LE BIG MAC
Cuento infantil
Había un mundo pequeño, del tamaño de una naranja. Orbitaba en una galaxia que medía lo mismo que una tienda de Ikea, alrededor de un astro incandescente que le daba luz y calor. La naranja estaba habitada por hombres y mujeres que medían en proporción lo que nosotros con respecto a la Tierra. Leían periódicos que a nuestros ojos nos parecerían microscópicos, donde se publicaban noticias que juzgaríamos insignificantes, escritas por periodistas con corbata de lana y barba repeinada. Era también un mundo lleno de pequeños imbéciles. Había imbéciles en las oficinas, en los bancos, en los cines, en general en todas partes. Un imbécil salía por la tele y dos millones de imbéciles le escuchaban, millón y medio convencidos de que tenía razón, medio millón indignados por sus palabras. También había músicos imbéciles que cantaban canciones imbéciles para su público imbécil. Podéis imaginaros cómo eran los políticos, del gobierno y de la oposición, de derechas, de izquierdas, liberales o democratacristianos, en todos y cada uno de los países de este mundo de juguete. O los altos cargos de las grandes empresas. O los pobres hombres que se postraban a su paso. Todos muy imbéciles. Los presidentes de clubes deportivos eran grandes imbéciles, capaces de congregar a miles de imbéciles en un estadio, para ver cómo jugaban a un juego imbécil un grupo de jóvenes imbéciles. Había chicos imbéciles que buscaban novias más imbéciles que ellos porque eso les hacía sentirse listos. Había chicas imbéciles que se hacían las tontas con los chicos para no quedarse solas. Las universidades daban premios a la excelencia que los solían ganar los estudiantes más imbéciles. Los cines proyectaban películas de héroes imbéciles que salvaban a la humanidad de un apocalipsis climatológico, biológico o marciano. Nunca sucedía un apocalipsis lingüístico, y eso era una pena, porque en un mundo tan imbécil, el apocalipsis lingüístico hubiera dado mucho juego para los imbéciles guionistas de cine. Seguramente, habrían escrito un papel brillante para un héroe. O quizás para una heroína. Todos los imbéciles del mundo con sus lenguajes truncados tendrían que ser salvados por una mujer. Y ella, en vez de despertar al leñador, de comenzar la revolución, se queda en casa y escribe un poema.