Diario de León

Recuerdos trágicos de la saga de los Panero

l El escritor Pedro Trapiello rememora los secretos y confesiones que Felicidad Blanc le hizo en el ocaso de su vida. «Te transmitía una serenidad trágica, pero guardaba la compostura para no perder el crédito final»

León

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Felicidad quería que la Universidad de Léon le dedicara un aula a Leopoldo Panero, quería que su circunstancia poética tuviera reconocimiento y quería, también que se le resarciera por el legado. Al principio pedían cinco millones y al final lo rebajaron a tres, comenta Pedro Trapiello, una de las personas que más y mejor conoció a la viuda del poeta en su ocaso. El escritor subraya la situación de desamparo en la que quedó la familia a la muerte del patriarca. «A Felicidad no le quedó pensión», destaca el periodista, que recuerda que Leopoldo Panero había sido agregado cultural del Instituto e Cooperación en Londres. «Pero su gran chollo fue ser el delegado del Readers Digest en España y gracias a eso, la viuda tuvo una pequeña renta durante algunos meses», precisa García Trapiello. Así que comenzó la carrera para encontrar trabajo, un trabajo que finalmente encontró como bedel del palacio de Congresos. «Me dijo que nunca había pasado tanta vergüenza como el día que Octavio Paz se le acercó para preguntarle qué hacía allí».

En Mondragón

Leopoldo María, Michi y Juan Luis, el mayor de los hermanos, que murió en Barcelona y fue el que menos conexión tuvo con la familia tras la muerte del padre.

Al poco tiempo, se trasladó a vivir a Mondragón mientras su hijo Leopoldo María está internado en el psiquiátrico de Mondragon y allí esperaba a que los fines de semana, su hijo llegará tras su peregrinaje de borrachera, para limpiar los vómitos de la noche. «Su capital eran sus hijos. Ella lo sabía y es por eso que, para ayudarles, comienza a buscar alguna institución que se haga cargo del legado de su marido. Yo me puse en contacto con la Universidad y, después de varios meses, aún no habíamos recibido ninguna respuesta. Entonces, un día envían a dos profesores para estudiar el legado. Les recibió Michi en la casa de la calle Ibiza, en calzoncillos, y les dejó allí, solos, para que miraran lo que quisieran», cuenta García Trapiello, que acusa al vicerrector de despreciar el ofrecimiento. «Se despachó diciendo que era un poeta franquista y no interesaba», lamenta. Trapiello asegura que en un primer momento, se pedían cinco millones pero que la necesidad fue haciendo que Felicidad Blanc redujera la cantidad. «Al final, pedía tres millones de pesetas, pero no hubo manera», denuncia. Así que la Diputación de Málaga toma la delantera y le paga a Felicidad ocho millones de euros, y allí sigue, como parte de los fondos de la Generación del 27.

Pedro Trapiello subraya la brecha que se produjo en la vida de la familia a la muerte del padre. «Han vivido a todo tren, en la calle Ibiza, donde acudía la élite cultural española, se han educado en el Liceo, y, de repente, pasan a convertirse casi en apestados, se les relega al olvido…», recuerda Trapiello, que asegura que para ellos Astorga nunca dejó de ser un lugar «gris y provinciano» donde acudían todos los veranos. En este sentido, destaca que el propio Michi, «al liquidar al padre — al que no sigue ni en estética ni en temática— con la película El desencanto, se granjea el odio de toda la ciudad maragata donde, de manera paradójica, tendrá que vivir los últimos años de su vida. «Juan Luis, el mayor de los hermanos, es el que más desvinculado estuvo siempre de la sombra del malditismo familiar», manifiesta el escritor, que añade que Leopoldo María vivió a cuenta del Estado siempre, desde su primer ingreso en el psiquiátrico. Pedro Trapiello recuerda que Michi siempre decía que la literatura le perseguía, pero él corría más rápido. «De hecho, sus artículos de prensa —escribió en Diario 16, en El Independiente— y los cuentos y textos que dejó escritos (ahora recogidos en la obra Funerales vikingos) es muy brillante, pero su ritmo de vida no le permitía el orden necesario para convertirse en escritor», asegura el periodista. Y es que el autor de El chivo explicatorio recuerda que el hijo pequeño de Panero exprimió como el que más la Movida madrileña. «No es fácil llegar a las seis de la mañana después de cometer tantos excesos y ponerte a escribir», dice.

Felicidad Blanc con Michi y Juan Luis durante un homenaje a Leopoldo Panero en Astorga. Abajo, el matrimonio con Michi y Leopoldo María de niños.

La participación de Michi, cuyo nombre completo era José Moisés Santiago, en la ‘fiesta’ cultural y yonqui que se desarrolló en el Madrid de los ochenta fue de tal calibre que el propio Nacho Vegas le dedicó una de sus canciones. Se titulaba El hombre que casi conoció a Michi Panero, lo que da una idea de la atracción que provocaba el pequeño de la saga entre los ‘moradores’ de la Movida. En cualquier caso, destaca que la mayor herencia que todos ellos recibieron de su padre fue la biblioteca. «De ella se hicieron tres lotes, y Michi siempre decía que el mejor de los tres se lo quedó Juan Luis», destaca. Pedro Trapiello recuerda la altanería de Michi, de quien asegura tenía «la certeza de una gran superioridad moral». En cuanto a Felicidad... «nunca hablaba de Juan Luis. Sus obsesiones eran Michi y Leopoldo. Odiaba a Luis Rosales, le tenía una tirria especial, recuerdo supongo de las juergas que se corría con su marido...», dice con socarronería. El escritor, que pasó largas temporadas con la viuda del poeta, la recuerda de manera cálida. «Te transmitía una serenidad trágica. Podía ser corrosiva, pero siempre hablaba de manera estoica, disimulando lo trágico y guardando la compostura para no perder el crédito final», rememora.

El autor de Una ciudad de caballos, sotas y reyes manifiesta que cuando Michi enfermó y ya no tenía esperanzas, él llamó a Juan José Perandones, alcalde de Astorga, para que le ofreciera una salida, algo con lo que vivir y morir con tranquilidad. «Ya ves, así que al final, después de todo, tuvo que vivir del favor de una ciudad que él había despreciado, en la casa de la que había sido su ‘muchacha’, en fin...»

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