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Publicado por
nacho abad
León

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Ha habido un accidente de bicicletas escolares en el parque y todo ha quedado cubierto de ejercicios de caligrafía y tablas de multiplicar y sangre. En invierno los papeles cambian de color como cambia el aire, y la humedad y la electricidad del aire. Hay que ir a los parques en invierno porque todo lo que allí sucede sucede también en los libros. Me he acercado a ver si los críos estaban bien, pero ya se estaban recomponiendo y les he visto alejarse entre quejidos y pedales furiosos. Así que me he quedado solo, entre aquel pequeño desastre. Los parque en invierno parecen animales mojados. Hay manojos de hojas pudriéndose bajo las arquetas del alcantarillado. Los árboles no tienen dónde caerse muertos. Se han convertido en ceniza petrificada por el hielo de febrero. También la hierba crece hacia adentro. Huye del frío y de los metales del día, pero lo estropea todo, y en seguida forma en los jardines un barrizal, una suciedad de pelaje y sangre. Yo jugué así en los parque de mi ciudad, como aquellos críos heridos, aunque todos los días lo olvido. Estuve mucho tiempo preguntándome por qué uno olvida su infancia y también por qué quiere recordarla, y ayer, de madrugada, di con una respuesta. Me había quedado dormido en el sofá, con la televisión encendida. Al despertar, aun adormilado, vi una escena de La noche, de Antonioni. Un hombre rico, poderoso, ofrecía a Giovanni Pontano un trabajo: quería que alguien escribiera un libro sobre su empresa. Giovanni era un escritor talentoso, y el industrial le proponía asalariar ese talento. No supe si aceptaba o no. Me dormí otra vez. Cuando abrí los ojos de nuevo, Pontano estaba sentado en la hierba, en un parque también, junto a una mujer hermosa. Ella leía una carta de amor que él le había escrito hacía muchos años. Él no recordaba haberla escrito. El rostro de Pontano, que era el rostro de Mastroianni, se velaba con una sombra de confusión y celos, celos de sí mismo hacía muchos años, cuando fue capaz de escribir aquellas palabras de amor en una carta. No he querido saber si Pontano aceptó o no el trabajo del hombre rico. Prefiero quedarme con la duda, porque así tengo dos respuestas para esa pregunta. Por eso mismo tampoco vuelvo a los parques de mi ciudad, donde hace algunos algunos años jugué de crío.

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