Diario de León

LUIS ALBERTO DE CUENCA ESCRITOR

«De la política salí indemne»

El escritor madrileño Luis Alberto de Cuenca

El escritor madrileño Luis Alberto de Cuenca

Publicado por
álvaro soto
León

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E l nuevo libro de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) no es una edición de tapas duras con eruditas notas a pie de página, sino un colorido volumen de Verso&Cuento, una editorial en la que publican muchos jóvenes poetas españoles. De esta forma, De Cuenca y su amigo Karmelo Iribarren, que escribe en el mismo sello, ejercen de ‘padres’ de unos veinteañeros que se están haciendo un hueco en la literatura. «No estaba acostumbrado a esta juventud, les llevo 40 años a todos, pero me siento más joven en su compañía», cuenta el premiado poeta, que lanza Se aceptan cheques, flores y mentiras , una recopilación de poemas modernos y urbanos, género en el que De Cuenca más disfruta.

—Usted fue uno de los primeros poetas en bajar a la calle.

—En 1985 publiqué La caja de plata y la tercera parte, la más amplia y quizá la más novedosa, se llamaba La brisa de la calle . En una época, hasta los veintitantos años, estaba obsesionado con ganarme la vida con la filología, y el camino era hacer oposiciones. Pero en un determinado momento abrí las ventanas de la bibioteca y vi que fuera había una brisa muy agradable. A partir de ahí, mi poesía dio un giro copernicano hacia la comunicación. Antes era más culturalista. Modestamente, La caja de plata fue un libro que marcó la poesía española más joven.

—Su amistad con Loquillo es una de las relaciones más improbables de la cultura española...

—No es tan improbable porque a los dos nos une el espíritu caballeresco. Él es un samurái y yo, un caballero medieval europeo, y ambos tienen mucho que ver.

— ¿Quién se acercó al otro la primera vez?

—Fue Loquillo el que se acercó. Es un enorme aficionado a la poesía, había leído mis versos y le habían gustado. Siendo yo secretario de Estado de Cultura, en cierta ocasión me visitó. Mi secretaria me dijo que estaba esperándome, le dije que le hiciera pasar y me contó que quería hacer un disco entero con poemas. Le dije que muy bien, pero que yo no podía aceptar en ese momento y tenía que acabar mi carrera política, aunque finalmente esperamos hasta 2011. Entonces nos ayudó el poeta y compositor Gabriel Sopeña, que hizo 40 musicaciones de poemas, así que tenemos para tres o cuatro discos.

—¿Usted ha sido siempre tan dandi?

—Nunca he sido dandi, me aburren los dandis. Prefiero a los héroes de novela negra.

—¿Y en la movida se podía ser un héroe de novela negra?

—En los años de la movida yo he sido como antes de la movida y como he sido después de la movida porque siempre he intentado ser fiel a mí mismo. Lo único diferente que hice en los años de la movida fue salir de noche, que me horroriza, pero no quedaba más remedio. Me arrepiento de algunas de las cosas que hice en aquel momento, pero había que vivir la historia. Madrid era pura eferverscencia con todos sus riesgos, riesgos que dieron en la tumba con muchos de mis contemporáneos. De hecho, hubo un alcalde que dijo: «A colocarse y al loro», lo cual me parece de una irresponsabilidad tremenda. Gracias a Dios, he sobrevivido, y aquí estoy, charlando.

—En aquella época, ¿salía de noche con corbata?

—Siempre con corbata. Y con vaqueros también, he sido muy de vaqueros.

—Para escribir sobre la cocaína, ¿hace falta haberla probado o basta con tener los ojos abiertos?

—Basta con tener los ojos muy abiertos, lo cual no quiere decir que no se pueda probar.

—¿Qué le parece que un poema suyo, ‘El desayuno’, se haya convertido en un clásico en las bodas?

—Estoy sorprendido y me encanta. Recuerdo que en Bilbao la concejal de Cultura, que es la que casa, me dijo que siempre casa leyendo El desayuno . A esa señora, una vasca del PNV de toda la vida, la conocí. «¿Es usted el de El desayuno ?, me preguntó. Le dije que sí. (Imita el acento vasco) «Pues yo caso a la gente con El desayuno , siempre lo leo». Pues me parece muy bien porque a mí me gusta mucho. Es un poema optimista, algo raro en mi poesía, que es más bien melancólica.

—Usted dice que le gusta que la poesía tenga una función útil, que sirva para algo. Por ejemplo, para ligar.

—Me consta que muchos chicos y chicas usan mis poemas para ligar.

—Diciendo que son propios.

—Probablemente diciendo que son propios, lo cual todavía me interesa más y me divierte más.

—Sin duda, ligar es la parte más útil de la poesía. ¿Y qué piensa de los que dicen que la poesía es inútil?

—Los que dicen que la poesía es inútil en el fondo están valorándola mucho porque en una escala deontológica de valores, lo inútil está por encima de lo útil. Pero yo quiero que mi poesía sea útil, y que no solo sirva para ejercicios masturbatorios de gente que se cree en diálogo permanente con los dioses. El poeta es una persona normal y corriente y reivindico al poeta de la calle frente al poeta exquisito que solo puede dialogar con los poderes celestiales.

—¿Se puede ser poeta y de derechas? ¿O se debe?

—Deber no. No hay necesidad de ser derechas para ser poeta. Pero ser conservador, ser progresista, ser de izquierdas, de derechas, no tiene que ver con la poesía. Hay poetas extraordinarios de derechas y poetas extraordinarios de izquierdas. Es un error pensar que para ser un buen escritor hay que ser de una determinada ideología. Eso da lo mismo. El mundo del arte está absolutamente alejado del mundo de la ideología.

—España ha tenido grandes poetas de izquierdas, Miguel Hernández, Alberti, Lorca...

—No estoy tan seguro de que Lorca fuera de izquierdas, en Lorca está todo muy difuso. Pero en el otro lado, hay gente buenísima, como Agustín de Fox’a, que era tan bueno como ellos. Jorge Guillén era un hombre moderado y conservador, aunque tuvo problemas con el franquismo, él fue el que tradujo el poema de Paul Claudel A los mártires españoles . Olvidémonos de la ideología a la hora de hablar de poesía.

—¿Cómo salió usted de la política?

—Indemne. Salí indemne.

—¿Y desengañado?

—Desengañado no, porque nunca estuve engañado. Para desengañarse hay que estar engañado previamente. Siempre digo que no fui yo el que eligió la puerta de la política, sino que fue la puerta de la política la que me eligió a mí. Eso me recuerda un pasaje de Borges, mi autor favorito, otro que no es un revolucionario. Decía Borges que «no es el hombre el que elige, es la puerta». Cuando me lo propusieron, no tuve más remedio que decir que sí, sin gran entusiasmo, pero con gran sentido de la responsabilidad. Lo hice lo mejor que pude.

—¿Qué recuerdos le quedan de aquella época?

—Muy pocos.

—¿Hizo lo que quería hacer?

—Nunca se puede hacer lo que se quiere, ya sea uno el presidente del Gobierno o el jefe del Estado. Uno se adapta a las circunstancias.

—¿En la política se descubre que el ser humano es capaz de lo peor?

—Yo lo había descubierto mucho antes, e incluso pienso que la política no es el peor de los escenarios posibles. Un departamento universitario es mucho peor que el mundo de la política.

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