Diario de León
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NACHO ABAD
León

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La noche en que la estación espacial ‘Tiangong 1’ se precipitó sin control sobre el cielo terrestre, la farola que cuelga de mi balcón e ilumina mi calle, emitió una secuencia de destellos que según un viejo oficial del Ejército del Aire que vive en frente, podría confundirse con una llamada internacional de auxilio o con la palabra ‘nostalgia’ escrita en morse. Acto seguido, la bombilla se apagó y justo debajo una adolescente frenó en seco su bicicleta y comenzó a sangrar por la nariz. Yo traté de encender la lámpara de mi mesa de trabajo y en vez de pulsar el interruptor, me presioné el lóbulo de la oreja izquierda. Dos plantas más arriba, la anciana que vive en el tercero derecha, sin saber por qué, pronunció el nombre de su marido muerto hace ya 10 años, y del altillo de un armario vio caer la dentadura postiza del hombre. «Parecía que me estuviera sonriendo», dijo días después. En la estación de Tribunal, el metro, en vez de la señal acústica que avisa del cierre de puertas, emitió una grabación de la voz de Alfred Jarry anunciando que lo que quedaba de trayecto, aunque nadie pudiera percibirlo, era realmente hermoso. Un joven, al mirar por la ventana del vagón y ver su reflejo, se dio por aludido y valoró presentar una reclamación. En la calle, en una cabina telefónica, una mujer marcó el número de su marido y tras algunos tonos oyó que contestaba otra mujer. «Tal vez soy yo —pensó— hace algunos años, o dentro de mucho tiempo», y no supo que decirse, y colgó. Hubo también caballos que dormidos galopaban, y el mismo aire que desplazaban al pasar movió la sábanas tendidas en la cuerda de una corrala de Lavapiés. Al sur del Pacífico cayó una lluvia de hilos celestes, aunque otros han preferido hablar de basura espacial. Entonces yo presioné el lóbulo de mi oreja derecha y en vez de encenderse la lámpara de lectura de mi mesa, volvió a lucir la farola que cuelga de mi balcón. Me asomé y vi cómo la adolescente de la bicicleta se marchaba pedaleando despacio. El viejo oficial me saludó desde enfrente. «Lo que queda de trayecto va a ser muy hermoso —me dijo—, aunque quizás nadie llegue a percibirlo». El algún punto del océano Pacífico, sin testigos, cayeron las cenizas de un montón de basura espacial. Fue como una lluvia de hilos celestes.

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