Diario de León
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nacho abad
León

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N o sabía de qué escribir, así que salí a dar un paseo, a ver si al menos podía robar una frase oída por ahí. Pero pasaba el tiempo, se hacía tarde, me quedaba frío y seguía sin tener nada que llevarme a los dedos, ni una triste palabra que echar al teclado de mi portátil. Subí al metro, y en el andén vi a una mujer que iba cargada de bolsas de Primark. Al llegar el tren, subió y buscó un asiento que no encontró, dejó los bultos en el suelo, sacó el teléfono móvil y escribió un mensaje rápido.

Imaginé que era para su marido, que le decía que ya iba de camino a casa. Y una vez empecé a imaginar, ya no quise quedarme ahí, así que continué: su marido no le responde por aún está en el trabajo, escribiendo un correo electrónico con el que piensa concluir la jornada, y cuando lo hace, mira a su compañera, le pregunta si necesita algo, y se despide amablemente, mientras ella casi le ignora, porque está pensando en cómo llegar esta noche al lugar donde le han citado para celebrar un cumpleaños al que no le apetece ir, y para el que no ha comprado nada, porque ayer se pasó todo el tiempo libre esperando a que llegara un técnico a reparar la caldera de su casa, pero el técnico se retrasaba porque era incapaz de montar un quemador de gasoil en la casa de unos ancianos que, a juzgar por el modo que tienen de mirarse, llevan tiempo sin hablar, quizás desde hace años, cuando su hija menor, que siempre ha sido una consentida, les dijo que había conocido a un chico en el viaje de estudios y que se iba a vivir con él al centro de Europa, pero en realidad les mentía, porque a quien conoció fue a una chica de la que se enamoró tanto que se tatuó su nombre en la nuca, aunque al año la chica se fue, la abandonó para ir a Londres a probar suerte como actriz, donde nunca ha conseguido más trabajo que trabajos de mierda, y ahora mismo envuelve paquetes con papel de regalo en la campaña navideña de un gran centro comercial, pone un lazo rojo en una enorme caja y se la da al cliente, que le guiña el ojo, y que le explica que el regalo es para su sobrino, cuando en realidad es para su hijo, que vive con la madre en una casa de las afueras, donde pasa el tiempo aburrido, jugando a disparar con una pistola imaginaria a la gente, mientras dice pum, te cacé.

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