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Heraldo de escalofríos
ESTE 15 DE ABRIL SE CUMPLEN 80 AÑOS DE LA MUERTE EN PARÍS, UN VIERNES SANTO CON AGUACERO, DEL POETA CÉSAR VALLEJO (1892-1938), DESPUÉS DE UN CONVULSO TRAJINAR DE RUPTURAS, QUE TUVO SU ESTACIÓN DE SOSIEGO EN ASTORGA, EN LAS NAVIDADES DE 1931. divergente
C ésar Vallejo es uno de los grandes poetas universales de todos los tiempos. Como advirtió su acendrado discípulo Félix Grande, en el parnaso hay poetas que transmiten serenidad, como el Machado que imparte sosiego a sus lectores, y otros que enarbolan y reparten escalofríos, como Vallejo. Unos y otros ayudan al lector de poesía a ser menos pordiosero, pero ninguna poética en castellano ofrece un hospedaje más cálido que la de Vallejo. Entre sus versos y el hambre más profunda del lector no hay distancia, produciéndose un abrazo prieto como una espiga y esencial como las lágrimas. Todo resulta conmovedor y acongojante en la fiesta con candil de paladear a Vallejo.
Lo inusual es la coincidencia de innovación y calidad, que consigue en Vallejo hacer perdurable la nueva poesía. Porque sitúa las audacias formales al servicio de una conciencia forjada en los conflictos. En ese horno, la angustia se entrevera de humor, lo trivial con lo supremo y el arrebato lírico con prosaísmos pedestres. Son altibajos que consiguen tener en vilo al lector, sacudirlo e inquietarlo. Porque Vallejo es consciente de que la arbitrariedad del mundo, que agita la existencia humana, también revoluciona los significados y la sintaxis de la expresión verbal. Los anticipos y atisbos de Los heraldos negros (1918), libro todavía empañado por residuos de decoración modernista, traducen la eufonía de Trilce (1922) en un realismo fantástico donde palpita lo nimio y doméstico. El origen mestizo del cholo Vallejo, último hermano de una familia de once hijos, y el propósito de destinarlo al sacerdocio, que acogió con ilusión, explican la riqueza de su jerga bíblica y litúrgica, que los vecinos atribuían a la condición eclesiástica del abuelo José Rufo Vallejo, fraile mercedario español. Después de unos estudios accidentados e inconclusos, su estancia en Lima le procuró el conocimiento de la revista Cervantes , dirigida en Madrid por Cansinos Asséns, que propaga la abolición de la poesía modernista culminada por Rubén Darío y acerca las tentativas creacionistas del chileno Huidobro. Lo llamativo es que ese reducido trampolín sirviera a Vallejo para el salto gigantesco que supone Trilce , cuya poética asume la disonancia, soslaya la armonía e invita al desequilibrio, eludiendo cualquier resguardo seguro y convencional. Apela al absurdo como puerta de acceso a nuestra naturaleza profunda («Absurdo, sólo tú eres puro. / Absurdo, este exceso sólo ante ti / se suda de dorado placer»), a la vez que sugiere que la comunicación poética esencial se establece a través de las demás posibilidades expresivas del lenguaje: sonoras, rítmicas, plásticas o afectivas.
Pero la belleza convulsa que supone el anticipo de Trilce complica su seguimiento, acogido todavía con hostilidad e indiferencia. Sólo el paso del tiempo transparenta sus valores profundos, escondidos tras el tañido de una vibración expresiva trazada con osadía, hermetismo y mestizaje idiomático. De ese hondón brota la evocación feliz de la madre, figura añorada que inspira algunos de los mejores poemas de Trilce : «Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos / pura yema infantil innumerable, madre». El libro alcanza la plenitud de su vuelo en la segunda edición madrileña de 1930, que prologa clarividente Bergamín, estableciendo su vínculo precursor, respecto a los poetas del Veintisiete, con Unamuno, Machado y Juan Ramón. También con el poema liminar de Gerardo Diego (Valle Vallejo). Gerardo se dirige al poeta hecho con «Piedra de estupor y madera noble de establo», «porque el mundo existe y tú existes y nosotros probablemente / terminaremos por existir / si tú te empeñas y cantas y voceas / en tu valiente valle Vallejo». Gerardo había sido cómplice en la aventura de 1926, compartida con Larrea y Gris, de la revista Favorable París Poema , cuyos dos únicos números registraban el rechazo a colaboraciones enviadas por Azorín, Pérez de Ayala y Gabriela Mistral.
Después de su estancia parisina, donde vive con Henriette Maisse y crea junto a Gris, Huidobro y Larrea, visita Moscú en 1928 y 29, la segunda vez acompañado de Georgette Philippart, con quien se casará en 1934. Después del paso en barco por Santander de 1925, en su viaje de Perú a Francia, llegará a Madrid en diciembre de 1930, donde se consagra Trilce y ven la luz su reportaje Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin (1931) y la novela El tungsteno (1931), que denuncia la explotación minera de los indígenas peruanos. Expulsados de Francia por el compromiso comunista, estarán en España hasta febrero de 1932, pasando las Navidades del 31 en Astorga, en la casa familiar de los Panero. Previamente, Vallejo había publicado en Perú la novela corta Fabla salvaje (1923) y las estampas Escalas melografiadas (1923), manteniendo inédita hasta 1967 Hacia el reino de los Sciris , novela inspirada en el universo incaico. Su última visita a España en guerra fue de julio de 1937, ocho meses antes de morir. Relatos, artículos y teatro pueblan sus últimos afanes, sobre los que descuellan los versos póstumos e inmortales de Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí este cáliz (1940), ilustrado con el retrato de Picasso, cuya edición bélica fue el último libro impreso por Altolaguirre en España.
Quienes amañan la memoria, como Willy Pinto Gamboa en su César Vallejo en España (1968), establecen el borrado de su nombre hasta el homenaje de Índice en febrero de 1960. Ignorando su protagonismo en Espadaña , que publica su poema Los desgraciados en el número 22 y realza su homenaje de 1949, suscrito en su recuerdo por Aranguren, Crémer, Lama, Nora, Panero, Rosales, Valverde y Vivanco. La reciente incorporación de su legado a la casa de los Panero de Astorga, intensifica el vínculo con uno de los grandes poetas del siglo veinte.