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Publicado por
NACHO ABAD
León

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A veces me pregunto cómo uno llega a escribir lo que ha escrito y no algo diferente, por ejemplo lo que quería haber escrito. Si algún día me entero de que algún texto mío ha inspirado en el lector la misma idea que a mí me llevó a escribirlo, se haría conmigo un sentimiento de gratitud similar a todos mis fracasos. Pero ya, con media vida gastada, uno duda. Suena a excusa porque lo es, al menos en el sentido literal. Podría decir: excusarme por no hablar de este tema, pero es que parecería que hablo de otras cosas. Así, cuando un conocido me afea que utilice caballos y otras metáforas en vez de crudas e indigestas noticias, yo me excuso diciendo que cuando denuncio, ellos (que no sois vosotros) entienden que protesto, y cuando protesto entienden que lloro. Ya me pasó en aquella ocasión en la que hablé de un editor que en vez de vendiendo libros, se ganaba la vida recaudando subvenciones. Tenía un cuarto en el sótano de su edificio lleno de novelas y poemarios mal editados pero con el sello de la consejería de cultura de una comunidad autónoma. Esos libros, es decir, el dinero que se gastó el estado en ellos, acabó en un incineradora, salvo los costes de imprenta y el salario del editor. El editor, sin embargo, se sienta ahora en un despacho, porque la corrupción es la excepción, pero una excepción que encuentra rápidamente acomodo institucional.

Ahora me gustaría escribir sobre los próceres de la poesía, y cómo han instaurado un sistema de reparto parecido al de los partidos políticos y las mordidas. Es curioso cómo el dinero que destinan los ayuntamientos y las comunidades a la promoción de la poesía tiene tan pocos controles. Hay quien se paga la presentación de su libro (que debería correr a cargo de la editorial) con el dinero que le dan los ayuntamientos, y hay quien consigue que un concejal compre por cientos el ejemplar de su poemario. Así las cosas, no faltan editores que capten poetas mediocres con algún contacto municipal, porque no deja de ser rentable. Tampoco falta quién, tras invitar a un poeta a una lectura bien pagada, es luego invitado a otra lectura por ese mismo poeta. Algún día hablaré de todo esto. No porque me queje, aunque lo haga. Sino porque me gustaría ir a un recital sin llevar de casa las ganas de llorar.