el territorio del nómada |
Siluetas cubistas
EL 20 DE ABRIL DE HACE 110 AÑOS NACIÓ EN VILLAFRANCA DEL BIERZO NORBERTO BEBERIDE (1908-1991) Y EN SU PUEBLO DESCANSA, DESPUÉS DE UNA VIDA INTENSA DIVIDIDA EN DOS POR EL TAJO DE LA GUERRA. LA PRIMERA, MARCADA POR SU AMBICIÓN ARTÍSTICA Y POR LA AVENTURA VIAJERA. divergente
E l siguiente ciclo, posterior a la guerra civil, ya casado y avecindado en Villafranca del Bierzo, lo dedicó al cuidado de los negocios familiares, aunque sin relegar nunca los sueños adquiridos en sus primeras décadas de vuelo y aventura artística. En ese sentido, le ocurrió a Beberide algo similar a su paisano Demetrio Monteserín (1876-1958), quien con la guerra y el drama de la muerte de su hija Olga se repliega a Astorga para refugiarse finalmente en León. Un recogimiento radicalmente diferente al despliegue vital del pintor berciano Francisco Bajén (1912-2014), nacido en San Clemente del vecino valle del Cúa, quien desbordó el centenario en su exilio francés y tiene con su mujer Martine Vega (1915-1974) un museo espectacular de sus pinturas, abierto en un palacio del siglo XV, en el precioso pueblo occitano de Monestiés. Aunque es cierto que Bajén acumuló pronto en su exilio una importante trayectoria pictórica, inserta en la estela del cubismo y de la Escuela de París, que le valió el reconocimiento y la acogida del país vecino.
En cambio, varias circunstancias confluyeron para que Beberide renunciara al vuelo y permaneciera recluido junto al Burbia, dedicado a los negocios, a la lectura y a cultivos subalternos de la creación plástica. Quizá la más decisiva y paralizante, una vez que había atendido la llamada paterna para refugiarse de la guerra en Villafranca, fue el fusilamiento en León de sus amigos Ramiro Armesto, presidente villafranquino de la Diputación, y Modesto Sánchez Cadenas (1899-1936), pintor e ilustrador de La Esfera madrileña, que unos años antes le había abierto el Salón del Arte de la plaza de Santo Domingo para su primera exposición de caricaturas y grafidias en León, durante las Navidades de 1932. Ante semejante sarracina, como para tentar a la suerte.
Con la llegada de la república, la revista Vida leonesa, promovida por la Cultural, reunió a un grupo de dibujantes, pintores e ilustradores, tutelados por Cadenas, que buscaron la oportunidad de desperezar el arte leonés con una agrupación colectiva. Participaron en aquel empeño Burgo-Gar, el ilustrador Eguiagaray, el arquitecto acuarelista Javier Sanz y un joven y animoso Vela Zanetti. No puede decirse que fuera una generación de artistas a la que correspondiera la suerte equivalente a su talento. De hecho, sólo el exiliado Vela pudo alzar el vuelo de la provincia. También estuvo en el exilio Roberto Fernández Balbuena (1891-1966), arquitecto y pintor de Ardoncino, hermano del autor del casino que albergaba el Salón del Arte, donde expuso ya en 1929. Sólo Javier Sanz (1892-1955) iba a lograr un buen pasar como arquitecto del Catastro y autor de edificios tan emblemáticos en la provincia como los hoteles Oliden y Términus y los teatros Emperador, Trianón y Bérgidum. Porque Cecilio Burgo-Gar (1915-1950) murió en la miseria, tísico y treintañero, después de decorar con unos frescos abocados a la destrucción la friura fluvial de la plaza de toros.
La aventura creativa de Beberide nos la refrescó en el verano de 2008 una muestra titulada La noche española, del Petit Palais de los Campos Elíseos. Porque ya la pereza provincial lo tenía desdeñosamente archivado como confitero y relegado al olvido. Después de un fogueo juvenil en la prensa de Astorga y Lugo, Beberide salió pronto del pueblo. A los dieciocho años ya ilustraba las ediciones parisinas de Ramón Gómez de la Serna, con quien hizo buenas migas en la tertulia de la Consigne. Luego repetiría en los treinta, antes de quedar apresado por la guerra y para los restos en Villafranca del Bierzo. En esa segunda estancia de 1934 dibujó un cartel para el bailarín Vicente Escudero (1885-1980), en aquel momento artista favorito del público francés. Años más tarde y a su impulso, seguiría la estela francesa el pintor Eugenio de Arriba (1934-1977), precoz en el triunfo y en la muerte, quien retrató al patriarca vecinal en una acuarela que resalta la cabeza goyesca de Beberide. Eugenio, después de consagrarse en París, degustó las mieles del éxito en la Costa Azul, mientras la reclusión villafranquina de Beberide devanó su talento entre la teoría y práctica parapsicológica y los inventos para hacer más creativo el arte de la confitería.
En realidad, Beberide nunca contó mucho como artista, sino que era tenido por artesano mañoso de diversas industrias, un tipo ingenioso y algo lunático. A este género de ocupaciones dedicó su tiempo, mientras gestionaba la pastelería familiar de la plaza Mayor. Había dejado atrás las audacias parisinas y los logros madrileños, entre los que figura esa imaginativa y vistosa variante del collage que es la grafidia. Aquellas caricaturas cubistas ilustraron la prensa republicana con hallazgos todavía hoy memorables. Luego, en Villafranca, Beberide siguió despachando los carteles festivos de todas las celebraciones locales. Y cultivó su maestría de acuarelista. Pero ya no era lo mismo. También se prodigó en inventos pasteleros, que dio a conocer en la revista gremial La confitería española. Cuidó la instrucción sobre el decorado de tartas y tartaletas, así como los remates de fondant y chocolate. Suyo fue el invento de una máquina para el deshuese limpio de las cerezas, que regaló a Ledo, otro industrial de la villa. Y no abdicó de sus expediciones espiritistas, que cultivó con sesudos textos teóricos. Minió en vitela pergaminos de postín para los altos protocolos del Estado y mantuvo alerta su capacidad precognitiva, que le permitía contestar al detalle las cartas andinas del poeta Juan Carlos Mestre antes incluso de recibirlas.