Le Big Mac
Liquen
E xiste en casi todos los hoteles un cuarto donde se guardan, al menos durante un año y un día, todos los objetos olvidados por los clientes durante su estancia. Suele llamarse así, cuarto de los olvidos, aunque a juzgar por esa fecha límite, uno encuentra allí más extravíos y descuidos que verdaderos olvidos. Los olvidos pertenecen al territorio de la poesía igual que los encuentros casuales son siempre de la narrativa. Y así, cuando uno olvida algo, debería perder parte del código con el que interpretar su propia vida, en vez de simples objetos, útiles cotidianos.
Cuando pasados algunos pocos meses, algún huésped regresa y le reciben con tal o cual olvido empaquetado con primor bajo un papel marrón atado con cordel, éste se muestra agradecido y a la vez confuso ante unos zapatos que parecen haber cambiado de color, un neceser que ha mermado, o un libro que ha reemplazado al alegre narrador por otro más triste y aburrido. Durante algunos segundos su memoria se agita como el oleaje del mar, se contradice, y luego recupera el paso. Sí, es cierto, parece decir, éste es el marrón de mis zapatos, a juego con el cinturón que olvidé en otro hotel, algunos cientos de kilómetros en la dirección por la que he venido.
Cuando escribo es como si estuviera en una de estas dependencias en los sótanos de los hoteles. Forman parte de esos lugares donde he pasado más de un tercio de mi vida, junto a cuartos técnicos, offices de limpieza, cubiertas. Son un economato inexplicable hecho de los olvidos de otro. Me siento en el mundo usurpado y radiante de quien entra en el cuarto de un avaro y ve todos los tesoros y todas las miserias allí juntas, en una configuración inusual. Algunas postales no enviadas, unos gemelos de plata, una gafas de sol, unas botas gastadas, dos millones de cargadores de móvil, algunos frascos de perfume, ropa interior. Y una balda más abajo, algunas viajas fotografías, un peluquín, un bastón cuyo puño es una cabeza de cisne. Y también hay algunos paquetes irreconocibles. Uno de papel marrón atado con cordel parece contener casquería humana, un ramo de ojos, dentaduras postizas, una pierna ortopédica, una bolsa orgánica que se hincha y deshincha al paso de la sangre.
Justo al lado hay una pulsera de tobillo.