Diario de León
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nacho abad
León

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A l convertirte, mediante la publicación de un texto, en escritor o escritora, ves que a tu alrededor, junto con el desorden de los papeles, te ha crecido, como de la nada, una nueva familia. Es tu familia literaria. Te presentas ante ellos con la cara que pusiste en las fotografías de tu primera comunión e intentas simpatizar, confraternizar. Pero tienes la sensación de estar entre un grupo de extranjeros que hablan un idioma que no comprendes y acostumbran unos hábitos que te son extraños. Con un poco de fortuna, nunca te tomarán en serio. Serás entre ellos una advenediza, un sobrino político, porque su reconocimiento es síntoma de que algo no va bien del todo, de que añades a tu prosa parabenos y aceites insanos. Por lo general, el talento literario no fluye por ese cauce, sino que se queda en la orilla, entretenido en desenredarse de las ramas de un árbol. Lo brillante sucede en el margen, lo que no quiere decir, como imaginarás, que todo lo marginal brille: más bien es al contrario. También allí se hacina lo mediocre y lo nulo, porque el genio y su maravilla siempre son una excepción.

La familia literaria tiene también sus crónicas, sus novelas. Es tan siniestra y opresora, tan oscura que uno piensa que para descifrarla debe primero narrarla. Y enseguida comprende que le aquejan las mismas taras que al resto de nuestro país, a saber: envidias, egos, egoísmos y cierta mirada de luces cortas, como de cruce, incapaz de ver más allá de unos pocos pasos. Y concluyes que esta España no tiene remedio. Pero ¿por qué somos así los españoles, tan cainitas que nos parecemos a nuestro cliché? Acabo de leer Las bellas extranjeras (Impedimenta, 2013), que más que un libro de relatos, es una memoria en tres partes de la vida literaria de su autor, Mircea Cârtârescu. Son tres textos cautivadores, narrados con una voz inteligente y divertida, fascinante. El que da título al libro tiene además un interés especial. En él podemos vernos como en un espejo en las aventuras que vive ese pequeño grupo de escritores rumanos en su viaje por París. Se comportan de forma parecida a como nos comportamos nosotros mismos. También ellos echan sobre su espalda rumana pecados que en realidad son compartidos por nuestra verdadera familia: la humanidad.

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