Diario de León

poesía

La luz de una palabra que se aleja

el horizonte hundido (Poesía desreunida) Alejandro López Andrada Prólogo y selección de A. Colinas. Hiperión, . 122 pp.

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José enrique martínez
León

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A l poeta cordobés de Villanueva del Duque, Alejandro López Andrada, le hemos prestado atención en diferentes ocasiones en estas páginas. Son muchas las que él ha escrito, tanto de poesía (más de quince poemarios) como en prosa, con una decena de novelas, una de las cuales, El libro de las aguas, ha sido llevada al cine. Aquí en León ganó el premio González de Lama hace unos años con el poemario Álbum de apátrida . Su relación con nuestra tierra se sustenta, sin embargo, en la proximidad de su mundo, como él ha reconocido, al de Julio Llamazares y Antonio Colinas. Este último, precisamente, ha prologado y seleccionado los poemas de esta Poesía desreunida , subtitulada así por ser una antología. Colinas destaca en el prólogo el mundo natural del que el poeta cordobés nutre su canto, acorde con la naturalidad, claridad y sencillez de su lenguaje y el carácter iluminador de su palabra, al metamorfosear la realidad con palabra ardida, fiel siempre a su voz singular en la poesía de hoy, generalmente ambientada en lo urbano.

Lo más llamativo, en efecto, es la impregnación rural y natural de la poesía de López Andada. Nada se concibe ajeno a la naturaleza en todas sus manifestaciones: ciclos estacionales, viento, lluvia y nieve, la calma del atardecer aldeano, el son de las campanas, árboles y aves... «Soy el último hombre que habla con los pájaros... / aquel que ama el dolor de los nogales», escribe, consciente de su singularidad como hombre y como poeta. Sin embargo, no es una poesía que respire júbilo. La envuelve siempre un halo de melancolía que proviene de la pérdida de la infancia. El imposible retorno a la plenitud vivida es lo que dota a esta poesía de la vaga tristeza que la penetra como una bruma impalpable expresada con voz lenta, reposada y melodiosa. La herida del tiempo permanece y sangra en la memoria. «Se presiente el dolor y en las acequias / del corazón / se hunde el campo verde», en ese campo en el que, a pesar del dinamismo de los pájaros o el viento, persiste en una quietud y en una soledad que pertenecen al alma del poeta. Brota tal quietud del silencio del paisaje nevado, de los recuerdos enrarecidos por el tiempo, de los pacíficos atardeceres, de la luz velada y nostálgica del recuerdo... Todo ello hace de la poesía de López Andrada, aunque respire por la herida, un remanso sosegado, como el lento atardecer de los otoños en el campo.

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