Mirada dolorosa a la posguerra

L o primero que sorprende es la portada en la que, con una niebla y una hierba recubiertas de frío blancor, sobrevive un árbol esbelto, cuya copa parece invadida por el volar rasante de un ave de presa, lejano símbolo tal vez de Heliodoro García Vallejo. Él es prohombre, sin duda, en ese mundo rural de La herida del tiempo , título de grandes connotaciones y plásticos recursos. Los años setenta quedan reflejados despiadadamente, con expresiva crueldad, por Agustín García Simón. De ahí que el sentido delibesiano no se aprecie en este libro, salvo acaso, en las bellas divagaciones en torno a los árboles, por ejemplo.

Sólo el campo y el pueblo de Hontanalta (curiosa formación lingüística que evoca el concepto de ‘hontanar alta’) sirven de escenario que ni transformará la guerra. No existen animales, si acaso el perro… en esos duros espacios. Es una realidad elemental, que explica ese comportamiento animalizado de la mayoría de sus personajes. Heliodoro García Vallejo es el prototipo exacto para sintetizar la cima que alcanza la fortuna y el poder. Un poder sin limitaciones y en el que el sentimiento embrutecido domina sin piedad. Ese afán dominio pretenden imitarlo otros personajes, pero quedarán siempre sólo en los vericuetos del intento. Este poder alcanza límites tan duros que las salidas de Hontanalta son para Heliodoro una pura y simple ampliación de su poder. El sexo constituye el elemento principal, sin que abunde demasiado el sentimiento del amor o la procreación, en un irrelevante segundo plano. En la obra es necesario reflejar el efecto de la Guerra civil y la Política, sucesos que no transforman el sentimiento del pueblo, algo parecido a lo que ocurre con la llegada de la maquinaria agrícola, recibida de forma desconfiada. Todo ello viene a ser algo semejante a la tragedia de la muerte: poco más que un accidente natural.