Diario de León

el butano popular

Cuento de Navidad

Publicado por
nacho abad
León

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H abían encendido ya las luces de navidad pero la ciudad seguía estando desmejorada, como una persona que no acaba de encajar un mal diagnóstico médico. Yo me había mudado allí por razones de trabajo hacía algunos meses, y por esas mismas razones no podía regresar con mi familia a pasar la Nochebuena. Iban a ser mis primeras fiestas solo, lo cual, cuando aún no has cumplido treinta y ganas algo de dinero, no parece un panorama tan terrible. Pero a medida que intentaba armar algún plan me encontraba con que unos iban a cenar con sus familias, otros estaban invitados a fiestas en las que no veía mi sitio, y otros, la mayoría, regresaban a sus ciudades y pueblos para estar con su gente. Se acercaba el día 24 y me veía sólo, bebiendo cervezas y jugando a la consola en Nochebuena, lo cual, cuando aún no tienes ni treinta y ganas algo de dinero, es un panorama terrible.

Llego el día. Brindamos con cava barato en el trabajo, nos dimos buenos deseos, nos despedimos y al salir, en vez de coger el metro, fui andando a casa. Pensaba comprar en un mercado de camino algo rico y caro para la cena. Ya que me había resignado a la soledad, quería que fuera al menos una soledad exquisita, una soledad ataviada. Pero en la cola de la pescadería, a medida que iban despachando a señoras recién salidas de la peluquería acompañadas de señores trajeados que hacían sus últimas compras, yo me iba hundiendo en una tristeza llena de basura, de frío, de grises paredes y excrementos de perro: una tristeza tan parecida a las calles de mi barrio obrero. Al llegar mi turno, sentí un miedo ridículo a que el pescadero dedujera que iba a pasar la noche solo, vista la cantidad de langostinos que me llevaba. Así que compré el doble o el triple, no lo recuerdo, de lo que iba a ser capaz de comer. Compré también vino blanco, dulces para el postre, licores para después. Luego, ya casa, guardé todo en la nevera y me asomé a la ventana para fumar un cigarro. La tarde estaba apunto de desaparecer. La luz era pálida, como en la sala de espera de las comisarías. En el patio de manzana, sobre los tejados de chapa de las casas más pobres, había dos ratas correteando. Armaban cierto alboroto. Creo que estaban jugando. Parecen felices allí juntas, pensé. Así cualquiera.

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