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La mirada oblicua
EL JUEVES SE CUMPLIERON 90 AÑOS DEL FALLECIMIENTO EN FRANCIA DE JUAN GRIS, CON LA CUARENTENA RECIÉN ESTRENADA Y DERROTADO POR UN CÁNCER DE RIÑÓN. GRIS SUPO DAR AL CUBISMO LA DIMENSIÓN Y TRASCENDENCIA QUE HOY SE RECONOCE A ESTE MOVIMIENTO DE VANGUARDIA. divergente
J uan Gris (1887-1927) fue uno de los grandes creadores de la vanguardia histórica. Pionero del cubismo, supo combatir el apresto de su geometría con la secuencia cromática de una pintura cada vez más lírica. Su padre, Gregorio González, había emigrado de Villalón a Madrid, con un equipaje de once hijos. En Madrid fundó una papelería en la calle Carretas 3, al lado de Sol, que pronto fue elegida como proveedora del palacio real. Así que el artista niño hizo sus primeros garabatos en papel timbrado con el membrete de la reina María Cristina. Su expresión inicial fueron las ilustraciones para prensa satírica, publicadas en Madrid, Barcelona, París y Alemania, entre 1904 y 1912. Un repertorio iconoclasta en el que ya se aprecian atisbos cubistas.
Antes de marchar a París, en 1906, para librarse de las glebas a la carnicería del Rif, estudió unos cursos de ingeniería junto a su hermano Carlos, a la vez que tomaba lecciones de pintura con Moreno Carbonero, maestro sucesivo de Picasso y Dalí. Aquella formación le valió el apelativo de Pitágoras de la pintura, que le daría el poeta César Vallejo, y otorga una consistencia inesperada a sus escritos teóricos, recogidos en 2008 junto a una elocuente correspondencia por la editorial Acantilado, en edición de María Dolores Jiménez-Blanco. El casi medio millar de cartas fechadas entre 1912 y febrero de 1927 (dos meses antes de morir) ofrece una cartografía indicativa de los tumbos de Gris en un período atravesado por la I Guerra Mundial, durante la que se recluyó con su compañera Josette (a quien había conocido en 1913), en Colliure, donde años después reposará Antonio Machado. Cuatro años antes había tenido a su hijo Georges González-Gris con una alemana, pero el niño desde el principio fue enviado a España con la familia, para volver a su reencuentro en 1926, un año antes de morir. En su hijo unió el apellido y su seudónimo, tan contradictorio con su pasión volcánica por el color. Seguramente, lo eligió por su coincidencia en francés y español, aunque su estreno se produjo en España, en la firma del exlibris para la editorial Pueyo de Madrid.
Hombre de sólida formación, defendía que un cuadro debe ser razonado antes de pintarlo. De cabellos negros, tez cetrina y aspecto terracampino, para pintar recuperaba el atavío de sus tiempos de estrechez, calzando unas alpargatas que se fabricaba él mismo con cañas de zapatos viejos. Acabó con él un feroz cáncer de riñón y su muerte prematura lo convirtió en diana de los recelos de Picasso y sus ángeles custodios. Gertrude Stein atestigua que Gris era la primera persona a la que el malagueño de buena gana hubiera borrado del mapa. Sin embargo, la presencia de Gris se impone cíclicamente por la sola fuerza de sus cuadros, tan largamente escatimados. A su protectora americana en París, Gertrude Stein, escribe en un período de desaliento: «Con la pintura ocurre lo mismo que con la ruleta: se apuesta muchas veces, pero se gana muy pocas… A veces me gustaría no hacer nada, pero si no trabajo me deprimo y empiezo a preocuparme. El trabajo es realmente mi recreo y recreo significa inquietud». Gris fue consciente de que la pintura es una superficie plana que acoge un conjunto de colores y formas con la única ley de su propia sintaxis y estructura. El cuadro ya no es una representación ilusionista de la realidad, sino un fragmento más de esa realidad: un sistema de medidas con finalidad en sí mismo.
Aunque su obra resulta muy poco conocida en España, de donde salió con diecinueve años, mantiene contacto con críticos como D’Ors, con escritores en alerta como Gómez de la Serna y con poetas como Gerardo Diego (a través de su cómplice Larrea) y Vicente Huidobro, a quien retrata e ilustra varias ediciones de sus libros realizadas por la galería Simon. Precisamente, a través de Gerardo Diego (que le dedicó un poema de Manual de espumas), ilustra el homenaje a Góngora de la revista malagueña Litoral, órgano de expresión de la generación del 27. También Gerardo le dedica un largo artículo obituario en Revista de Occidente: Devoción y meditación de Juan Gris.
Gómez de la Serna, desde Madrid, y Gertrude Stein, en París, dan cuenta de su travesía creativa por los años más fértiles de la Escuela de París. Su cuadro ‘El torero’, que desmiente la imputada francofonía cultural del artista, perteneció a Hemingway, quien lo utilizó para la portada de la edición original de Muerte en la tarde. Su desaparición prematura dejó en proyecto fallido la retrospectiva que Torres García quiso organizarle en el Madrid republicano. De hecho, la primera presencia de su obra en Madrid se va a posponer hasta los 50 años de su muerte, cuando la galería Theo organiza una escuálida muestra antológica, coincidiendo con la traducción de la biografía de su marchante Kahnweiler. Ya entonces, Cirlot había traducido para Gustavo Gili De las posibilidades de la pintura y otros escritos (1971). En 2005, el Reina Sofía mostró una antológica comisariada por Paloma Esteban expresiva de su creación artística entre 1910 y 1927. Y estos mismos días asistimos a su regreso con nosotros: por una parte, en la exposición del fondo de Telefónica que se cuelga estos días en el Patio Herreriano de Valladolid, y por otra, en la muestra promovida por la Fundación Silos en la catedral de Burgos. La concurrencia de ambos retornos refuerza la presencia de Juan Gris en el núcleo de las vanguardias.