Diario de León

Vida y literatura

la vida a medias Avelino Fierro F Prólogo de Andrés Trapiello. Eolas Ediciones, León, 2017. 212 pp.

Publicado por
nicolás miñambres
León

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A parece La vida a medias, tercera entrega de los diarios de Avelino Fierro, ahondando tal vez en las reflexiones habituales. Alguien lo ha considerado como un letraherido, calificación precisa porque su vida, teóricamente convencional, está empapada de literatura, pero sin aspavientos ni hipérboles, como confiesa Andrés Trapiello en el prólogo, respecto a la relación social: «Y Avelino, puedo afirmarlo también, es un pactista». Es defensor de los pactos. A esta tranquilidad se une su obsesivo afán por recrear todo, pero es difícil hacer una relación de sus contenidos temáticos.

Manteniendo la correlación de las entradas anteriores, la obra arranca en el capítulo 56, casi in medias res: «He vuelto a dibujar las calabazas que están en un plato grande y plano sobre la mesa del comedor». Humilde comienzo, habida cuenta de que la sencillez estilística de Avelino Fierro se adentra frecuentemente en problemática muy variada y en la abundancia de dibujos. Si se narra el palpitar de cada día (la creación, la música clásica, la pintura, los diarios publicados, la poesía, los libros descubiertos…) tal vez éstos sean la mejor representación de su mundo. Pero nunca hay una palabra escrita sobre su tarea profesional. Con todo, el riquísimo contenido no es lo más sorprendente: la hondura de tratamiento y la relación onomástica abruman al lector.

No escapa a esta dedicación su afición itinerante: Madrid, Berlín, Múnich o, la montaña leonesa (con sabrosas reflexiones sobre ella) son algunos de sus destinos. Sin olvidar el bar El Cuervo, en el que frecuentemente, después de sus paseos, convive con sus amigos, de entre los que cita con mayor frecuencia a Antonio Manilla. Y no olvidemos la nieve: «El primer día que la nieve llegó a la ciudad comenzó con un fulgor inusitado (…) Era una luz uniforme, densa, opaca, nada hiriente». La cita da una idea de la finura estilística de Avelino Fierro cuando deja volar su creación, recurriendo a algún fragmento poético de su amigo Julio Llamazares en el poema 22 de Memoria de la nieve. La obra termina con una despedida casi triste: «Y los libros no leídos, las nubes, la música del tiempo. No debía ponerme ridículo arrastrándome por la pasión. Feliz año».

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