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Publicado por
NACHO ABAD
León

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Hará unas semanas telefoneó un amigo para contarme que trataba de leer un libro del que salía un ruido insoportable, un ruido como de frigorífico averiado. «Me está gustando, está muy bien escrito, pero así no hay forma de concentrarse. Es como si tuviera dentro un compresor a punto de explotar», me dijo el hombre, desesperado. Yo, que estaba preparando un biberón para mi hija, respondí de forma despistada y debí sonar incrédulo, porque estaba más preocupado por no perder la cuenta de las cucharadas de leche en polvo que por lo que me estaba contando mi amigo. «No me crees, ¿verdad? —se quejó—. Pues espera», acercó el aparato al libro, y yo, al oír un ruido molesto, di un bote y dejé caer el terminal al suelo. La niña comenzó a llorar, así que colgué sin despedirme y fui a consolarla y darle de comer. Cuando se hubo dormido, devolví la llamada a mi amigo, que me puso de nuevo el sonido. «Es más bien un ruido de bujías ahogadas», solté así, como si tuviera la más mínima noción de mecánica. «¿Crees que esto lo cubrirá el seguro?», preguntó mi amigo. «¿El de la casa o el del coche?», respondí yo.

Cuando mi mujer volvió del trabajo le conté la historia, y ella pensó que le estaba gastando una broma. No traté de convencerla. A los pocos días, mi amigo vino a verme y me contó que había llevado el libro a un mecánico de confianza y había logrado solucionar el problema. Le pregunté de qué se trataba y respondió que por lo visto tenía las bujías ahogadas. «La contaminación de las ciudades es letal para la literatura», soltó con gesto de intelectual afectado. En cualquier caso, había logrado terminar el libro. «Aquí te lo traigo». Me ofreció un volumen grueso con las tapas manchadas de aceite de motor. «Me ha parecido maravilloso, pero me gustaría saber tu opinión». Yo lo tomé en mis manos y lo dejé sobre el escritorio. Llegó mi mujer, cenamos los tres juntos y no volvimos a hablar del tema. Cuando se despidió, mi amigo insistió en que leyera el libro. «Es una joya, creo que te va a encantar». Mi mujer se acostó cansada y yo fui a mi escritorio, encendí la lampara lectura y me puse cómodo para comenzar a leer. Pero nada más abrir el libro, mi hija se despertó como de una pesadilla comenzó a llorar desconsolada.

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