAESTRO DE TRADUCTORES, ACADÉMICO Y EDITOR. EN 1944 FUE UNO DE LOS IMPULSORES DE LA EDITORIAL GREDOS Y DURANTE 13 AÑOS TRABAJÓ COMO CENSOR. divergente
Q uizá para paliar sus tachaduras de censor, emprendió la traducción la de la monumental obra de reflexión de Charles Moeller sobre la literatura europea contemporánea y su relación no siempre fluida con el cristianismo. Aquella obra, Literatura siglo XX y Cristianismo, vio la luz entre 1953 y 1993; la urgente traducción de sus seis volúmenes apareció en Gredos entre 1954 y 1995. Suponía la mejor ventana que podía abrirse entonces para conocer las letras europeas del convulso siglo veinte. Excepto volumen el segundo, que tradujo Pérez Riesco, y el último en que cuenta con la ayuda de una de sus hijas, don Valentín vertió más de dos mil páginas de esta obra que recoge el diálogo abierto con autores agnósticos que iluminan la reflexión de los cristianos. Monseñor Charles Moeller establecía su reflexión a partir de los textos, de manera que aquellos libros fueron la primera vía de entrada en España de autores prohibidos, como Camus, Huxley, Gide, Sartre, Malraux, Beauvoir, Brecht, Weil o Kafka. Junto a otros muchos, de Saint John Perse a Duras. Y la interlocución del belga con la conciencia contemporánea nada tenía que ver con los trucos y manejos de una España entonces embozada, «porque la esperanza humana no está separada, aunque sea distinta, de la esperanza cristiana». De hecho, la edición española de esta obra mereció severos reproches de tipos como el rumano nacionalizado español Vintila Horia y su patulea de novelistas metafísicos. Primero, por la ausencia de autores españoles en aquel muestrario de letras cristianas, que corrigió en su cuarto tomo, traducido en 1960, con la incorporación de Unamuno, que acompaña a Gabriel Marcel, Charles du Bos, Charles Pèguy y Ana Frank en el volumen La esperanza en Dios, nuestro padre. Aquel volumen le valió a Yebra el premio nacional de traducción de Bélgica.
FUNDADOR DE GREDOS
Claro que don Valentín conocía bien el percal totalitario, porque después de su estancia como interno en el seminario redentorista burgalés del Espino tuvo minuciosa noticia por sus compañeros del refugio pasajero en aquel convento del nazi francés Pierre Laval, escondido allí por sus compinches españoles desde Barcelona, adonde llegó en mayo al caer el gobierno hitleriano de Vichy. La exigencia de su entrega inmediata por parte de los americanos no hizo dudar ni un instante a Franco, que se lo devolvió el 30 de julio a través del embajador Lequerica para que lo fusilaran en octubre de 1945. Así que los frailes se quedaron sin los delirios tan jugosos de aquel huésped, que en su breve estancia en El Espino acució la visita al enigmático templo románico de San Pantaleón de Losa, donde el imaginario nazi situaba entonces el Grial.
Don Valentín, después de convalidar por lo civil sus saberes clásicos, puso en marcha con varios socios la editorial Gredos, para la que incluso dibujó la cabra hispánica del logo. Su tesis doctoral versó sobre las traducciones latinas de la Metafísica de Aristóteles, y después de estrenarse como catedrático de griego en el instituto de Santander, en 1945, recaló en Madrid en 1947, ya en la órbita del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Sus informes de censor se propagan entre 1943 y 1956. Desde aquel empleo en la censura gestionó el cupo de papel para la edición de la revista de poesía Espadaña. El vínculo editorial y amistoso con Dámaso Alonso les hizo compartir un par de excursiones a los valles leoneses de Ancares y Fornela, en los veranos de 1954 y 1957. En su transcurso, Dámaso, que acudía movido por «la querencia sentimental de visitar la tierra de donde sus antepasados habían salido a fines del siglo XVIII», encontró la revelación del habla más prístina del gallego fuera de Galicia. La primera vez fueron quince horas a caballo, repartidas en tres días. Entonces, pararon en Peranzanes, en casa de Narciso, que era como un hotel: «Recuerdo cómo el jersey de la moza se le había rozado y roto, exactamente, en los dos puntos críticos; y las asociaciones mentales consiguientes». Con semejantes distracciones, tuvieron que volver otra vez para completar el trabajo de campo, que vería la luz años más tarde, en 1961.
MAESTRO DE TRADUCTORES
En aquella época, entre 1955 y 1966, don Valentín dirigió el instituto politécnico de Tánger como catedrático de griego. Al volver, ocupó la cátedra del Calderón de la Barca madrileño, a la vez que promueve y dirige el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores de la universidad Complutense. El mismo empeño que puso en marcha Ramón Carnicer en la universidad de Barcelona. En los setenta, se hizo con la mansión Villa Antolín, construida en Albares de la Ribera por el arzobispo y académico Antolín López Peláez (1866-1918), bautizado en su época como «apóstol de la buena prensa» y perseguidor de los excesos del morapio en libros y libelos. De su niñez berciana guardaba don Antolín la fascinación por los relatos de duendes y aparecidos que hilaban las veladas del frío y un tenaz reconcomio por las penalidades de cuartel. De ahí el empeño de su venganza mitrada.
Después de ingresar en la Academia de la Lengua, en 1984, Yebra recibe la medalla de oro de la cultura de Puerto Rico y el doctorado Honoris Causa de Atenas, que luego replicará León, donde también es distinguido como leonés del año 1988. El premio Miguel Delibes 2004 y el Castilla y León de Humanidades, en 2007, reconocen su manejo del español y su ejemplo como traductor y maestro de traductores.