Diario de León

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El ombligo del universo

ESTOS ÚLTIMOS DÍAS DE MAYO SE CUMPLE EL MEDIO SIGLO DE LA APARICIÓN DE ‘CIEN AÑOS DE SOLEDAD’, SIN DUDA LA NOVELA EN CASTELLANO MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XX, CUYO PESO ABRUMÓ A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (1927-2014) COMO REVELA LA FOTOGRAFÍA de ISABEL STEVA QUE ILUSTRA ESTE TEXTO . divergente

García Márquez, oprimido por el peso de su novela mayor

García Márquez, oprimido por el peso de su novela mayor

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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C ien años de soledad’ (1967), la novela nuclear del boom, apareció lejos de Barcelona y desdeñada por Carlos Barral, quien atribuye su descuido «a la falta de respuesta puntual a un telegrama, y no por error editorial ni a consecuencia de una torpe lectura del manuscrito —que nunca vi—, como maliciosamente se ha pretendido». Luego, trata de arreglar el patinazo señalando que «otra cosa es que a mí no me parezca esa la mejor novela de su tiempo». Allá cada cual con sus pesadillas. Lo cierto es que sin otro lanzamiento que el boca a boca, la novela de García Márquez se convirtió en paradigma de la expresión americana, un paso más allá por la senda que habían ido abriendo Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier. Aquel mismo 1967 vieron la luz Cambio de piel , de Carlos Fuentes, y Tres tristes tigres , de Guillermo Cabrera Infante, este último retenido tres años por la censura, después de su premio Biblioteca Breve en 1964. Pero ni la algarabía de Tres tristes tigres , tan cercana al delirio caribe, ni el epitafio de decadencia de Cambio de piel , alcanzan la seducción milagrera de Cien años de soledad , cuya cadencia recurrente nos engancha al universo sin límites de la infancia.

El primer título de la novela fue La casa y su versión inicial estaba escrita en 1954, cuando entregó una copia del mamotreto a Álvaro Mutis, «para que lo guardara en la cajuela del coche». Once años más tarde, en un viaje con la familia a Acapulco y después de haber asimilado a Rulfo, retomó un cabo suelto de La hojarasca y se encerró catorce meses para agitar la memoria como lo había hecho su abuela, cual si todos los sucedidos fueran ciertos. Un día su madre le pidió acompañarla a Aracataca para vender la casa donde vivió su infancia en compañía de los abuelos, y en aquel retorno escuchó la clave de su relato. Entre medias, habían discurrido 17 años de aprendizaje, en los que publicó sus novelas y relatos previos, desde La hojarasca (1955) a La mala hora (1966). También alimentó la travesía con lecturas (Defoe, Faulkner, Camus, Hemingway, Dos Passos, Capote), atisbos de nuevo periodismo y cine neorrealista italiano. Para cerrar el extravío, fue imprescindible la convicción de que la fantasía de los mitos, leyendas, supersticiones y sueños forma parte esencial de la realidad vivida. Cien años de soledad tiene «la estructura circular y dinámica de una rueda giratoria», según el profesor Gullón, con la que compone «el largo poema de la vida cotidiana», un relato que esconde las claves del destino de todos los hombres: sus sueños, sus amores, anhelos y derrotas. El maestro Gullón sitúa al lector en el deleite de quien asimila con gozosa naturalidad la respiración del vasto mundo imaginativo donde se cruzan espectros familiares con sombras imprecisas. García Márquez «ha inventado un mundo imaginario original y esa invención constituye un acontecimiento notable e insólito». La novela nos habla de una emigración y de la fundación de una ciudad. Dos primos (Isabel y José Arcadio Buendía) abandonan su ciudad para fundar Macondo, cuyos primeros años de inocencia se basan en el pecado original. Durante tiempo, el único contacto con el exterior se reduce a las visitas de los gitanos, cuyo jefe Melquiades muestra a sus habitantes las maravillas del hielo, del imán y de los dientes postizos, despertando en José Arcadio la ambición de poseer la ciencia del mundo exterior. Pero el aislamiento de Macondo no dura mucho. Aparece el corregidor, hay una guerra civil, se construye un ferrocarril, llega la compañía bananera con directores extranjeros y millares de huelguistas mueren en una matanza. La compañía platanera se retira y deja a Macondo en su aislamiento. Al final, el último Buendía descifra el manuscrito que el gitano Melquiades ha dejado y descubre que relata la historia de su familia, que sólo durará lo que dure la lectura «porque las estirpes condenadas a cien años de soledad, no tenían una segundad oportunidad sobre la tierra».

Una anécdota de la primera edición, cuyos 50 años conmemoramos ahora, fue la vuelta hacia dentro en la palabra soledad de su título. Según la profesora Carmen Arnau, «simboliza la vida introvertida que llevan los Buendía; esa vida hacia dentro que los separa del resto del mundo: viven recluidos en mundos propios». La soledad se convierte en una condena implacable para sus personajes. Están incluso solos en el amor, «paraíso de la soledad compartida». Gullón nos muestra el arte de contar narrativo sobre el que se alza Cien años de soledad , desbrozando a continuación los aspectos de su simbología mítica: la selva, el génesis, el éxodo, las plagas, el diluvio, el apocalipsis, las figuras míticas (en especial Melquiades) y los gestos y signos de la fundación de Macondo. Porque en Cien años de soledad el recurso de la cultura popular sirve para suturar las heridas sociales. Cuando un vendedor ambulante roba a la chica bonita que es Remedios la Bella, la familia explica su ausencia como un abandono para subir al cielo en cuerpo y alma. Porque García Márquez maneja en esta novela el hechizo narrativo de una historia contada con talento.

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