Diario de León
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nacho abad
León

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É sta es una sala de espera incómoda. Tiene dos bancos con asientos y en el centro una mesa baja con revistas. Aquí una señora habla con otra de su hijo y le cuenta que le sorprendió robando de la cartera del abuelo. El pequeño quería comprar un regalo a una chica, y no se le ocurrió mejor manera de conseguir el dinero. La madre lo cuenta risueña, satisfecha de haber educado a un ser capaz de amar. Su interlocutora sonríe también. Es una señora mayor, agradable, de las que uno no suele encontrar en las salas de espera. Escucha atenta, divertida por la historia. Entre las dos mujeres ha ocurrido algo que aún no saben: para ellas, el niño se ha convertido en una metáfora del amor. Tanto para la una como para la otra, ese niño es un signo y su significado es el Amor. Yo lo imagino en su casa, en un piso de clase media. Ha abandonado la comida antes de terminar, porque su estómago enamorado no acepta saciar sus sensaciones con alimentos, y ahora espera en el salón a que su abuelo se duerma. Los ojos del abuelo van dibujando la caída del sueño. El niño se escabulle hacia la entrada, donde el abuelo colgó su abrigo al llegar. Necesita una silla para alcanzar a meter la mano en el bolsillo del abrigo. La coge con cautela del salón, la lleva a la entrada y se sube. Saca la cartera y coge algunas monedas, tres o cuatro. Toda una fortuna. El niño roba porque el amante necesita llegar a la amada, y la manera de llegar es mediante un regalo. El amante siempre se cree con la capacitación moral de saltarse las normas para llegar a la amada. El amor es tan sencillo como eso: un chantaje moral. Yo te amo y me salto las reglas y mi amor es tu deuda. Lo he comprendido en las palabras de esta mujer. La enfermera que ahora entra y me acompaña a la consulta del dentista tuvo que pasar también por esto, amada y amante. Y también el hombre que mete en mi boca una jeringuilla cromada para dormirme las encías. El joven de prácticas que sujeta el tubo del aspirador bajo mi lengua. Quizás éste ahora sólo piense en cómo llamar la atención de la enfermera. Ella no es muy guapa, pero tiene los ojos grandes y color miel, y él se distrae y mi boca se llena de sangre y saliva hasta que me atraganto. Ahora lo veo todo claro. Qué panda de hijos de puta.

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